Adam Michnik, protagonista de la transición polaca a la democracia, presentó en Madrid su ‘Elogio de la desobediencia’
Con tan solo 15 años, Adam Michnik (Varsovia, 1946) fundó el “Club de los Cazadores de Contradicciones”. El régimen comunista se jactaba de defender la igualdad y la libertad –en las que él mismo fue educado por su familia, judíos polacos supervivientes del exterminio nazi– pero la realidad, en la Polonia de posguerra, era muy distinta. Aquel hito precoz inauguró toda una vida como disidente.
Periodista e historiador, Premio Princesa de Asturias en 2022, sin su figura no se entiende la transición a la democracia en su país. Asesor del sindicato Solidaridad y de su líder, Lech Walesa, intervino en las Conversaciones de la Mesa Redonda, entre los militares en el poder y las fuerzas de oposición, que llevaron a su país a ser el primero de la órbita soviética en dejar atrás la dictadura. Una huella de esos años está, precisamente, en el nombre del diario que fundó, Gazeta Wyborcza (“Periódico Electoral”), que pronto se convirtió en un medio independiente de la política y es hasta la fecha el más importante de Polonia.
Aprovechando su paso por Madrid para presentar Elogio de la desobediencia –una selección de artículos y ensayos elaborada ex profeso para la editorial española Ladera Norte–, atendió a 14ymedio con generosidad, con la ayuda de su antologista y traductor al español, Maciej Stasiński.
Pregunta. Como todos los países comunistas que tuvieron una transición pacífica a la democracia, el caso polaco se ve con mucho interés desde Cuba. Para ustedes, como dijo en el discurso de recogida del premio Princesa de Asturias, fue un modelo la Transición española (con una frase preciosa: “conseguir que la fuerza de los argumentos sustituyera al argumento de la fuerza”). ¿Ve vigente ese modelo también para Cuba?
Respuesta. En primer lugar quiero decir que me honra poder hablar al medio que dirige desde hace años Yoani Sánchez. Nuestro periódico, Gazeta Wyborcza, la premió como el personaje del año hace tiempo [en 2013]. Su actividad en favor de la democracia nos infunde cada día más respeto y admiración.
No sé si la vía española o la polaca se pueda repetir exactamente en Cuba. Lo que sí sé, con toda seguridad, es que a nosotros nos incumbe el deber de ayudar a los demócratas cubanos a reemplazar la dictadura por una democracia. Sería importantísimo para todo el continente de América Latina, porque Cuba ha sido un modelo para toda la izquierda latinoamericana durante demasiado tiempo y es un modelo nefasto. Creo que hay un potencial democrático en la sociedad cubana que le va a permitir superar este trance, pero no va a ser fácil
P. ¿Qué se puede hacer desde fuera para ayudar a los demócratas cubanos, como ha dicho? Porque en el tema de parir una democracia en Cuba, a menudo se suele decir “son los cubanos los que deben hacerlo, nadie les puede ayudar”. ¿Esto fue así en su país?
R. La idea de que son los propios cubanos los que deben traerse a sí mismos la democracia es justa y es acertada. También en Polonia fue el caso, porque fueron los polacos los que trajeron la democracia. Sí es verdad que en el caso de Polonia había una constelación de fuerzas internacionales muy favorable a que eso ocurriera. Me temo mucho que ahora, después de la victoria de Trump en Estados Unidos, la constelación externa en torno a Cuba no va a ser muy favorable para la causa. Pero bueno, cuando se declaró en Polonia el golpe de Estado del año 82, la constelación tampoco era muy favorable. Nosotros siempre nos repetíamos una cosa: por larga que sea la noche, tiene que llegar el día. Y llegará también a Cuba.
P. Hay toda una generación que confió en que con la caída del Muro caería también el castrismo, y eso no ocurrió. Claro, a finales de los noventa, Hugo Chávez tomó el poder en Venezuela y vino a cumplir el papel de sostén que hasta 1989 había cumplido la Unión Soviética, pero antes hubo casi una década en que la dictadura no cayó. ¿Qué pasó o qué tuvo que haber pasado y no pasó? ¿Por qué fue esto?
