Por Salud Hernández-Mora

Como española debo admitir que me cansé del constante reclamo y los hirientes reproches por hechos sucedidos hace 500 años. Y como colombiana pienso que el permanente victimismo por acontecimientos tan lejanos, en lugar de fortalecer, debilita a países y sociedades.

El yugo no es España, sino inculcar a los ciudadanos la idea de que después de 200 años de independencia son otros los culpables de todos los atrasos y desgracias.

Alemania se levantó de las cenizas en solo 20 años. Y había sufrido dos severas derrotas bélicas.

Por mi parte, en lugar de pedir perdón por Isabel la Católica y los españoles que descubrieron América, los exalto. Protagonizaron una gesta admirable. De ahí que Francisco de Pizarro sea uno de mis personajes admirados.

Cada vez que voy a Gorgona quedo admirada del arrojo y persistencia de aquel hombre, nacido en Trujillo, lejos del mar y en medio de la aridez extremeña. Pasó meses en la isla diminuta, frondosa, atestada de zancudos y culebras, aguardando un permiso real que debía llegar en barco desde Panamá para continuar explorando el sur del continente.

No solo luchaba contra la incertidumbre, la soledad y los animales. También, contra la incredulidad y desesperación de su gente, hastiada de penurias, peligros y fracasos, ansiosa de regresar a la seguridad de su patria.

Rozaba el medio siglo de vida cuando descubrió Perú con un puñado de sobrevivientes. Toda una hazaña, máxime para alguien de su edad en los albores del siglo XVI.

Hoy en día, los turistas aterrizan en Guapi, navegan en lanchas seguras con chalecos salvavidas hasta Gorgona, se vacunan contra la malaria, van atiborrados de repelentes de insectos, necesitan guía para no perderse por los caminos hacia el único cerro, preguntan por suero antiofídico por si acaso les muerde una serpiente y revisan las sábanas antes de acostarse no vaya a ser que haya una. Algunos bautizan esos paseos de “turismo aventura”.

Isabel la Católica es otra figura excepcional, por encima de la de Pizarro. Una mujer adelantada a su tiempo. Con una visión y carácter que ya quisieran atesorar los políticos actuales que hablan a cada rato del “yugo español”. No le llegan a la altura de los zapatos.

Entre sus innumerables méritos, además de tener los arrestos para respaldar el sueño de Colón, adicionó a su testamento su consabido anhelo de proteger a los nativos. Lo hizo en 1504, aunque para entonces ya existía su progresista “Ley de Indias”, todo un tratado de derechos humanos.

“Suplico al rey y mando a la princesa, mi hija, que sea su principal fin: no consientan que los indios reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, que sean justamente tratados y si algún agravio reciban, lo remedien y provean, para que no se sobrepasen”, dictó Isabel al borde de muerte.

Si en la actualidad resulta imposible imponer en la otra Colombia las leyes de la república y son las bandas criminales las que aplican las suyas, resulta ridículo pretender que la España del siglo XVI exigiera el estricto cumplimiento del mandato real al otro lado del Atlántico. 

Y son incontables los hechos que refutan la leyenda negra, sin ignorar las atrocidades. Igual de numerosas que los horrores que cometían aztecas, incas o caribes contra otras etnias. Pero es absurdo enzarzarse en un cruce de recriminaciones de un pasado que algunos políticos todavía usan para exculpar a los nacionales de sus propios pecados.

Aunque no será fácil que abandonen esa arma arrojadiza, como vimos esta semana.

El rechazo al frac de Petro fue lo de menos. Lo demagogo, lo ridículo fue la explicación. No lo vistió porque “es un símbolo que tiene que ver con las élites, con la antidemocracia”. Se nota que nunca vio bailar a Fred Astaire y Ginger Rogers. Como dizque era tan pobre que robaba libros, no tendría para películas en blanco y negro.

Y si el frac es elitista, todo le parece vestigio de una sociedad decadente, ¿qué es el vestido de gala de Verónica? ¿Protocolo antidemocrático para uno y no para el otro? ¿Y el collar de la Orden de Isabel la Católica? ¿Le enorgulleció lucirlo? ¿Por qué Verónica se cambió tres veces de modelo, a cuál más costoso, el primer día mientras la reina Letizia lució la misma pinta? ¿No es el consumismo salvaje la causa del cambio climático? ¿No era el gobierno de la austeridad?

Si en lugar de tanta explicación pendeja Petro se pone el frac y suelta su discurso en la cena de gala, nadie pararía bolas a lo superficial y se habrían fijado en sus palabras.

La segunda imagen que ancla a Colombia en el feudalismo fue la amenazadora guardia indígena en el Capitolio. Los empresarios españoles, a los que hizo esperar hora y media, porque la grosería forma parte del protocolo petrista, debieron creer que representaban una ceremonia de los tiempos de la Conquista.}

Mejor que no descubran que en pleno siglo XXI existe un presidente que defiende esa manera ancestral de presionar la aprobación de sus leyes.