Por Nicomedes Febres Luces
Desde que tengo uso de razón hay dos cosas que han estado en mi vida, la primera es la curiosidad insaciable y la otra es la reina Isabel de Inglaterra, una persona digna de admiración. Son setenta años de estar expuesta al escrutinio público. El otro día leía yo una crónica sobre su cotidianidad minuto a minuto, desde su desayuno habitual hasta las normas que rigen sus gestos y costumbres. A las seis de la mañana de pie cuando una mucama abre el cortinaje del cuarto y le lleva una taza de té. Nada de: “Que fastidio, voy a dormir una horita más” o “qué ladilla con las ganas que tengo de quedarme en la cama”. Nada de decirle a la mucama: “préndeme la tele un rato para ver Cazadores de Tesoros” o “Negrita, tráeme un sanduchito de jamón y queso Kraft”. No, a desayunar con un huevo pochado, una rueda de pan tostado y té negro sin azúcar mientras oye las noticias de la BBC de Londres o comentan el vestido que ella cargaba puesto la noche anterior.
Todos los días, todos los años y a la misma hora para mantener la sacro santa tradición. Que Dios la salve de tener una tentación como soñar con una taza de chocolate con unos churros. O con unas zucaritas de Kellog porque puede bajar el precio del té o subir las acciones de la empresa Kellog. Y así cada acto y cada minuto está regulado y cada falta al deber alimenta a las fieras que la atacan o la defienden. Ambos especímenes son inmamables. Y yo, que soy un negro faramallero me pregunto: Como hará la reina para expulsar un gas atravesado? O para alejarse un rato si tiene picazón en salva sea la parte?. Amén de calarse las noticias de las estupideces de sus herederos, cada uno perseguido por periodistas que desean alcanzar la fama si alcanzan a verle un desvarío a Su Majestad o a la familia real. Y eso de cenar todas las noches con salmón pochado y papas al vapor es increíble, con razón allí nadie ríe. Esto de no poder pararse en Trafalgar Square a comerse un pedazo de pizza o pasear por Bond Street es insoportable. O si se detiene a comer un fish & chips genera una caída o subida en los precios de la papa y de la merluza. Su Majestad, reina de la paciencia y de tolerar callada, acostumbra tomarse cada noche un vaso mitad y mitad de ginebra Gordon’s con soda inglesa y por supuesto, si no lo hace las acciones de Gordon’s bajan en la bolsa. Claro, cada empleado del entorno se gana millones de libras si escribe un libro sobre cualquier desliz de la reina y lo entrevistan para morder a la reina. Amén de calarse Su Majestad las bolserías de los miembros de su familia, desde su hijo mayor empatado en secreto con su actual esposa desde hace años, que mejor me guardo mi opinión, hasta el nieto pelirrojo casado con una mujer se le ve el pelaje desde lejos. Los pobres ni siquiera pueden comprar un disco de Lila Morillo o Daniel Santos para pasar el despecho o la tristeza. Pobrecitos esos carajos. Si fuera uno de ellos sería como mi padre, que cuando las visitan en la casa lo fastidiaban una noche, les decía sin empacho: bueno, me despido porque mañana es día de trabajar. Si fuera pana de la reina le diría: Liz, has lo que te dé la gana aquí, que yo ni veo, ni oigo ni huelo como cualquiera de los tres monos. Gracias por estar allí como un ejemplo de coraje y tenacidad. Te admiro y eres mi reina. El mío sírvemelo con soda. Salud mi amor.