R. Creo que hay un factor importante que hay que tener en cuenta. Tanto en el caso de España como en el caso de Polonia, uno de los factores que ayudaron a la transición democrática fue que dentro de las fuerzas del régimen dictatorial había sectores reformistas, que, si bien no entendían de la misma forma la democracia como nosotros, sí ayudaban a ello de alguna forma. Esto ocurrió con el franquismo tardío y con los comunistas en Polonia. En el caso de Cuba no hubo ese sector en ningún momento.
P. También se pensaba que después de la caída del Muro había “acabado la historia”, en expresión de Fukuyama: ya no habría conflictos porque la democracia liberal se había impuesto mayoritariamente. Esto saltó por los aires primero con los atentados islamistas del 11S, y después, por la actitud de Putin de recuperar la idea de la “Gran Rusia”. Se tiende a ver el mundo, con la guerra en Ucrania, con lo que está pasando en Israel, con pesimismo, y por lo que leo y le oigo, es usted un optimista. ¿Cómo lo ve usted?
R. Empezaré por Fukuyama. La maldición de Fukuyama fue ese título [El fin de la Historia y el último hombre], pero no el contenido, porque es interesante el libro. Es un tipo inteligente, pero el título lo mató. Estaba absolutamente claro para mí, desde el principio, que no iba a haber ningún fin de la Historia. La idea central de Fukuyama, es decir, que nadie había inventado una cosa mejor que una democracia liberal, los derechos del hombre, una economía de mercado y una sociedad plural, es cierta. Nadie ha inventado nunca una cosa mejor. Todo lo que sí han inventado después Putin, el presidente de China, el presidente de Turquía, Erdogan, o Hamás, todo, es mucho peor.
Y voy a mi optimismo. ¿De dónde yo saco fuerzas para ser optimista? En Polonia lo más sencillo del mundo es ser pesimista, porque siempre se cumple, así que los pesimistas no son interesantes. Cuando uno se muestra optimista, llega y despierta curiosidad, sobre todo en las mujeres, y lo miran con otros ojos: «Merece la pena relacionarse con ese tipo». El optimista tiene el combustible para seguir pensando y sobre todo portándose como si fuera un hombre libre aun cuando viva en una dictadura. Si alguien quiere vivir como un esclavo, pesimista, que viva, es asunto suyo, yo no lo voy a hacer. La idea del optimista consiste en que incluso la red más espesa tiene agujeros, y en ellos hay que meter el dedo, el pie o la cabeza, para ir abriendo la malla.
P. En Elogio de la desobediencia, en la entrevista que le hace Maciej Stasiński, hablando de su “rusofilia antisoviética”, dice una frase que me parece muy pertinente: “No existen pueblos, naciones o países condenados por naturaleza a vivir en la esclavitud”. No sé si pueda extenderse sobre eso, porque también es un lugar común decir, por ejemplo, los rusos tienen lo que se merecen, o los cubanos tienen lo que se merecen.
R. Bueno, entonces los norteamericanos tienen a Trump porque se lo han merecido, los franceses tuvieron un terror jacobino porque se lo merecieron, y mucho después tuvieron la República de Vichy también porque se lo merecieron, ¿es así? Los italianos tuvieron a Mussolini y los alemanes a Hitler. Todos los pueblos y naciones tienen en su historia páginas negras que prefieren olvidar. Nosotros estamos aquí con la misión de recordarles a estos pueblos los capítulos negros de su historia. Rusia está atravesando hoy un momento absolutamente dramático, pero culpar a todo un pueblo de tener como gobernante a un criminal es un diagnóstico un poco frívolo. En 1989, todo lo que estaba ocurriendo en la Unión Soviética era una esperanza para todo el mundo. Hay que recordar que si no hubiera sido por las transformaciones en la URSS y la perestroika en tiempos de Gorbachov, la transición pacífica en Polonia no hubiera podido darse.
