Si hay una melodía capaz de detener el tiempo, de hacer que millones de personas, en cualquier rincón del planeta, cierren los ojos y se unan en un mismo sueño, esa es sin duda «Imagine». Puede que la hayas oído un millón de veces, pero, ¿cuándo fue la última vez que te detuviste a escucharla de verdad? A sentir cada nota de ese piano que suena como una conversación íntima, a descifrar cada palabra de ese manifiesto que, medio siglo después, sigue siendo tan urgente como el día en que nació.
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«Imagine» no fue solo una canción. Fue una utopía condensada en tres minutos, un acto de fe en un mundo roto. Lanzada en 1971, cuando la Guerra de Vietnam aún hacía estragos y la división política era una herida abierta, la canción de John Lennon se convirtió en el bálsamo de una generación que clamaba por la paz. Fue grabada en el estudio que tenía en su propia casa en Tittenhurst Park, con un piano de cola blanco que se convertiría en un símbolo. Lejos de la complejidad de los Beatles, Lennon buscó la sencillez para que el mensaje no se perdiera. El resultado fue una balada despojada de artificios, con una producción mínima que la hacía sentir pura y vulnerable.
El verdadero corazón de la canción no era de Lennon, o al menos, no solo de él. La inspiración principal vino de un libro de poemas de su esposa, Yoko Ono, titulado Grapefruit. El verso que lo encendió fue: «Imagine the clouds dripping, dig a hole in your garden to put them in» (Imagina las nubes goteando, cava un hoyo en tu jardín para ponerlas). Años después, Lennon admitiría que gran parte del concepto de la canción era de Yoko, reconociendo que la había coescrito y lamentando el «machismo» de la época que le impidió darle el crédito que merecía. No fue hasta 2017 que Yoko Ono fue oficialmente reconocida como coautora.
La letra es, en esencia, una invitación radical. Lennon nos pide que imaginemos un mundo sin paraíso ni infierno, sin países, sin religiones, sin posesiones. No como una negación, sino como una liberación. Es un llamado a la hermandad, a vivir el presente, a romper las fronteras invisibles que nos dividen. «Puede que digas que soy un soñador», canta en el puente, «pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros, y el mundo vivirá como uno solo».
El poder de «Imagine» radica precisamente en esa invitación. No es una orden, ni un manifiesto político con instrucciones. Es una idea, un concepto. Es la música que sonó en los Juegos Olímpicos de Londres y de Tokio, la que se canta en Times Square para dar la bienvenida al año nuevo, y la que resurge en tiempos de guerra, recordándonos que la paz es una elección. Hoy, cuando el mundo parece más fragmentado que nunca, su mensaje es más relevante que nunca.
Redescubrela, escúchala con el corazón y déjate llevar por esa melodía que nos recuerda que, a pesar de todo, hay una utopía que sigue esperando en nuestra imaginación.