Por Peter Hoekstra en Gatestone Institute
Irónicamente, mientras los norteamericanos padecen el incremento del precio del gas en las gasolineras, EEUU está de hecho financiando la agresión rusa en Ucrania comprando a Rusia 500.000 barriles de petróleo al día. A 100 dólares el barril, eso procura a Putin 50 millones de dólares diarios que le ayudan a destruir Ucrania, a la que posiblemente sigan Moldavia, Lituania, Eslovaquia, Letonia, Estonia, Rumanía y Polonia.
En estos momentos, las fuerzas ucranianas parecen superadas en efectivos y armamento por el Ejército ruso. Si el presidente de Rusia, Vladímir Putin, consigue finalmente imponerse sobre Ucrania y su capital, Kiev, asegurémonos de que sea su Waterloo.
Impulsada por el liderazgo firme y pugnaz mostrado por el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, la reacción global a la invasión de Putin se ha vuelto rápida y contundentemente contra Rusia. Las sanciones al Banco Central ruso y las restricciones a algunos bancos rusos en el uso del sistema de transacciones Swift han reducido el valor del rublo a menos de un centavo, mientras los tipos de interés en la propia Rusia se han disparado hasta el 20%. El mercado de valores ruso ha sido cerrado preventivamente para impedir su colapso, y las aerolíneas rusas tienen prohibido surcar los cielos de buena parte del planeta.
En un giro sorpresivo y asombroso, Alemania ha puesto en suspenso el gasoducto Nord Stream 2, y el 1 de marzo el operador del mismo se declaró en bancarrota y despidió a todos sus trabajadores. En otro movimiento impresionante, que ha puesto fin a una política que se había mantenido vigente durante décadas, el canciller alemán, Olaf Scholz, anunció que su país aumentará el gasto militar para cumplir con el 2% del PIB comprometido ante la OTAN, e incrementará notablemente sus capacidades militares. Como embajador de EEUU ante los Países Bajos, yo abogué por ambas cosas.
Cuando Putin emprendió su campaña militar, seguramente no vio que uniría a Europa y Occidente, que reforzaría a la OTAN y que hundiría a la economía rusa.
La Administración Biden se ha apresurado a sumarse a las sanciones y demás medidas contra Rusia; pero, ojo, Biden se ha sumado, no ha liderado. Fueron de hecho los europeos quienes tomaron la iniciativa suspendiendo el Nord Stream y restringiendo el acceso ruso al Swift. Europa y Canadá cerraron su espacio aéreo a los aviones rusos, mientras que el de EEUU permaneció abierto (su cierre sólo se decidió la pasada noche). Alemania cambió el rumbo de su gasto militar, pero la Administración Biden sigue sin revertir la dependencia norteamericana del petróleo y el gas rusos a base de incrementar la producción propia y abrir nuevos oleoductos en el territorio nacional. Tampoco se ha hecho nada por cerrar los enormes agujeros en lo relacionado con las sanciones a los sectores petrolero y energético rusos, o por aprobar el gasoducto EastMed, que diversificaría el suministro energético de Europa.
Irónicamente, mientras los norteamericanos padecen el incremento del precio del gas en las gasolineras, EEUU está de hecho financiando la agresión rusa en Ucrania comprando a Rusia 500.000 barriles de petróleo al día. A 100 dólares el barril, eso procura a Putin 50 millones de dólares diarios que le ayudan a destruir Ucrania, a la que posiblemente sigan Moldavia, Lituania, Eslovaquia, Letonia, Estonia, Rumanía y Polonia.
En vez de financiar la guerra de Putin, América debería abrir el oleoducto americano Keystone XL y promover la producción nacional de petróleo de esquisto y gas. En cambio, la Administración Biden parece empeñada en apostar por sus políticas energéticas fallidas: «La OPEP le dice a Biden: si quieres más petróleo, extráelo tú», el Green New Deal –por el que los americanos se supone que van a comprar caros vehículos eléctricos que por supuesto precisan de combustibles fósiles para ser producidos– y el «cambio climático».
Dice mucho de las prioridades de la Administración Biden que, mientras la guerra se recrudece, los civiles son masacrados y el mundo entero se ve amenazado por Rusia, China e Irán. Lamentablemente, el «estimado» equipo de seguridad nacional de Biden también decidió compartir inteligencia norteamericana sobre Rusia con el Partido Comunista de China (PCC), en la esperanza de que éste se alineara con Occidente para detener la agresión rusa. Como expresidente del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, me parece alucinante que la comunidad de inteligencia y el equipo de seguridad nacional de Biden pudieran siquiera pensar que eso era buena idea.
El liderazgo empieza desde arriba, y el de Zelenski –incluso el de Europa– contrasta vivamente con el fallido liderazgo de casi cualquier rincón de la Administación Biden, Bajo el liderazgo de Biden estamos experimentando políticas que piden a los americanos sacrificarse y acaban beneficiando a la agresión rusa, en vez de desatar la ingeniosidad y creatividad americanas para afrontar el desafío. Mientras los ucranianos se juegan la vida y luchan hasta la muerte por salvar a su país, la Administración Biden anda preocupada por el CO2. Con su promoción de la energía verde, vemos que la Administración Biden está abrazando estrategias que empoderan al Partido Comunista chino, que controla los minerales raros y la producción de los paneles solares que precisa la susodicha energía verde.
Zelenski, que puede acabar pagando con la vida, evidentemente vio la necesidad de procurar un liderazgo firme a su pueblo ante un enemigo superior en términos militares. Cuando el equipo de Biden le ofreció evacuarle de Kiev, Zelenski respondió: «Necesito municiones, no un paseo». Suiza abandonó su célebre neutralidad para sancionar a Rusia y congelar los activos de los oligarcas rusos depositados en sus legendarios bancos. El canciller alemán, Olfal Scholz, provocó un cambio al cerrar el gasoducto ruso Nord Stream 2, ahora en bancarrota, y potenciar el Ejército alemán. Suecia y Finlandia están considerando seriamente revertir sus posiciones tradicionales para sumarse a la OTAN. Mientras, la Administración Biden sigue empantanada en su política de dependencia energética, incluso cancelando el crucial gasoducto EastMed de Israel, Chipre y Grecia, aliados de EEUU. El EastMed debería ser construido sin más demoras.
Veamos si Ucrania se convierte en el fin de trayecto para Putin, que ya ha acumulado un largo historial de crímenes de guerra y demás atrocidades. Su Waterloo. Sólo hemos impuesto sanciones financieras con poco entusiasmo, «llenas de agujeros», y no hemos puesto en la mira el petróleo y el gas de Rusia. Hemos contemplado pasivamente el salvaje asalto de Putin sobre Ucrania en tiempo real, sus incontables crímenes de guerra –incluyendo el «arrasamiento de áreas civiles» y, según se ha informado, el uso de bombas de racimo y de vacío– y la crisis humanitaria que ha provocado. Esperemos que Biden dé muestras de liderazgo real y cambie de rumbo para que América deje de depender de Rusia y China, con independencia del resultado. Ahora que sería en el mejor interés de los Estados Unidos.
Peter Hoekstra fue embajador de EEUU en los Países Bajos durante la Administración Trump. Fue miembro de la Cámara de Representantes durante 18 años y presidió su Comité de Inteligencia. Actualmente preside el Consejo Asesor del Center for Security Policy y es distinguished senior fellow en el Gatestone Institute.