Jean Pierre Winter, psicoanalista, de formación filosófica (Universidad de París-Sorbona) y jurídica (París-St. Maur), con una larga y prestigiosa vida clínica a sus espaldas y conocido por crear controversias políticamente incorrectas, aborda en El futuro del padre. ¿Reinventar su lugar? (Didaskalos, 2020) la necesidad urgente de la reconstrucción simbólica del padre.
Por María Calvo Charro – Nueva Revista
Para ello, se vale de su experiencia clínica, con la exposición de diversos casos de pacientes en cura psicoanalítica, pero también de obras de literatura (S. Lacan, Un père, 1994; M. Quint, Los jardines de la memoria, 2000) y del cine (La vida es bella, Benigni, 1997); pues estas creaciones de ficción ilustran de manera admirable algunos elementos esenciales de la función paterna.
Dada su amplia experiencia en el ámbito familiar, Winter fue nombrado ponente en la comisión constituida en el Senado de la república de Francia durante el debate para la aprobación de la Ley que permitiría tener hijos a las parejas de homosexuales y lesbianas. Sin embargo, sus opiniones, le valieron ser tachado de homófobo y ultraconservador; a pesar de estar todas ellas sostenidas con argumentos científicos y basadas en su amplísima experiencia clínica.
La importancia de las raíces
El jurista y psicoanalista Pierre Legendre escribía: «El hombre es un ser genealógico».
En esta obra, Winter nos muestra la existencia real de multitud de paternidades defectuosas o deficitarias, pero paternidades al fin y al cabo, que han sido capaces de dar raíces a la vida de sus descendientes.
El ser humano constituye su vida psíquica, no solo a partir de los sujetos presentes que le rodean, sino también de aquellos que ya no están; los ausentes que no volverán. Por ello, es imprescindible la pertenencia a una concreta genealogía que inserta a los individuos en la historia y que les permite conocerse a sí mismos, saber de dónde provienen, explicar acontecimientos del presente por su relación con el pasado, comprender su ascendencia y dar consistencia a su existencia. Como afirma Yvonne Knibiehler, «somos seres de memoria y de historia» (Y. Knibiehler, Les peres aussi ont une histoire, ed. Hachette, 2017).
Siempre será preferible tener un padre, aunque sea imperfecto hasta el extremo, que no tenerlo en absoluto, pues, como indica el autor, «la genealogía es como una armadura, un esqueleto de apellidos…que se suceden como esquirlas resplandecientes durante siglos» y que ayudan a los descendientes a comprenderse y conocerse mejor a sí mismos. Este árbol genealógico concede a los individuos «un suelo donde poner los pies» y sobre el cual construir su propio destino.
Porque «cada padre es portador de un universo ante el cual el hijo no puede quedarse indiferente». Como decía el poeta Gustav Maeterlinck, el padre es a la vez «el mandatario provisional del pasado» y «el órgano momentáneo de una multitud aún por llegar».
Y es que la ausencia de padre genera psicosis, «un desorden incontrolable en las palabras y en la vida de una persona» que se presenta cuando en lugar de la presencia del padre hay un agujero, un vacío, un desconocido del que nunca se habla. La persona sin raíces no sabe quién es, no tiene arraigo. Vive en un «tiempo amputado». Como señala Winter, «las rupturas en la continuidad en la genealogía tienen repercusiones psíquicas serias…Va siempre acompañada de una desorientación en los espacios, es decir, de la dificultad para cada uno de encontrar su propio lugar dentro de la tribu».
Hijos de la técnica. Cuando el padre no existe
En esta situación de vacío generacional o genealógico, de ausencia de raíces paternas, se encuentran todos aquellos niños nacidos por medio del uso de técnicas de reproducción asistida para satisfacer el deseo de ser padres de las parejas homosexuales y lesbianas.
En estos casos, se elimina voluntaria y conscientemente al padre ex ante de la historia del hijo, se hace opaca toda la sucesión de padres que ha sedimentado a lo largo de su historia precedente. En estos supuestos, el niño «creado» en ausencia física y psíquica del padre biológico es privado de sus raíces que le insertan en la historia y en el tiempo y que le permiten comprender mejor su vida y su realidad. Los hijos privados de parte de su pasado crecen en la neurosis de no entender de dónde vienen exactamente y el instinto les impulsará a buscar su origen paterno-filial a toda costa. Por esta razón, recientemente el Comité de Bioética de España ha publicado un informe en el que recomienda modificar la Ley de Reproducción Humana Asistida de 2006, para eliminar el anonimato de los donantes de gametos. Se abre así un debate que en otros países europeos ha llevado a cambiar la legislación.
