Por Dayana Cristina Duzoglou

«En la era del clicktivismo, la ilusión de participación es más peligrosa que la apatía, pues nos adormece con la retórica del cambio mientras sigilosamente nos conduce a un laberinto algorítmico diseñado para el conformismo dócil.

En los albores de la era digital, donde el conocimiento y la información se despliegan con un simple clic, la dinámica de nuestra interacción con la realidad ha sufrido transformaciones profundas. Micah White, al introducir el concepto de clicktivismo en el año 2010 en un artículo del periódico “The Guardian”, arrojó luz sobre la nueva forma de participación social, impulsada por las redes sociales y las herramientas online. Sin embargo, la paradoja emerge cuando los algoritmos, auténticos arquitectos de nuestra experiencia digital, entran en escena moldeando nuestros pensamientos mucho más allá de lo necesario. En lugar de ser meros facilitadores de información, se convierten en los escultores invisibles de nuestras percepciones, moldeando nuestras mentes de formas que apenas comenzamos a comprender. Esta manipulación sutil y constante, que va más allá de una sutil influencia, puede ser vista como una forma de lavado de cerebro digital o ideologización.

En tiempos anteriores a la revolución digital, la búsqueda y adquisición de conocimiento involucraba una exploración activa, una diversidad de fuentes y una formación de opiniones basada en un análisis reflexivo y profundo. El espectro de visiones e ideologías se desplegaba ampliamente, y las perspectivas se construían desde un análisis considerado. Pero los algoritmos han alterado esta ecuación.

Hoy en día y segundo a segundo, los algoritmos de las redes sociales toman las riendas, determinando qué contenido se nos presenta, reduciendo nuestra exposición a un estrecho rango de ideas y perspectivas. Este fenómeno ha resultado en una disminución de nuestra capacidad para mantener mentes abiertas a puntos de vista divergentes. Nos hemos vuelto menos tolerantes y paradójicamente menos informados, al no considerar otras visiones del mundo, de la sociedad y de la política.

Adicionalmente, la sombra del sesgo en los medios de comunicación y la proliferación de noticias falsas contribuyen a la formación de opiniones distorsionadas sobre figuras públicas y eventos. La información, en lugar de ser una herramienta para la comprensión, se convierte en un terreno minado de manipulación y percepciones sesgadas que nos van aislando en un mundo distante del real.

El activismo digital, o «clicktivismo», ha emergido como una expresión contemporánea de participación ciudadana, permitiéndonos apoyar causas, firmar peticiones y financiar proyectos con un solo clic. No obstante, tras esta aparente libertad llena de humanidad y participación social, se oculta una dictadura silenciosa: la de los algoritmos de las grandes plataformas tecnológicas, que controlan el 92% del tráfico global en internet, según datos de Amnistía Internacional.

Estos gigantes tecnológicos han creado algoritmos sofisticados diseñados para retener nuestra atención, explotando las vulnerabilidades humanas para mantenernos absortos en sus plataformas, como bien lo señaló el CEO de Apple, Tim Cook. La ilusión de libertad que ofrece el clicktivismo es, en realidad, un velo que encubre una arquitectura astutamente diseñada para influir en nuestras ideas y orientaciones políticas y sociales.

La inquietante pregunta que se plantea es si, en la era de las redes sociales y de la sobreinformación, realmente estamos en control de nuestras propias opiniones. Este cuestionamiento nos invita a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de nuestra interacción con la información, la influencia de los algoritmos y la fragilidad de nuestras percepciones en un mundo cada vez más digitalizado y conectado.

El Auge del Clicktivismo

El término «clicktivismo», denota una forma superficial de ciberactivismo que se ha popularizado en la última década. Esta práctica, que solo requiere un clic del ratón para respaldar una causa, ha experimentado un aumento exponencial.

Según un estudio de Pew Research (2017), la participación ciudadana a través del clicktivismo se ha disparado un 600% en los últimos 10 años. Actividades como firmar peticiones online o hacer donaciones a ONGs se han convertido en parte del activismo diario de millones de personas. Sin embargo, el propio Micah White, creador del término, advierte que el clicktivismo es una ilusión peligrosa que reduce el activismo real a simples peticiones digitales, aislando a la gente y debilitando los movimientos sociales.

De hecho, politólogos como Evgeny Morozov concuerdan en que el clicktivismo refleja una «pereza digital» que mata el auténtico compromiso social, sirviendo además a propósitos políticos de ideología woke.

Es especialmente preocupante el uso del clicktivismo por ciertos sectores de izquierda para generar una falsa sensación de inclusión y acción colectiva. Este activismo simbólico se nutre de desinformación abundante en redes como TikTok, red china cuyos algoritmos también sirven a una causa política aliada al Partido comunista chino que necesita tener controlado a sus 90 millones de militantes y, además, necesita exportar su proyecto de control social.

Como explicó el escritor Malcolm Gladwell, las redes sociales son efectivas diseminando información, pero débiles, generando lazos y motivando acciones sostenidas.

El debate está abierto: ¿estamos frente a una democratización real de la participación o ante una ilusión peligrosa de activismo fomentada por intereses políticos y económicos?

Clicktivismo y Algoritmos: ¿Quién está en Control?

En la intersección del clicktivismo y los algoritmos, surge una pregunta inquietante: ¿Quién está realmente en control? Los algoritmos, diseñados para mantenernos enganchados a nuestras pantallas, juegan un papel crucial en la determinación de qué causas vemos y apoyamos. Según un estudio de Pew Research Center, el 64% de los usuarios de redes sociales dicen que su visión del mundo ha sido influenciada por lo que ven en sus redes y sus feeds.

Entonces de nuevo surge la pregunta¿estamos realmente en control de nuestras propias opiniones, o estamos simplemente siguiendo la corriente de lo que los algoritmos deciden mostrar? A medida que los algoritmos se vuelven más sofisticados, la línea entre la formación de opiniones y la manipulación de opiniones se vuelve cada vez más borrosa. Como afirmó Eli Pariser, autor de “The Filter Bubble” (El filtro burbuja en español) estamos atrapados en una “burbuja de filtros” donde los algoritmos nos muestran lo que quieren que veamos, no necesariamente lo que necesitamos ver y la web decide lo que leemos y lo que pensamos

Conclusión

El clicktivismo ha revolucionado la participación política y social, sin embargo, en las sombras acechan algoritmos que manipulan nuestras experiencias digitales, poniendo en duda la legitimidad de nuestras opiniones y la pureza de nuestro libre pensamiento.

Estas dos caras de la moneda digital, clicktivismo y algoritmos, interactúan perversamente: si bien el clicktivismo permite adherirse a causas de modo instantáneo, son los algoritmos los que deciden estratégicamente qué causas llegarán a nosotros. Surge, pues, la inquietud: ¿estamos gobernando nuestras ideas o simplemente navegamos la corriente de lo que los algoritmos autorizan?

Quizás ha llegado la hora de recuperar la genuina libertad que antaño nos definió, aquella donde el conocimiento no tenía filtros artificiales ni activistas de sofá, donde las empresas y ciudadanos conscientes marcaban la agenda del cambio social con acciones que hoy nos parecerían radicalmente transformadoras.

Retornar el poder sobre nuestras mentes implica sospechar de una manipulación tecnológica que amordaza nuestro espíritu bajo la máscara libertaria de la era digital. Solo así lograremos exprimir los beneficios del clicktivismo sin rendir nuestra esencia ante el oráculo matemático que dicta una inquietante y nueva verdad.

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