El 2 de julio de 2008, en la densa selva del Guaviare, Colombia, un helicóptero blanco con una cruz roja aterrizó en un claro controlado por las FARC. Los guerrilleros, confiados, entregaron a 15 rehenes, incluida la ex candidata presidencial Íngrid Betancourt, creyendo que se trataba de una misión humanitaria. Minutos después, mientras el helicóptero despegaba, los comandos colombianos a bordo revelaron su verdadera identidad. “Somos el ejército de Colombia, están libres”, anunció uno de ellos. Así culminó la Operación Jaque, un operativo de inteligencia que no solo liberó a los rehenes, sino que marcó un hito en la lucha contra la guerrilla.
Colombia vivía en 2008 un conflicto armado de décadas contra las FARC, una guerrilla que financiaba sus operaciones con secuestros y narcotráfico. Entre los cautivos, Íngrid Betancourt, secuestrada en 2002 durante su campaña presidencial, era el rostro más conocido. Junto a ella, tres contratistas estadounidenses y 11 militares y policías colombianos soportaban condiciones inhumanas en la selva. La presión internacional y nacional para su liberación era inmensa, pero las negociaciones con las FARC habían fracasado repetidamente. El gobierno de Álvaro Uribe decidió apostar por una solución audaz.
La Operación Jaque fue un prodigio de inteligencia militar. Durante meses, el ejército colombiano interceptó comunicaciones de las FARC, infiltró sus filas y creó una falsa ONG llamada “Misión Humanitaria Internacional”. Los comandos se hicieron pasar por activistas, periodistas y pilotos, convenciendo a los guerrilleros de que los rehenes serían trasladados a otro campamento bajo supervisión de esta organización ficticia. La planificación fue meticulosa: cada detalle, desde el diseño del helicóptero hasta los guiones de los agentes, fue ensayado para evitar sospechas.
El día del operativo, la tensión era palpable. Los guerrilleros, quienes custodiaban a los rehenes, entregaron a los cautivos sin sospechar la trampa. En el aire, los comandos neutralizaron a los dos captores que acompañaban a los rehenes, y el helicóptero se dirigió a Bogotá. Cuando los liberados aterrizaron, la emoción estalló: Betancourt, visiblemente demacrada pero radiante, agradeció al ejército y al país en una conferencia de prensa que conmovió al mundo. “Fue como una película de Hollywood”, dijo uno de los rescatados.
El impacto de la Operación Jaque fue inmediato. Sin disparar un solo tiro, Colombia demostró su capacidad para enfrentar a las FARC, debilitando su moral y su imagen internacional. La liberación de Betancourt, un símbolo de resistencia, atrajo titulares globales y reforzó el apoyo al gobierno de Uribe. Sin embargo, el operativo también generó debates: algunos criticaron el uso de emblemas humanitarios, como la cruz roja, por violar el derecho internacional.
A nivel interno, la operación fortaleció la confianza en las fuerzas armadas colombianas y marcó un punto de inflexión en el conflicto. Aunque las FARC continuaron operando, su capacidad se vio mermada, y la Operación Jaque allanó el camino para futuras negociaciones de paz, culminadas en el acuerdo de 2016. Para los rehenes, el 2 de julio de 2008 fue el día en que recuperaron su libertad tras años de sufrimiento.
El legado de la Operación Jaque trasciende Colombia. Estudiada en academias militares de todo el mundo, la misión es un ejemplo de cómo la inteligencia y la estrategia pueden triunfar sobre la violencia. En un país marcado por el conflicto, el rescate fue un raro momento de unidad y orgullo nacional, mostrando que la esperanza podía florecer incluso en los momentos más oscuros.
Hoy, 17 años después, la Operación Jaque sigue siendo un símbolo de ingenio y valentía. Para los liberados, sus familias y un país entero, el 2 de julio es un recordatorio de que, incluso en las circunstancias más adversas, la determinación puede cambiar el curso de la historia. La selva del Guaviare, ese día, fue testigo de un milagro moderno.