El 25 de junio de 2009, el mundo despertó con una noticia que parecía imposible: Michael Jackson, el Rey del Pop, había muerto. A los 50 años, en una mansión alquilada en Los Ángeles, el hombre que transformó la música con Thriller y el “moonwalk” fue encontrado sin vida, víctima de una intoxicación por propofol, un anestésico administrado por su médico personal, Conrad Murray. Su partida no solo marcó el fin de una era, sino que desató un torbellino de luto, especulaciones y homenajes. Dieciséis años después, la muerte de Jackson sigue siendo un punto de inflexión en la historia de la música, y su legado, tan brillante como complejo, continúa inspirando y dividiendo al mundo.
Michael Joseph Jackson nació el 29 de agosto de 1958 en Gary, Indiana, el séptimo de nueve hermanos en una familia trabajadora. Desde los cinco años, su talento deslumbró en los Jackson 5, el grupo que formó con sus hermanos bajo la estricta dirección de su padre, Joseph. Canciones como “I Want You Back” y “ABC” los catapultaron a la fama, pero fue en los años 80 cuando Michael se convirtió en un fenómeno global. Su álbum Thriller (1982), producido por Quincy Jones, vendió más de 70 millones de copias, un récord imbatible. Con éxitos como “Billie Jean”, “Beat It” y el videoclip cinematográfico de “Thriller”, Jackson rompió barreras raciales y redefinió el arte del videoclip, elevándolo a una forma de expresión cultural.
Pero el éxito de Jackson no se limitó a las ventas. Su carisma, su voz versátil y su innovador estilo de baile –el “moonwalk” debutó en 1983– lo convirtieron en un ícono. Álbumes como Bad (1987) y Dangerous (1991) consolidaron su reinado, mientras sus giras globales llenaban estadios. Sin embargo, la vida de Jackson también estuvo marcada por sombras. En los años 90, enfrentó acusaciones de abuso infantil que, aunque nunca probadas, dañaron su imagen. Su apariencia cambió drásticamente, atribuida al vitiligo (una condición que despigmenta la piel) y a cirugías plásticas, lo que alimentó especulaciones y burlas. Además, su salud se deterioró por el estrés, el insomnio crónico y la presión de mantener su estatus.
En 2009, Jackson estaba listo para un regreso épico con la gira This Is It, programada para 50 conciertos en Londres. Los ensayos, capturados en un documental póstumo, mostraban a un Michael frágil pero aún brillante. Sin embargo, su dependencia de medicamentos para dormir lo llevó a una relación fatal con Conrad Murray, quien le administraba propofol, un sedante quirúrgico, en dosis peligrosas. La mañana del 25 de junio, paramédicos encontraron a Jackson sin signos vitales. El juicio contra Murray, condenado por homicidio involuntario en 2011, reveló una verdad inquietante: el Rey del Pop estaba al límite, física y emocionalmente, atrapado por las expectativas de un mundo que lo idolatraba.
La muerte de Jackson desató una ola de dolor global. En las calles de Nueva York, Londres y Tokio, los fans lloraban y encendían velas. Las radios reprodujeron sus canciones sin parar, y las redes sociales, aún en sus inicios, se inundaron de tributos. Pero también surgieron preguntas: ¿cómo un genio tan grande cayó tan bajo? ¿Fue víctima de la industria, de sí mismo o de ambos? Su legado, sin embargo, no se apagó. Artistas como Beyoncé, The Weeknd y BTS citan a Jackson como inspiración. Sus videoclips, su fusión de pop, rock, funk y soul, y su compromiso con causas humanitarias –como “We Are the World”– siguen resonando. Incluso las controversias, reavivadas por documentales como Leaving Neverland (2019), no han borrado su impacto cultural.
Hoy, Michael Jackson es un enigma: un niño prodigio que se convirtió en leyenda, un innovador que pagó un alto precio por la fama. Su muerte el 25 de junio de 2009 no solo cerró un capítulo de la música, sino que abrió un debate sobre la presión de la celebridad y la fragilidad humana. Mientras sus canciones suenan en cada rincón del mundo, Jackson permanece inmortal, un ícono cuya luz, aunque apagada, sigue brillando en la historia.