El 28 de abril de 1832, España dio un paso que, aunque presentado como un avance técnico, reflejaba la crudeza de su sistema penal: el garrote vil reemplazó a la horca como método oficial de ejecución. En una época dominada por el absolutismo de Fernando VII, esta decisión no buscaba humanizar la justicia, sino hacerla más eficiente en un contexto de represión y control.
Un cambio en la maquinaria de la muerte
El garrote vil, un dispositivo que estrangulaba o rompía el cuello del condenado mediante un tornillo o palanca, ya era conocido en España, pero su adopción oficial marcó un hito. La horca, usada durante siglos, era notoriamente lenta y propensa a fallos, prolongando el sufrimiento del reo y generando malestar entre los espectadores de las ejecuciones públicas, un espectáculo habitual en plazas y mercados. El garrote, en cambio, prometía rapidez y precisión, lo que las autoridades presentaron como un gesto de «modernidad».
Sin embargo, el cambio no fue un acto de compasión. Bajo Fernando VII, cuya restauración absolutista en 1814 sofocó las aspiraciones liberales, la pena de muerte era una herramienta clave para silenciar a opositores políticos, bandidos y cualquiera que desafiara el orden establecido. El garrote vil, lejos de suavizar la brutalidad del sistema, la perfeccionó, convirtiéndose en un símbolo de la represión que caracterizó el régimen.

Un legado sombrío
El garrote vil permaneció en uso en España hasta bien entrado el siglo XX, siendo empleado durante la Guerra Civil y el franquismo, con casos tan tardíos como las ejecuciones de 1974. Su longevidad refleja la persistencia de la pena capital en un país que tardó en abrazar los principios de los derechos humanos. Más allá de su función práctica, el garrote vil encapsula una paradoja: un supuesto avance técnico que no cuestionó la moralidad de la ejecución, sino que la reforzó.

¿Por qué importa hoy?
El 28 de abril de 1832 nos recuerda cómo los cambios tecnológicos pueden servir a fines opresivos si no van acompañados de transformaciones éticas. En un mundo donde la pena de muerte sigue siendo debatida, la historia del garrote vil invita a reflexionar sobre la relación entre justicia, poder y humanidad. ¿Fue este cambio un paso hacia adelante o simplemente una forma más eficiente de perpetuar la violencia estatal?