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Orgías, incesto y ritos paganos: La historia de Juan XII, El Papa “Libertino”

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En la historia milenaria del papado, pocos nombres resuenan con tanto escándalo como el de Juan XII, el joven pontífice que convirtió el Vaticano en un torbellino de excesos y controversias.

Elegido papa en el año 955 con apenas 18 años, su reinado de una década dejó una huella imborrable, no por su santidad, sino por un comportamiento que aún hoy levanta cejas: orgías en el Palacio de Letrán, acusaciones de incesto y hasta un final digno de un drama shakesperiano.

Juan XII, nacido Octaviano de la poderosa familia Tusculani, no era un desconocido en los círculos de poder romano. Su elección, orquestada por su padre Alberico II, fue más un movimiento político que una vocación espiritual. Sin embargo, nadie estaba preparado para lo que vendría.

Según Liutprando de Cremona, cronista de la época, el joven papa transformó la residencia papal en algo más parecido a un burdel que a un centro de fe. Se le acusó de mantener relaciones con múltiples mujeres, incluidas parientes, y de organizar banquetes donde el vino y los placeres carnales eclipsaban cualquier sermón.

Pero las historias no terminan ahí. Juan XII, apasionado por la caza y el juego, dilapidaba las arcas de la Iglesia en caprichos personales. Las crónicas también lo señalan por actos más oscuros: se dice que invocaba deidades paganas y que su conducta violenta lo llevó a enfrentarse con nobles y clérigos.

En 963, el emperador Otón I, harto de sus excesos, convocó un sínodo que lo depuso, acusándolo de perjurio, asesinato y conducta inmoral. Juan, sin embargo, no se rindió fácilmente: intentó recuperar el trono papal con un ejército, pero su destino fue sellado en 964, cuando, según rumores, fue asesinado por un esposo furioso que lo encontró en una situación comprometida.

Aunque algunas acusaciones podrían haber sido exageradas por sus enemigos, los registros históricos, como el Liber Pontificalis, confirman que Juan XII fue un papa cuya vida desafió todas las expectativas de santidad. Su historia, a medio camino entre la tragedia y la comedia, sigue fascinando como un recordatorio de que incluso en la silla de San Pedro, la humanidad puede manifestarse en sus formas más extravagantes.

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