Los avances de la ciencia han permitido a las parejas del mismo sexo hacer realidad su «deseo» de tener un hijo. Estas parejas afirman que la diferencia sexual no juega un papel esencial en la creación de una familia. El hijo se concibe por otras vías diversas del encuentro sexual de un hombre y una mujer. Pero las parejas del mismo sexo afirman que uno hará el papel de padre y otro el de madre; porque, basándose en la ideología de género, mantienen que la identidad sexual es una construcción social. Pero, como expone Winter, «el constructivismo actual elimina la complejidad del problema con falsas simplificaciones». Y la realidad científica es que «no da igual nacer de dos personas que son diferentes por su naturaleza, un hombre y una mujer, aunque tengan mucho en común. Nacer según una ley de la naturaleza que no puede ser cuestionada, tener que lidiar desde el principio y necesariamente con un cuerpo y una voz de un hombre y un cuerpo y una voz de mujer. Su forma de tocar, llevar, alimentar, sonreír, etc…no es la misma…Tratar con el otro sexo ocasionalmente y desde el exterior no tiene ciertamente los mismos efectos que estar siempre en contacto con su diferencia».
Las repercusiones de ser criado por dos personas del mismo sexo no son indiferentes y existen, pero, como indica Winter, se miden no inmediatamente en los primeros años de vida del niño, sino a lo largo de más de una generación.
Bajo el disfraz de una promesa de felicidad, lo que se impone es «el deseo». Pero desear un hijo, como señala Gemma Durand, ginecóloga, es convertir al niño en un proyecto, fuera de contexto, lejos de la conversación amorosa: «Cuando el niño se programa, del anhelo se pasa al proyecto y del proyecto a la posesión». En estos casos, el hijo nace sometido a una relación de dominio, por lo que será menos libre: la libertad humana requiere un comienzo indisponible. Los hijos son libres cuando su llegada al mundo escapa de nuestro control, cuando en su advenimiento influye «cierto factor de riesgo» o «la ayuda parcial del azar en la actividad sexual de sus padres» (Aldo Naouri, Padres permisivos, hijos tiranos, ed. Ediciones B, 2005); cuando no nos deben la vida a nosotros sino a un proceso vital, como ha sucedido en las generaciones precedentes en las que el hijo se sentía como un «subproducto de la actividad sexual de sus padres» (Aldo Naouri, Educar a nuestros hijos, una tarea urgente, ed. Taurus, 2008).
En relación con el mero «deseo» de tener un hijo, resulta muy apropiado traer a colación el pensamiento de Bauman, para el cual, mientras el deseo es «el anhelo de consumir, de absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar…el amor es el anhelo de querer y preservar el objeto querido. Un impulso centrífugo, a diferencia del centrípeto deseo…la satisfacción del deseo es colindante con la aniquilación de su objeto, el amor crece con sus adquisiciones y se satisface con su durabilidad. Si el deseo es autodestructivo, el amor se autoperpetúa» (Z. Bauman, Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, ed. Fondo de Cultura Económica, 2008).
Ausencia paterna impuesta por Ley. La muerte social del padre
En los últimos años, la sociedad ha ido perdiendo sus dimensiones universales y sus fundamentos antropológicos y las tendencias descritas han permeado las leyes y han contribuido a organizar la sociedad sobre la confusión y la inmadurez.
En esta obra, Winter se muestra especialmente preocupado por la institucionalización de la ausencia paterna, con la manipulación del lenguaje (sustituyendo la palabra padre por la de segundo progenitor en los documentos oficiales) y la regularización por Ley de situaciones contrarias a la naturaleza, al sentido común y a las conclusiones derivadas de la propia experiencia clínica.
El padre puede desaparecer de la vida de los hijos por muchos motivos: muerte, emigración, abandono, separación… Pero la gravedad de la situación actual es la colaboración de la ley en la evaporación del padre, pues «la decisión legal actúa directamente a nivel simbólico, suprime no un ser, sino un lugar. Todos aquellos que podrían haberlo ocupado son descalificados y, con ellos, quienes lo han ocupado en el pasado. Dicho de otra forma: están muertos por adelantado».
Como ya señaló Marguerite Peteers, durante los últimos siglos, los derechos individuales y la libertad de escoger han sobrepasado socialmente, jurídica y políticamente la paternidad, la familia y el amor. Es así como comenzó un largo proceso por el homicidio de la figura del padre dentro de la cultura occidental que, poco a poco, llevó a la muerte de la madre (mentalidad anticonceptiva, el derecho al aborto, una cierta interpretación de los derechos de la mujer como pura ciudadana), la muerte del cónyuge (la revolución sexual, el aumento de las parejas homosexuales) y la muerte del hijo, acaecidas tan explícitas en la segunda mitad del siglo XX. Es así como fue posible la reconstrucción del ser humano sobre nuevos fundamentos, puramente laicos: la teoría de género (Peteers, M.A. entrevista publicada en la Revista Temes d´avui, n.41, 2012).
