« La república, proclamada en Albania», titulaba ABC el 12 de enero de 1946. «Enver Hoxha es el Tito de Albania y ambos son hechuras de la Unión Soviética. Y puesto que Yugoslavia proclamó la república sin tener en cuenta los méritos de la dinastía Karageorgevich y la voluntad de millones de ciudadanos, la asamblea albanesa ha hecho lo mismo», explicaba después el artículo sobre estos países que, con apenas veinte días de diferencia, fueron los dos primeros en establecer regímenes comunistas bajo la órbita de la URSS una vez acabada la Segunda Guerra Mundial.
A Stalin se le había ocurrido la idea de formar un «cordón sanitario» con estados políticamente afines, y subordinados a las decisiones de Moscú, dos años antes, cuando sus tropas empezaron a extenderse por Europa Oriental tras el éxito de la «Operación Bagration».
Esta, iniciada el 23 de Junio de 1944, fue la mayor ofensiva realizada por la Unión Soviética hasta la fecha. En Occidente nunca alcanzó la fama que merecía por ser coetánea al desembarco de Normandía, pero logró que la Wehrmacht sufriera su mayor derrota de la guerra en menos de 6 semanas. Los nazis tuvieron, incluso, más bajas que en la batalla de Stalingrado.
Aquella operación y los acuerdos al final de la contienda (Postdam y Yalta) supusieron una gran expansión territorial para los soviéticos. Stalin consiguió anexionarse –militar o políticamente– países como Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Ucrania, Checoslovaquia, Finlandia, Hungría, Rumanía, partes de Alemania (Prusia Oriental) y hasta Manchuria y el norte de Corea. Antes, el antiguo imperio ruso se había limitado a zonas de la cultura eslava, pero después de la Segunda Guerra mundial, la URSS se expandió a una región mayor de Europa y en poco tiempo comenzó a intervenir en otras partes del mundo. Adquirió un perfil expansionista y pasó de ser una nación atrasada y a la defensiva con respecto a Occidente, a una potencia conquistadora que debía organizar nuevos territorios sobre los que nunca habían tenido un dominio de tal magnitud. Era el momento perfecto para poner en marcha la maquinaria roja con la que expandir su influencia e imponerse a Estados Unidos.
Albania y Yugoslavia
Hablamos del bloque del Este, que comenzaba a gestarse aquel enero de 1946 con la subida al poder de Hoxha y Tito en Albania y Yugoslavia, respectivamente, en el que se mantuvieron 41 y 35 años. Dos movimientos estratégicos apoyados y motivados por Stalin tan solo ocho meses después del suicidio de Hitler y mientras se estaban celebrando todavía los Juicios de Núremberg. No había tiempo que perder. Con la caída de los nazis, el terreno ya estaba abonado para que los partidos comunistas del resto de países empezaran su ascenso, con un empujoncito soviético y utilizando los medios que fueran necesarios.
El guión que siguió Stalin para extender su influencia fue similar en todos ellos. Y tuvo que ser muy preciso, porque la mayoría de las formaciones comunistas y socialistas en aquellos países no eran todavía muy importantes. El Partido comunista rumano, por ejemplo, pasó de mil afiliados a más de un millón en tan solo cuatro años. En Albania, el Frente Democrático de Enver Hoxha, que estaba ya bajo la influencia de los bolcheviques, obtuvo una victoria electoral aplastante el 11 de enero de 1946, pero porque era el único partido que se presentó. Sin olvidar que su líder tenía el control del país hace tiempo como presidente de un gobierno provisional que se apresuró a centralizar la economía y realizar una reforma agraria antes de los comicios.
El caso de Yugoslavia fue parecido. La victoria militar sobre los nazis había supuesto un enorme éxito para Tito y los comunistas, que vieron reforzada su popularidad entre la población. La monarquía y los políticos que estaban en el poder antes de la guerra quedaron muy debilitados. En la elecciones de noviembre de 1945, los primeros se presentaron bajo la coalición del Frente Unitario Nacional de Liberación. De hecho, ya habían acordado la organización del país antes de su llegada al poder con las fuerzas de resistencia al Eje. Los monárquicos se negaron a participar y estos obtuvieron el 90% de los votos. El mariscal Tito proclamó rápidamente la nueva República Federativa Popular, en la que incluyó a las repúblicas socialistas de Serbia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Eslovenia, Macedonia y Montenegro. Poco después comenzaron las ejecuciones y la represión de miles de personas que eran enviadas a campos de concentración como el de Goli Otok, por donde pasaron hasta 1956 unos 16.000 «nuevos enemigos» del régimen.
