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‘Hay un creciente descontento y anhelo’: la crónica del viaje a Cuba de una reportera rusa

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Vía DDC

La revista rusa ‘Moscovita’ envía una periodista a la Isla a por langostas y tabaco, pero su balance de la visita es desolador.

Una reportera de la revista rusa Moscovita, que visitó Cuba buscando diversión, confesó en una crónica de su viaje que encontró en la Isla «una tensión notable, un creciente descontento y anhelo. No hay tiempo para canciones, en general».

De acuerdo con el texto «Moscovita más allá de la carretera de circunvalación de Moscú: a La Habana por langostas, cigarros y colas», la periodista Anna Matveeva contó que hizo un vuelo de 14 horas hasta Varadero y luego se fue a La Habana en taxi.

Allí percibió «la encarnación de los sueños de varias generaciones de soviéticos: fachadas en mal estado, pero aún brillantes, autos retro de color neón y palmeras, palmeras, palmeras. (…) Eso es exactamente lo que esperábamos de la capital cubana: desborde de vitalidad, bailar en la calle, diversión a pesar de la pobreza y, en general, festejar».

Pero, reconoció, «La Habana ya no es la misma, y no porque Fidel Castro haya estado mucho tiempo en su tumba (…), sino porque incluso la pequeña isla mágica no pudo resistir el desaliento global. Las mulatas siguen siendo encantadoras y la música suena aquí y allá (no en todas las puertas), pero en general también hay una tensión notable, un creciente descontento y anhelo. No hay tiempo para canciones, en general».

Matveeva aseguró que quienes le dieron consejos sobre qué llevar en su viaje le habían sugerido cargar analgésicos y caramelos baratos para regalar. Tuvo que reconocer que tenían razón: «Una ampolla de paracetamol o analgin fue aceptada por los residentes locales con entusiasmo y gratitud».

Lo mismo le pasó con la dueña del apartamento donde se quedó en La Habana, frente al Malecón, quien exclamó al ver que llevaba consigo un paquete de galletas de avena barato: «¡No he comido avena en tanto tiempo!». Su reacción: «Si lo hubiera sabido, habría traído más».

«No hay medicamentos en Cuba, ninguno en absoluto (…) así que los cubanos sobreviven lo mejor que pueden», reconoció.

«Las colas en las tiendas recuerdan a las filas soviéticas, olvidadas hace mucho tiempo. No tiene sentido para nosotros ir a estas tiendas: en Cuba hay varias formas de pagar, incluidas las tarjetas bancarias para los locales, pero ninguna nos sirve. La moneda se cambia en el mercado negro si quieres comer o pagar la entrada a algún club», sugirió.

«Con la comida, tampoco es divertido aquí. Solo comprar comestibles en la tienda es un problema, tanto para los turistas como para los locales. Para el desayuno nos dieron fruta fresca (papaya, piña, melón) y sándwiches; estos últimos, cada día más pequeños».

Matveeva no contuvo su sorpresa ante la sensualidad desatada que vio en Cuba. «No leen libros, no hay internet en el sentido más amplio, no hay mucho que hacer. Así que resulta que el sexo es su principal ocupación», le dijo un cubano, quien aseguró que uno de los principales problemas en Cuba hoy en día es el inicio demasiado temprano de la actividad sexual en los jóvenes.

Luego, acerca de la aprobación del matrimonio igualitario, prohibido por Putin en Rusia, la visitante se permitió señalar: «Por los derechos de los gays, como nos explicaron, la hija de Raúl Castro se está ahogando. No sé qué diría Fidel al respecto».

A todos los quebraderos de cabeza anteriores se sumó buscar qué llevar como souvenir de regreso a Moscú. Pero la reportera no se complicó: «Compré una botella de ron para los amigos, y algunas de ellas me parecieron sospechosas (a pesar de que costaban, como luego calculamos, poco menos que el salario mensual del cubano promedio)».

Tampoco faltó a la imaginación turística de la visitante rusa un apunte a lo Indiana Jones: «Mientras caminas por los barrios pobres de La Habana Vieja puedes imaginarte como la heroína de la película, una chica que quiere escapar de la pobreza y hacer carrera como cantante de jazz. Los lugareños miran la calle a través de las rejas, de pie en el umbral de su propia casa. Los jóvenes bailan con una grabadora. Las paredes descascaradas de las casas alguna vez estuvieron pintadas con colores brillantes, y ahora están cubiertas de grafitis (a veces el Che se encuentra entre ellos, pero más a menudo hay bellezas desconocidas y animales fantásticos)».

Finalmente, contó Matveeva, ella y sus amigos se fueron a un mercado de artesanía a por souvenirs. Uno de sus acompañantes, Andrei, se quejó: «Se me han acercado tres veces en la última media hora. Me ofrecieron regalar mi sudadera, querían hacerme trenzas afro y trataron de venderme cocaína».

La reportera acabó por admitir que «La Habana tal vez no sea una ciudad de vacaciones, pero definitivamente colorida e inolvidable. Y los souvenirs, por cierto, tuvimos que comprarlos en tiendas libres de impuestos del aeropuerto a la salida: todo se vende allí, incluidos los cigarros».

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