La preocupación de Winter es legítima y razonable; las leyes que favorecen lo indiferenciado, destruyen la base antropológica sobre la que se asienta nuestra sociedad. La consecuencia es la desprotección de la persona, como hombre y como mujer, con sus específicas características, inquietudes, prioridades, necesidades y exigencias vitales; lo que supone un atentado contra la ecología humana. En esta situación, nos vemos obligados a defendernos frente a la propia ley que ha perdido su dimensión universal y que confunde la verdad objetiva con la verdad individual y subjetiva.
La Ley no puede ignorar las verdades antropológicas y científicas elementales sobre la alteridad sexual. Pues construir conceptos normativos de espaldas a la ciencia e incluso al sentido común da pie a enunciados disfuncionales y anacrónicos. Cuando las premisas son falsas, la lógica lleva irremediablemente al absurdo. Los datos científicos de la biología, neurología o psiquiatría de los últimos años, deberían ser para el jurista un referente o límite, puesto que delimitan un marco dentro del cual es razonable emitir un juicio o tomar una decisión normativa.
De la tribu a la horda y la manada
Cuando el padre está ausente, cuando el hijo no tiene raíces y el fenómeno de la falta simbólica de padre se generaliza socialmente, la civilización entra en crisis. Abandonamos la tribu y retornamos a la horda o la manada. Y una manada, en palabras de Winter «no es una tribu, porque las tribus obedecen leyes constantes y los poderes de cada uno están delimitados»; cosa que no sucede en absoluto en la horda o manada.
Esta idea de crisis de civilización es compartida por un gran número de científicos. En esta línea, Zoja nos recuerda que la «regresión postpatriarcal» que está experimentando Occidente pone en peligro la propia civilización: «Si el macho ha dejado de ser padre, entonces debe ser otra cosa. La solución más simple a esta crisis radical de identidad es el regreso a la condición precedente a la invención del padre. Se produce así una iniciación a la masculinidad adulta de tipo regresivo…regresamos al estado prepaterno de la escala evolutiva…la regresión hacia el macho irresponsable (agresivo, impaciente, hipersexualizado) parece haber alcanzado niveles nunca vistos…se encuentra en peligro la propia civilización» (L. Zoja, El gesto de Héctor. Prehistoria, historia y actualidad de la figura del padre, ed.Taurus, 2018).
En defensa de la verdad
Algo resuena con un acento de verdad en todas las arriesgadas y políticamente incorrectas afirmaciones de Winter. Este osa defender la alteridad sexual frente a aquellos que desde el poder político pretenden mimetizar las uniones homosexuales a la familia tradicional (aunque de «tradicional» solo le quede a día de hoy precisamente la heterosexualidad). Ya en 2011 Winter afirmó que «legalizar la homoparentalidad es matar al padre y la madre». Por estas opiniones fue calificado como amarillista, amenazante, homófobo y ultraconservador.
Pero él insiste. Para que el hijo crezca de forma equilibrada precisa de un padre y de una madre, la alteridad sexual es esencial: «De la combinación de dos deseos y de dos historias, ambas marcadas por el sexo y por las generaciones sucesivas, se extraerán los rasgos constitutivos de la psique del niño, con los que crecerá».
Sobre las parejas del mismo sexo que «desean» ser padres, la oposición de Winter, derivada del sufrimiento que ha conocido de primera mano de los descendientes de estas parejas, es categóricamente clara. Por ello, el autor, en la exposición de sus puntos de vista desde su experiencia clínica, se muestra contundente: «Solo espero que sopesemos las posibles consecuencias antes de darles en la Ley un lugar equivalente al de las familias tradicionales».
Opinión que hizo pública ya con anterioridad a su exposición en el Senado francés: «No tengo dudas sobre la capacidad de querer o educar a un niño de parte de los homosexuales, pero criar a un niño no es suficiente para hacer una filiación. Decir que un niño nace de un padre A y un padre B y no un padre y una madre significa despojarlo voluntariamente y en principio la mitad de su parentesco y su identidad. El problema, por lo tanto, no es el homosexual, sino la «homoparentalidad». En el momento en que una ley aprueba y fomenta estos arreglos genealógicos, el concepto de crianza cambia para todos. Un psicoanalista es demasiado consciente del sufrimiento y la angustia que experimentan quienes tienen que afrontar la falta de un padre o una madre para no preocuparse por las consecuencias lógicas, a largo plazo de la negación de la diferencia sexual del parentesco» (21 de septiembre 2018, Facebook).
Estamos, en definitiva, ante un libro valiente. Sus ideas son extrañas en una sociedad que vive bajo la esclavitud ideológica del género, pero no son estériles. Pueden suscitar en muchos antipatía, oposición e incredulidad pero siempre harán pensar. Y, en último término, gusten o no, son exposición de la verdad científica.