El 28 de abril de 1967, Muhammad Ali, el carismático campeón mundial de boxeo, tomó una decisión que cambiaría su vida y dejaría una huella imborrable en la historia: se negó a ser reclutado para la guerra de Vietnam, desafiando al gobierno de Estados Unidos y sacrificando su carrera en el proceso. Su acto de resistencia lo convirtió en un ícono global de la lucha por los principios.
Un campeón contra el sistema
En 1967, la guerra de Vietnam dividía a Estados Unidos. Con miles de jóvenes enviados a un conflicto cada vez más impopular, el movimiento por los derechos civiles y la contracultura ganaban fuerza. Muhammad Ali, nacido Cassius Clay, era más que un boxeador: era una figura pública que, tras convertirse al islam, desafiaba las normas raciales y culturales de la época. Cuando recibió su orden de reclutamiento, Ali se negó a servir, argumentando que su fe musulmana y su oposición moral a la guerra lo impedían. “No tengo nada personal contra los vietcong”, dijo, señalando la injusticia de una guerra que afectaba desproporcionadamente a las comunidades afroamericanas.
El 28 de abril, en el centro de reclutamiento de Houston, Ali se mantuvo firme: no dio el paso al frente cuando llamaron su nombre. Fue arrestado de inmediato, despojado de su título mundial y deshabilitado para boxear profesionalmente. Además, enfrentó una condena por evasión del servicio militar, que lo puso al borde de la prisión.

Un legado de valentía
La decisión de Ali tuvo un costo enorme: perdió tres años de su carrera en su prime y enfrentó el desprecio de gran parte de la sociedad estadounidense, que lo tildó de traidor. Sin embargo, su postura inspiró a millones, especialmente a los afroamericanos, y amplificó la oposición a la guerra. En 1971, la Corte Suprema revocó su condena, validando su objeción de conciencia. Para entonces, Ali ya era un símbolo de resistencia, demostrando que el verdadero heroísmo no siempre se mide en victorias deportivas, sino en la defensa de los principios.

¿Por qué importa hoy?
El 28 de abril de 1967 nos recuerda el poder de la desobediencia civil frente a la injusticia. En una era de polarización y conflictos globales, la historia de Ali resuena como un llamado a cuestionar la autoridad y defender las convicciones, incluso a un costo personal. Su legado trasciende el deporte, recordándonos que los verdaderos campeones luchan por algo más grande que ellos mismos.


