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La sutil forma de servidumbre voluntaria que se esconde detrás del teclado “Qwerty”

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A mediados del siglo XVI, un joven francés, estudiante de Derecho, llamado Etienne de la Boetie, escribió un provocativo ensayo, que tituló Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Al leerlo, tal vez tendamos a pensar que todas las hipótesis que su autor contempla son aplicables solamente “a los demás”, que uno es inmune y que “jamás de los jamases” caería bajo tales hechizos.

Por: Alba Pérez Romero – Visión Libertad

Pero tal vez estemos equivocados. Y basta pensar en ciertos objetos con los que seguramente interactuamos de forma cotidiana para caer en la cuenta. ¿Cuáles son estos objetos? Los teclados de nuestras computadoras y smartphones.

Si pensamos en publicidades de electrodomésticos de hace tan solo unas décadas o recordamos algunos de los artilugios que poblaban las casas de nuestros abuelos, y los comparamos con los que acompañan nuestros días, los cambios en sus diseños suelen ser lisa y llanamente apabullantes. Ahora, pensemos por un instante en aquellas robustas y fieles máquinas de escribir de hace 100 años, generalmente pintadas de negro, cuyas teclas, usualmente de forma redondeada, impulsaban unas palanquitas metálicas portadoras de una letra o signo en relieve con las que se golpeteaba una cinta entintada (a veces incluso a dos colores, negro y rojo) para ir imprimiendo sobre la hoja, enrollada en un cilindro que iba desplazándose. Y observemos luego nuestra laptop o nuestro smartphone, y la multitud de efectos visuales que nos regalan, y que –salvando expertos- apenas usamos en un modesto porcentaje. Parecería a primera vista que la regla se repite.

Pero hay un elemento que ha permanecido incólume en todas las transiciones habidas entre ambos extremos del espectro: la disposición de las teclas. El teclado “QWERTY” -llamado así por el orden en que se presentan las letras en las teclas de su fila superior ha atravesado más de cien años de cambio tecnológico, como reza la frase popular, “firme cual rulo de estatua”.

Hasta aquí podemos decir: Qué interesante … pero ¿qué tiene que ver con de la Boetie y la servidumbre voluntaria?

Pues que el teclado QWERTY, patentado en 1868, nunca estuvo diseñado para ser amistoso con el usuario, sino para hacer la escritura más lenta, de modo de evitar que las palanquitas se enredaran y atascaran. De acuerdo, al ralentizar el proceso cierto es que al final se ganaba tiempo, que de otro modo se hubiera perdido en desatascar las dichosas palanquitas. Pero superada “la era de las palanquitas”, seguir usando un teclado incómodo ya no tendría sentido, ¿no?

Por supuesto hubo gente que “se dio cuenta”, y propuso alternativas. La más conocida, el teclado de Dvorak y Dealey, cuyo diseño minimizaba los problemas de la distribución QWERTY, incrementaba la velocidad y favorecía una escritura ergonómicamente más confortable. Y mucho más cercano en el tiempo, el teclado Colemak, cuyo diseño modifica la distribución de consonantes y vocales, enfatiza el uso de la mano derecha por sobre la izquierda, asigna las letras más frecuentes a los dedos más fuertes y concentra el 70 por ciento de la escritura en la fila intermedia.

Sin embargo, y pese a que la opción Dvorak se encuentra disponible como alternativa para la configuración del teclado en Windows, y a que la opción Colemak puede instalarse simplemente entrando al website de Colemak y siguiendo las instrucciones de instalación, lo más probable es que la costumbre sea más fuerte que nosotros, y aun a sabiendas de que estamos eligiendo una opción menos confortable y menos eficiente, sigamos atados a nuestro familiar y querido QWERTY. Extrapolando los términos de Etienne de la Boetie, la inercia generada por la costumbre opera de modo tal que, pese a las desventajas o displaceres que un sistema nos genera, nos resistimos al cambio.

Y así pues seguimos produciendo textos ya no “gracias a”, sino “a pesar de” que QWERTY no sea nuestra mejor alternativa a esta altura de la historia. A lo sumo nos conformaremos con alguna variante regional, como el teclado QWERTZ en Alemania -donde la Z es más frecuente que la Y-, el AWERTY en Francia, el agregado de la Ñ en España o la C con cedille en Portugal. En definitiva, un poco de “cosmética”, pero lo que se dice “cambiar” … casi seguro que lo procrastinaremos.

Y así es como, por el mismo poder de la costumbre, nos resignamos y adaptamos a vivir en economías plagadas de regulaciones kafkianas, a tener que pedir permisos absurdos, a que se nos obligue a completar declaraciones juradas intrusivas, a transitar cada día derroteros burocráticos que rozan lo dantesco. Y si sobrevivimos -no “gracias a” sino “a pesar de” toda esa maraña-, si todavía producimos, si todavía “escribimos”, de manera laboriosa e ineficiente, pese a que sabemos que existen mejores soluciones, es porque nunca nos decidimos a cambiar “nuestro teclado QWERTY”.

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