Bulgaria, Rumanía y Polonia
Después de Albania y Yugoslavia, la mayoría de los partidos comunistas de los países bajo la órbita de Stalin fueron accediendo al poder por primera vez en la historia. En muchos casos, con la cobertura directa de las autoridades soviéticas de ocupación, como el NKVD y el Ejército ruso. En ocasiones, por medio de coaliciones y no siempre obteniendo la presidencia en el primer momento, pero procurándose los ministerios que le proporcionaban el verdadero poder: el del Interior, con el que dominaban la Policía y los servicios secretos; el de Agricultura, para promover las reformas agrarias con las que ganarse a los campesinos sin tierra, o el de Justicia, con el que controlar a los jueces y depurar de la administración a los elementos que no les eran afines.
Este último fue el caso de Bulgaria y Georgi Dimitrov, que estableció una República Popular en diciembre de 1947, después de un referéndum que abolió la monarquía y unas elecciones totalmente mediatizadas. La Asamblea Nacional, controlada por el partido comunista, pronto se puso en marcha y los Tribunales Populares condenaron a muerte a una cuarta parte de los más de 11.000 individuos que fueron juzgaron al acabar la Segunda Guerra Mundial. Se dice, sin embargo, que la cifra extraoficial de ejecuciones fue de 18.000.
El caso de Rumanía fue mucho más escandaloso. Se produjo en el mismo mes de diciembre. El país estaba ocupado por el Ejército de la URSS y el partido comunista de Gheorghe Gheorghiu-Dej falsificó las elecciones después de haber sido ampliamente derrotado. Y, de paso, obligó a dimitir al Rey Miguel I. Un país más al que Stalin podría manejar a sus anchas.
Y lo mismo en Polonia, también en diciembre de 1947, donde el Partido Obrero de Boleslaw Bierut tuvo que falsificar igualmente las elecciones para acceder al poder, también con el apoyo de las tropas soviéticas. Lo primero que hizo fue, obviamente, rechazar el Plan Marshall financiado por Estados Unidos y eliminar a la amplia oposición que existía. Cinco años más tarde, instauraron una República Popular y aprobaron una constitución que estuvo vigente hasta 1997, momento en fue sustituida por otra que sí garantizaba las libertades civiles y económicas.
Checoslovaquia y Hungría
En muchos de estos países fue muy importante minar el poder de los rivales políticos, por lo menos en los que existían. Para ello se sirvieron de un control férreo de la prensa y la radio, con el que evitar que sus opiniones llegaran a la población o directamente para criticarlos, acusarles de delitos falsos y sembrar la división en sus filas. Todo valía a la hora de menoscabar la imagen pública de los que no eran comunistas.
En casos extremos se recurrió al asesinato de líderes opositores aún con funciones públicas. Ese fue el caso de Checoslovaquia. El Partido Comunista de Klement Gottwald llegó al poder el 9 de mayo de 1948 mediante un golpe de Estado y, una semana después, el ministro de exteriores falleció en extrañas circunstancias. Su cuerpo fue encontrado muerto, con el pijama, debajo de la ventana de su cuarto de baño en el jardín del Ministerio. La investigación inicial del recién instaurado régimen comunista concluyó que se trataba de un suicidio, pero las investigaciones posteriores realizadas en 1968, 2004 y 2006 determinaron que fue un asesinato de los nuevos mandatarios.
Ese mismos mes, en las elecciones de Hungría, los comunistas obtuvieron un improbable 48% de los votos. La República Popular fue proclamada en agosto, con el líder del Partido de los Trabajadores, Mátyás Rákosi, a la cabeza. Pronto se convirtió en una dictadura personal que nacionalizó empresas y colectivizó las tierras. Solo fue el primer paso hasta llegar a las terribles purgas que llevó a cabo en sus propias filas para erradicar cualquier posibilidad de disidencia. Creó una réplica a pequeña escala de la dictadura estalinista de la URSS.
Alemania Oriental
Uno de los últimos episodios de esta reconversión comunista fue precisamente el más conocido: Alemania Oriental. La República Democrática Alemana ( RDA) fue fundada, el 7 de octubre de 1949, en el sector del país ocupado por las tropas soviéticas. Su primer presidente fue Wilhelm Pieck, el secretario general del Partido Socialista Unificado (SED), de mayoría comunista.
A partir de ahí, durante casi medio siglo la Unión Soviética supervisó todo aquello que acaecía en su área de influencia. Con una primera etapa muy dura, desde 1945 hasta 1953, en la que el comunismo se estableció como única fuerza política de todos estos regímenes. Algo que siguió siendo posible durante muchos años gracias a la presencia del ejército rojo, la inanición internacional y la inestimable ayuda de Moscú, que exigió que se estableciera en el Bloque del Este una soberanía limitada, es decir, el control directo por parte de la URSS.