En un día que parecía destinado a la derrota, el pueblo mexicano escribió una de las páginas más gloriosas de su historia. Bajo un sol abrasador, en los cerros de Loreto y Guadalupe, cerca de la ciudad de Puebla, un ejército improvisado de unos 4,000 soldados, muchos de ellos campesinos armados con machetes, lanzas y rifles obsoletos, se enfrentó al poderoso ejército francés, considerado entonces el mejor del mundo. Liderados por el general Ignacio Zaragoza, un texano de nacimiento pero mexicano de corazón, los defensores de Puebla lograron lo impensable: derrotar a las fuerzas invasoras del Segundo Imperio Francés, comandadas por el conde de Lorencez, que sumaban entre 6,000 y 8,000 hombres bien entrenados y equipados.
El contexto era sombrío. México, sumido en una crisis económica tras la Guerra de Reforma, había suspendido el pago de su deuda externa, lo que provocó la intervención de Francia, Inglaterra y España. Mientras los otros países se retiraron tras negociaciones, Napoleón III vio una oportunidad para establecer un imperio en América, enviando sus tropas a conquistar México. Puebla, un punto estratégico en el camino a la capital, fue el escenario elegido para la batalla.
Zaragoza, con una mezcla de astucia y valentía, aprovechó el terreno elevado y fortificó los cerros. Los franceses, confiados en su superioridad, lanzaron un asalto frontal que fue repelido tres veces. La caballería mexicana, liderada por figuras como Porfirio Díaz (futuro presidente), y los batallones indígenas, como los zacapoaxtlas, jugaron un papel crucial. Al final del día, los franceses se retiraron, dejando más de 400 bajas, mientras México perdió menos de 100 hombres.
Aunque la victoria no detuvo la posterior ocupación francesa, que instaló a Maximiliano de Habsburgo como emperador, la Batalla de Puebla se convirtió en un símbolo de resistencia. Zaragoza, en su reporte al presidente Benito Juárez, escribió con modestia: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”. Hoy, el 5 de mayo es una fecha de orgullo en México, especialmente en Puebla, donde desfiles y recreaciones históricas mantienen vivo el espíritu de 1862. En Estados Unidos, la comunidad mexicana lo celebra como el Día del Orgullo Latino, un recordatorio de que, incluso contra todo pronóstico, la determinación puede cambiar la historia.
