Por Omar Lugo en The Objective
El Gobierno de Nicolás Maduro recurre a la posición histórica de Venezuela como país petrolero
En mundo donde los conflictos geopolíticos involucran de algún modo a grandes productores de petróleo y gas, la delicada ecuación entre oferta y demanda en el mercado de hidrocarburos alimenta la incertidumbre de gobiernos, empresas, inversionistas, especuladores de mercados y hasta de conductores que llenan el tanque para sus vacaciones de verano.
Venezuela, un país de menguada economía que en el pasado fue el sexto mayor exportador de mundial de crudos, busca acomodarse en este mapa de riesgos. Su gobierno no es reconocido por las principales democracias de corte occidental ni por las instituciones financieras multilaterales, especialmente después de las cuestionadas elecciones presidenciales de 2024, donde todos saben lo que hicieron ese verano pasado.
Esto significa que el chavismo tiene severas limitaciones para encontrar capitales frescos que estén dispuestos a enfrentar posibles sanciones secundarias por negociar con un gobierno que es acusado en instancias internacionales de violaciones a los Derechos Humanos; de perseguir y encarcelar a opositores políticos, y de no respetar las normas de los negocios, hasta el punto de haber confiscado si compensación en el pasado centenares de empresas y activos en nombre de la llamada revolución socialista del siglo 21.
Hoy Maduro y su ministra de Hidrocarburos, la también vicepresidenta Delcy Rodríguez, intentan abolir esa imagen de país poco confiable para los negocios petroleros y culpan de todo a las «medidas coercitivas unilaterales», como califican a las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea al chavismo.
Rodríguez, una de las personas más poderosas del ala civil del chavismo, dijo en el 9° Seminario Internacional de la OPEP, en Viena que el 26% de la producción petrolera y el 46 % de las reservas petroleras del planeta están sometidas a «medidas coercitivas unilaterales». Se refiere a las sanciones aplicadas, por ejemplo, contra Rusia, por su invasión no provocada contra Ucrania; o a Irán, por su oscuro programa nuclear y su apoyo manifiesto a grupos terroristas como Hamas.
«El mundo está en guerra, los principales productores energéticos están involucrados y los principales consumidores energéticos son objetivo. El expansionismo sionista afecta una región importante productora de petróleo y de gas… Tres países que estamos sentados acá, Libia, Irán y Venezuela estamos bajo foco», dijo Delcy en su intervención en Viena.
El petróleo de la patria
Pero el chavismo nunca menciona que otros países sometidos a sanciones, incluyendo la propia Rusia e Irán, mantienen una robusta producción petrolera y de alguna manera siguen llevando su oferta a los mercados, especialmente de Asia y el lejano Oriente. El discurso oficial ignora que la corrupción endémica; las pocas inversiones; la desactualización tecnológica; la falta de personal capacitado y los pobres salarios para profesionales y técnicos de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) explican en buena medida el derrumbe de la industria petrolera venezolana, que es el principal motor de la economía de este país.
Las sanciones, coinciden expertos petroleros, solo han sido la guinda del pastel en una industria petrolera que a partir de 2013 vio derrumbarse los ingresos por exportaciones, no tanto por la caída de los precios mundiales del crudo, sino por el sostenido declive de la producción. En Venezuela, afirma Delcy, las transnacionales petroleras occidentales (como Repsol, Chevron, ENI y grandes prestadoras de servicios) «dependen de los vaivenes de los EEUU, lo cual compromete sus inversiones».
Pero, afirma, ello no ha impedido que «se esté recuperando producción petrolera», el país se prepare para exportar gas natural en 2027 y se fortalezcan alianzas con Rusia, China, Irán, India, Turquía y países no alineados, «que han permitido que haya inversiones en Venezuela».
Mientras tanto, en un mundo sacudido por la volátil y caprichosa política arancelaria de Trump y por peores expectativas de crecimiento económico en China y Europa, resulta que la oferta de petróleo es abundante, tanto como para apaciguar los miedos que saltaron desde 2022 junto con los primeros disparos de Rusia sobre Ucrania; o más recientemente con las bombas lanzadas por Estados Unidos e Israel sobre Irán.
La Agencia Internacional de Energía, que responde a los grandes países consumidores y nació como un contrapeso de la OPEP, prevé en su último informe que la demanda mundial de petróleo aumente solo en 700.000 barriles por día (bpd) en 2025, su nivel más bajo desde 2009, con la excepción del año 2020, donde el mercado estuvo afectado por el cisne negro de la pandemia de Covid 19.
Mientras, la oferta mundial aumentó drásticamente en junio, liderada por Arabia Saudita. Se proyecta que ese chorro de crudo siga abierto en lo que queda de 2025 y 2026, bombeando más petróleo tanto desde países fue fuera de la OPEP, como del propio grupo y sus amigos, que ya han revertido el 80% de los recortes que había suprimido desde 2023. «La escalada de las tensiones geopolíticas se enmarcó en un contexto de un mercado aparentemente sobreabastecido», señala la Agencia, al contar que solo en junio la oferta mundial aumentó 2,9 millones de bpd respecto a un año antes.
«Estos grandes aumentos de la oferta se comparan con el modesto crecimiento previsto de la demanda mundial de petróleo» en 2025 y 2026. Esto significa que los precios tienden a mantenerse estables tirando a la baja. En cualquier caso, Venezuela no ha podido aprovechar la fiesta ni por el lado de los precios ni por el del aumento de la oferta.
La retórica oficial chavista, bañada con tintes nacionalistas y patrióticos, afirma que la industria petrolera se está recuperando sostenidamente y que el país encadena varios meses seguidos produciendo más de un millón de barriles por día. Pero los propios datos de la OPEP contradicen la versión oficial chavista. En mayo la producción fue de 896.000 bpd, de acuerdo a las fuentes secundarias, a las que los socios y mercados le dan más credibilidad. Esa producción estuvo un poco por encima de los 868.000 bpd que en promedio produjo el país en 2024.
Venezuela enfrenta la paradoja de que tiene una industria petrolera debilitada mientras presume de disponer de las mayores reservas de petróleo del mundo en un solo territorio: son 303.000 millones de barriles, casi la cuarta parte de lo que tienen todos los países de la OPEP juntos. Pero es un crudo extrapesado, la mayor parte bitúmenes, y necesita enormes inversiones adicionales para llevarlo a los mercados.
También dispone de las octavas o décimas mayores reservas de gas natural del mundo, aunque apenas aprovecha este recurso y la mayor parte lo quema impunemente en la atmósfera, convirtiendo a este país en un importante contribuyente en la emisión de gases de efecto invernadero. Números recabados por la OPEP en su último boletín estadístico anual recogen que el sistema de refino del país tiene capacidad para procesar 2,154 millones de bpd, pero en 2024 sólo procesó 335.000 bpd, es decir, apenas trabaja al 15% de su capacidad instalada.
Hoy empresas de China e Irán ejecutan contratos con Pdvsa para ayudar a rescatar esas refinerías y tratar además de aliviar la escasez crónica de combustibles diésel y gasolina que sufre el país. Las exportaciones de petróleo venezolano promediaron 656.000 bpd en 2024, y eso que ese fue un buen año, porque todavía estaban plenamente vigentes las licencias del Gobierno de Estados Unidos que le permitían vender crudo a ese país.
Hoy, la vecina y emergente Guyana ya exporta una cantidad similar de crudo.