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Estamos en la era trans

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Hasta hace poco lo “in” era declararse postmoderno y citar mucho a los autores claves, como Lyotard.  Pero ahora sus principios han sido fortalecidos e impuestos, con éxito, por el pensamiento que la filósofa Rosa María Rodríguez Magda llama transmoderno, que ha logrado permear todos los discursos y ámbitos. Ahora, no se habla más que de lo “transnacional, transétnico, transfronterizo, transcultural, transgénico, transhumano, transexual… Es la transmisibilidad y la transformación lo que caracteriza a nuestra sociedad (así que son) la transgresión y la trascendencia nuestras únicas esperanzas” (RMRM, 2019. La mujer molesta. Feminismos postgénero y transidentidad sexual. Editorial Ménades, Trincheras. P. 84).

Por: Gioconda Espina – Tribuna Feminista

La globalización es transnacional y no sólo lo demuestran las obligadas alianzas políticas de los Estados y el mercado, sino las organizaciones que van desde las adscritas a la ONU y el Banco Mundial hasta las ONG más activas. Las tecnologías de la información y comunicación, TIC, han sido clave para ello.

Trans-humanos

La ciencia no ha escapado de lo trans y, con la alianza de grandes empresas (RMRM menciona a Bayer y a Monsanto) tiene años trabajando en la producción de alimentos transgénicos, la hibridación y la clonación animal. No es de extrañar que por este camino de la investigación biotecnológica se haya derivado a la eugenesia y a una propuesta “entre la ciencia y el delirio: el transhumanismo” (Ibíd.: 86). Quiero agregar en este punto que me parece que el éxito editorial de un autor como Yuval Noah Harari (Cfr. Homo Deus. Breve historia del mañana. Editorial Debate), se basa en que le saca partido máximo a ese futuro transhumano que nos alcanzaría más temprano que tarde, de otro modo no se entendería la multitud de fans que tiene en todos los idiomas, especialmente entre los lectores jóvenes.

Lo que la autora logra es ubicar el modelo de lo transexual de los cuerpos que, como ha denunciado en sus últimos 2 libros Alicia Miyares, se intenta imponer como modelo único de la sexualidad de hombres y mujeres, por el lobby trans-queer apoyado por empresarios con intereses específicos, que no reparan en gastos para contratar en cada país abogados, expertos en farmacología y medicina y, sobre todo, la publicidad y mercadeo del modelo en todos los medios, de ahí la propagación de su propuesta a nivel global y en todos los ámbitos: de las universidades a las RRSS y la TV, pasando por todos los grados de la educación de niños y adolescentes. Cada día sabemos de una madre que se ha quedado de piedra cuando su niño o niña le llega del cole diciéndole “yo creo que soy bi”, la pregunta que se hacen los niños de 6to grado de la popular serie Big Mouth, de Netflix.

Trans-feminismos

Lo que más preocupa, sigue RMRM, es que la demolición de valores modernos como la igualdad (por ejemplo, de las mujeres con los hombres) haya sido sustituido —por el feminismo de la tercera ola, al que no duda en llamar transfeminismo— por el de diversidad, concepto difuso a fuerza de incluir ahí a muchas minorías con diversos grados de discriminación en cada país.

El transfeminismo, lo sabemos también en Venezuela, es un pastiche de postulados, desde los butlerianos de género que amplían como sujetos del feminismo no sólo a los hombres que se sienten o perciben como mujeres en cuerpos equivocados, conforme al Principio de Yogyakarta, 2007, sobre el que se han redactado todas las leyes trans (el parlamento español acaba de aprobar la suya este febrero de 2023) sino a todo colectivo violentado por la sociedad, agregando las variables raza y clase.

También asume el transfeminismo la deconstrucción de la categoría “mujer” de Butler y la crítica, tanto a la heteronormatividad, denunciada por el feminismo lésbico de Monique Wittig y Adrianne Rich y el eurocentrismo confrontado por el feminismo postcolonial. No se jerarquizan las diversas opresiones y más bien se habla de intersecciones y transversalidad, así como de alianza entre los diversos colectivos oprimidos de los cuales — aquí está el detalle que suelen obviar– hacen parte las mujeres sólo por el hecho de ser mujeres.

Por un «feminismo postgénero»

Feministas socialistas como Nancy Fraser y Terry Eagleaton, tienen años diciendo que lo peor que ha logrado ese transfeminismo es, creyéndose muy progre, abandonar la lucha política por la conquista de derechos de las mujeres, especialmente las madres trabajadoras más pobres, hasta el punto de coincidir con frecuencia con los financistas que medran con las transiciones de un sexo a otro desde la infancia (legalizadas con las leyes trans).

Encima, como hemos visto en los últimos años, este transfeminismo no se corta para atacar, incluso físicamente, a las feministas que luchan por la igualdad, las libertades y la sororidad, si no que le pregunten a Marcela Lagarde (en México) y Alicia Miyares (en España), por nombrar sólo a dos agredidas muy conocidas.

Necesitamos, concluye RMRM, un «feminismo postgénero» que rescate los retos incumplidos de la modernidad, asumiendo la crítica que le ha hecho el pensamiento postmoderno y asumiendo la diversidad, pero sin dejar de priorizar la desigualdad estructural hombre/mujer; un feminismo que no confunda derechos con deseos y que actúe eficazmente en el terreno político.

Gioconda Espina es profesora titular de la Universidad Central de Venezuela. Estudios de género y psicoanálisis.

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