Es evidente que Putin es una desgracia para el mundo y una maldición para Rusia. Es un momento triste y trágico en la historia de Rusia, el que estamos viviendo, pero no hay ningún entusiasmo a favor de esta guerra en Rusia. Lo que hay es, primero, miedo y también pesimismo, una resignación colectiva, y un gran exilio, de gente que no sabe lo que hacer con esa situación y abandona Rusia. Esto, por supuesto, puede durar todavía tiempo, pero está claro para mí que Putin está llevando a Rusia a una debacle. Cuál será la forma de esa debacle, no lo sé prever, pero mi profecía es que Putin va a terminar muy mal, yo no descarto que le cuelguen de un farol como a Mussolini. Esto no se ve tan claro precisamente ahora: para él es un buen momento, porque ha ganado Trump.
P. Uno de los momentos más emocionantes de los artículos que se recogen en Elogio de la desobediencia es sin duda la Carta del preso al carcelero, que le escribió en el año 83 al ministro del Interior, Czesław Kiszczak, negándose usted a un exilio dorado a cambio de salir de la cárcel. Es la carta de un héroe. ¿Usted se reconoce como héroe?
R. Le aseguro que cuando se me conoce mejor, pierdo mucho encanto. El autor de la carta al ministro estaba furioso por la oferta que se le había hecho.
P. Ustedes los opositores al régimen comunista, ¿veían la luz en mitad de la desesperación? No podían leer el futuro, no podían saber que pocos años después caería la dictadura. ¿Qué pensaban en los momentos más oscuros?
R. Puedo repetir un poco lo que le dije a Yoani Sánchez cuando estuvo en Varsovia recibiendo el premio de nuestro periódico: tú, Yoani, podrías repetir lo mismo que dijo ante el Tribunal Fidel Castro. ¿Por qué? Porque la historia te va a dar la razón a ti. En mitad del pesimismo que reinaba, yo tenía una cosa muy clara: que la verdad, lo justo, lo recto estaba de nuestro lado.
P. El último momento de esperanza en Cuba fueron las manifestaciones del 11 de julio de 2021, a las que el régimen reaccionó con represión. Más de 600 personas siguen en la cárcel, algunas con condenas largas. Más adelante, en noviembre de aquel año, hubo otro intento más, también reprimido, y después de eso, solo ha habido exilio y desesperanza. Y eso es lo más triste de Cuba, más que la miseria y los apagones: la desmoralización. ¿Qué palabras de aliento daría a los cubanos?
R. Las cosas que ocurren no están dadas de una vez para siempre. En momentos en que parece que no es posible cambiar el mundo, al menos tenemos que intentar comprender el mundo. Cuando yo estaba en la cárcel –estuve muchas veces– aprovechaba el tiempo en la celda para leer mucho, intentar comprender y escribir, porque no podía salir a la calle e intentar cambiar el mundo. Lo que podría aconsejar a los demócratas cubanos es, a pesar de estos momentos de desmoralización o desesperación, que no pierdan el tiempo, y que vayan apuntando cómo quieren que sea la Cuba del futuro.
P. Una de las herramientas que sigue usando el régimen cubano contra la disidencia es precisamente esa: exilio o cárcel. ¿Se debe exigir al disidente que resista? ¿Se debe exigir la existencia de héroes?
R.- No es lícito exigir a los demócratas cubanos que se queden y rechacen el exilio. Eso lo debe decidir cada uno, no se les puede imponer esa exigencia. Uno no puede ser héroe por cuenta ajena.
P. En el exilio cubano de Miami, la postura mayoritaria es no ceder en nada, no pactar con el régimen. Incluso llaman «cambio fraude» a un posible advenimiento pactado de la democracia. Temen, claro, que en realidad nada cambie, y que quizá como en Rusia, los militares se queden con todo el poder económico. Tanto el caso de Polonia como el de España demuestran que es necesario el pacto. ¿Cómo se ayuda a la reconciliación?
