Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Y la popularización de los memes en el siempre cambiante mundo digital no hizo más que comprobarlo. Hoy en día, estas imágenes -fijas o animadas, simples y universales o tan complejas y de nicho que rozan lo inentendible- reconfiguraron la forma de comunicarse, hacer humor, compartir información y hasta denunciar injusticias.
Por: René Salomé – Infobae
¿Son los memes el nuevo arte del siglo XXI? ¿Qué hay detrás de su furor? ¿Por qué, a pesar del lugar que ganaron en la vida cotidiana, no son objetos de estudio ni de análisis? Para suplir esta falta, el semiólogo francés François Jost se dedicó a investigar los orígenes, el desarrollo y las implicancias de los memes en los últimos años, desde el rol del anonimato y la modificación popular (como sucedía en los poemas épicos de la antigüedad) hasta su capacidad de ser vehículos de cambio.
“Los memes aportan una nueva forma de ver. Estas nuevas maneras de ver se expresan en géneros que traducen muy bien nuestros sentimientos, nuestros miedos y pensamientos sobre el mundo. Para mostrar lo que nos dicen los memes y de qué son síntomas, no hay que tratarlos de manera aislada. Atrás de un meme hay una réplica, una imagen o una alusión a otro que lo ha precedido y del que luego otros se inspiran. Por esta razón, multipliqué las imágenes con perspectiva de aclarar lo que llamo la vida de los memes”, escribe el autor.
En Dígalo con memes, editado por La Crujía, Jost disecciona uno de los grandes fenómenos digitales que constituyen una de las bases fundamentales de la vida en Internet y logra poner en palabras algo casi indescriptible como solo un profesor de la Sorbona podría hacerlo.
Todo internauta tuvo la experiencia, un día, de enfrentarse a una imagen que no había buscado y que vino a mezclarse entre sus tweets o en su página de Facebook. Hasta donde recuerdo, mi primera experiencia fue este GIF sorprendente en el que un hombre giraba sobre sí mismo, logrando una rotación de 180°, acompañando su movimiento con un gesto del brazo y una mirada hacia la derecha, como si se dirigiera a alguien. ¿En qué escenario? No lo sé, pues los lugares en los que estaba se multiplicaban muy rápido: una juguetería, un aula vacía, un mapa de Francia con los resultados de las elecciones departamentales de 2015, y más reciente aún, el estante de papel higiénico de un supermercado completamente vacío.

No había visto Pulp Fiction y, además, no soy muy fisonomista, así que no había reconocido a Travolta ni la escena de la que provenía esto que se llamó Confused Travolta o «Travolta desconcertado». Como algunas consignas que aparecen en las redes sociales sin que sepamos de dónde provienen (por ejemplo, una pantalla negra en lugar del perfil de Facebook para significar el «apagón femenino» contra la violencia hacia las mujeres), este GIF volvía como una evidencia, desprovisto de toda explicación. Si no fue mi primera experiencia de un meme, fue al menos la que me dio de probar el gusto por este objeto. Más tarde supe que la versión original de este GIF muestra al personaje de Vincent Vega mirando alrededor de una habitación mientras que el personaje de Mia Wallace le da indicaciones por intercomunicador.
La forma en la que recibí esta imagen es bien característica de lo que llamamos un meme. Circula solo, sin explicación, y traza de entrada una frontera entre los que entienden y los que no comprenden qué significa. Hasta ahora, pocos investigadores se han interesado por este fenómeno, que todos reconocen, sin embargo, como típico de la cultura digital contemporánea. Son varias las razones de esta escasa propensión al tema. Algunos lo archivan directamente como caso cerrado, al considerar que los memes deben ser en extremo simples para circular rápido, lo que nuestro ejemplo contradice de forma notoria. Otros añaden que, después de todo, no aportan nada nuevo. Al privilegiar el desvío, no harían más que retomar la parodia como una tradición antigua, presente en todos los momentos de la historia y en todos los medios de comunicación.