En un día fresco de primavera, el Huntington Avenue Grounds de Boston fue testigo de un momento que pasaría a los anales del béisbol. Denton True “Cy” Young, el legendario pitcher de los Boston Americans (hoy Red Sox), subió al montículo para enfrentar a los Philadelphia Athletics.
Lo que siguió fue una obra maestra: Young lanzó el primer juego perfecto de la era moderna de las Grandes Ligas, un encuentro en el que ningún bateador rival logró embasarse, ni por hit, base por bolas, error o golpe.
Con 37 años y en el apogeo de su carrera, Cy Young era ya una figura temida. Su velocidad, control y resistencia lo hacían casi imbatible. Aquel 5 de mayo, frente a unos 10,000 aficionados, Young dominó por completo a los Athletics, liderados por el futuro miembro del Salón de la Fama, Rube Waddell, quien también lanzó un gran juego, pero no pudo igualar la perfección de su rival. En nueve entradas, Young ponchó a ocho bateadores y mantuvo a raya a la ofensiva rival, sellando una victoria de 3-0 para Boston.
Un juego perfecto es una rareza en el béisbol, y en 1904, con campos menos uniformes y equipos más impredecibles, era aún más extraordinario. Young, conocido por su ética de trabajo y humildad, no celebró con fanfarria; simplemente regresó al dugout, listo para el próximo juego. Este logro consolidó su legado como uno de los mejores lanzadores de todos los tiempos. A lo largo de su carrera, acumuló 511 victorias, un récord que permanece inalcanzable, y en su honor, el premio al mejor pitcher de cada liga lleva su nombre: el Cy Young Award.
El 5 de mayo de 1904 no solo marcó un hito deportivo, sino que también capturó la imaginación de los aficionados, recordándoles por qué el béisbol es más que un juego: es un escenario donde la perfección, aunque fugaz, es posible. Hoy, cada vez que un pitcher coquetea con un juego perfecto, el nombre de Cy Young resuena como el estándar de la grandeza.