R. Si la Mesa Redonda en Polonia hubiera sido decidida por el exilio, nunca habría tenido lugar. El punto de partida para un compromiso y una transición democrática tiene que venir de los cubanos de Cuba, no del exilio. Eso no quiere decir que todo lo que ocurra en Cuba tenga que repetir el modelo de España o de Polonia, pero si se quiere repetir ese modelo de transición pactada, pacífica, democrática, los cubanos no pueden supeditarse al dictado del exilio. El exilio puede ayudar, pero no puede sustituir a los cubanos de la Isla. Así fue en Polonia. En 1989, cuando iniciamos la Mesa Redonda, el exilio democrático polaco respaldaba la negociación, pero no podía sustituirla, y yo creo que debería ser más o menos así en Cuba.
Ahora bien, el miedo a una “transición fraude”, que los cubanos sean engañados por el régimen, es perfectamente natural. Una transición así es una empresa que requiere decisiones nuevas, audaces y muchas veces arriesgadas. Las paradojas, las trampas y los recovecos de una transición lo refleja magistralmente Javier Cercas en Anatomía de un instante. Por otra parte, dar la mano al verdugo, convencer a alguien de que lo haga, es muy difícil, y muchas veces es imposible, porque la víctima se niega. Para mí fue muy importante la lección de Chile, donde las víctimas tuvieron que asumir que iban a tener que convivir en el país con sus carceleros y con sus verdugos. Si uno quiere para su país instaurar una democracia después de una dictadura, no cabe otro camino. El sufrimiento humano no puede ser un instrumento para destruir soluciones de acuerdo y de convivencia.
P. Un punto muy importante cuando llega la democracia en los países es la apertura de los archivos de la policía política. ¿Qué se hace con ello? ¿Hurgar o no hurgar en esos archivos, donde uno puede encontrar que el vecino lo delataba o que su propio hermano era un informante? ¿Algún consejo para los cubanos en ese sentido, para la Cuba del futuro?
R. No hay respuestas fáciles para eso. Si bien los archivos son una fuente de conocimiento histórico absolutamente imprescindible, es un conocimiento que hay que saber asimilar. Los archivos hay que saber leerlos bien. Si estos archivos son utilizados como instrumento de lucha política después contra mis adversarios, los que no están de acuerdo conmigo, devienen una desgracia absoluta. Porque esas fichas, en definitiva, dicen mucho más sobre sus autores, sobre quienes las estaban confeccionando, que sobre los supuestos o reales confidentes reclutados, o las víctimas que estaban siendo vigiladas por la policía. Yo hasta hoy día no he mirado mi archivo, no he querido mirarlo.
P. ¿Por qué?
R. Porque estoy convencido de que mi conocimiento de mí mismo y de la dictadura comunista de la que fuimos víctimas no va a ampliarse con su lectura. No me va a aportar ningún conocimiento valioso, por ejemplo, saber que una muchacha que era mi amante o mi novia fuera después delatora o reclutada como confidente. No me aporta ningún conocimiento adicional leer en los archivos que en algún momento hubiera sido cobarde o hubiera sido valiente. Yo sé cómo fui. Además, los autores de esos archivos, de esas fichas, podían no decir la verdad, o incluso más: mentir adrede. ¿Qué voy a hacer con eso? ¿Para qué sirve? Lo que sí sé es que en ningún país donde se haya hecho el escrutinio de los archivos de la policía –Stasi, en Alemania, o cualquier otra–, en ninguno de ellos, ha servido para mejorar el ambiente de convivencia y tolerancia de la sociedad, y en ningún país ha representado ese escrutinio y sus resultados un escudo eficaz contra las amenazas contra la democracia. No ha servido, eso lo sé a ciencia cierta. De hecho, los archivos de la policía política son un depósito de veneno. Es como ver pornografía. No ha hecho ningún buen servicio a la causa democrática ese asunto en ningún país. Esas fichas fueron elaboradas no para establecer la verdad, sino para oprimir, para esclavizar a la gente.