En 1960, Jacques Piccard y Don Walsh navegaron el Trieste en un descenso al punto más profundo de la Tierra, una depresión de 10.916 metros (35 800 pies) de profundidad conocida como el abismo Challenger en la Fosa de Las Marianas.
Por: Don Belt – Rolex
El teniente Don Walsh y Jacques Piccard en la cabina del batiscafo. Dedicaron sus vidas a la investigación de los océanos del mundo y a la promoción de su conservación.
El mar de Filipinas estaba agitado la mañana del 23 de enero de 1960, lo que hizo que el lanzamiento al abismo del batiscafo Trieste de la marina norteamericana resultara todo un desafío.
Pero una vez bajo el agua, de hecho la inmersión más profunda en la historia de la humanidad fue un tanto aburrida, según Don Walsh, quien a los 28 años de edad y como teniente de la marina estadounidense piloteó el Trieste junto con el oceanógrafo suizo Jacques Piccard, en una inmersión de nueve horas al punto más profundo del planeta; localizada a unos 320 kilómetros (200 millas) al sureste de la isla de Guam en la fosa de las Marianas.
La inmersión del Trieste representó más que un viaje que rompió un récord. Como resultado, Piccard y Walsh abrieron la puerta a un mundo oceánico nunca antes estudiado por la ciencia, y que hasta ese entonces se consideraba desprovisto de vida marina.
Al tocar fondo, el par de científicos utilizó lámparas de vapor de mercurio para inspeccionar el área completamente obscura. Lo que pudieron observar los dejó maravillados.
Más tarde Piccard afirmaría que, «por mucho, el descubrimiento más interesante fue el pez plano o pleuronectiforme que pudimos observar al acecho en el piso de océano, a través de la portilla». Y agregó: «Encontrar formas complejas de vida marina allí abajo nos dejó boquiabiertos».
Hoy en día, los científicos continúan estudiando en las profundidades abismales del océano un ecosistema increíblemente complejo y formado por cientos de especies de foraminíferas —organismos «encaparazonados» unicelulares— que constituyen más de la mitad de toda la materia viva y representan el primer eslabón de la cadena alimenticia del suelo oceánico.
En el rebosante abismo Challenger, los científicos encontraron más de 400 especies, cuyo ADN es similar al de las primeras formas de vida del planeta.
Jacques Piccard, quien falleció en 2008, dedicó el resto de su vida al campo de la exploración submarina, misma de la que fue pionero, y eventualmente construyó otros cuatro mesoscafos (submarinos de media profundidad).
Don Walsh, el oficial al mando del Trieste, pasó a capitanear submarinos de la marina estadounidense y se convirtió en uno de los oceanógrafos más prominentes del mundo. También realizó más de 50 viajes a las regiones polares del planeta, y ha continuado explorando las profundidades del mar. Como Piccard, ha dedicado su vida al estudio de los océanos del mundo y a promover su conservación, y Rolex ha estado con él apoyando sus esfuerzos.
Walsh sigue haciéndose a la mar dos o tres veces por año, con el propósito central de ofrecer a líderes políticos y ciudadanos comunes su punto de vista sobre el estado en que se encuentran los océanos. Ha expresado con alarma que, mientras aumenta la amenaza a los océanos día a día —a causa de la acidificación, la sobrepesca, la pérdida de oxígeno debido a los cambios climáticos que experimenta el planeta— los recursos enfocados al estudio y a la protección de estos son cada vez más escasos.
Walsh afirma que «ahora mismo el planeta se encuentra en una situación muy inestable, con el nivel del mar en aumento debido a los cambios climáticos y al derretimiento de los polos». También afirma que «las temperaturas marinas y las corrientes están cambiando, y es un proceso que no se comprende bien».
Agrega que «la labor de los científicos en el estudio de los océanos ha sido muy buena». «El problema es que existe una gran diferencia entre lo que se ha hecho hasta ahora y lo que queda por hacer. La oceanografía es lo que se conoce como una ciencia grande. Requiere barcos, infraestructura, tiempo invertido y recursos para estudiar a fondo esos procesos. No obstante, es importante entender lo que está en juego: ¡el futuro del planeta en que vivimos, nada más ni nada menos!
Un momento de puro terror
Ya habían cubierto dos terceras partes del trayecto hacia el fondo, cuando un estruendo hizo estremecer el casco del pequeño batiscafo de inmersión libre. Walsh y Piccard intercambiaron miradas preocupadas en espera de lo peor. Y entonces… nada ocurrió. «Fue solamente ese choque que sonó como una explosión, pero después no pasó nada más», afirma Walsh.
Más tarde, los exploradores descubrieron que una ventana exterior de Plexiglás se había resquebrajado bajo la presión que llegó a medir hasta una tonelada por centímetro cuadrado, o casi 1000 veces la presión que existe en la superficie. La ventana que se rompió «no representó un peligro de muerte, por lo menos no inmediato», afirma Walsh encogiéndose de hombros.
Notablemente, el Rolex Deep Sea Special, que se encontraba amarrado al exterior del Trieste, resistió el embate de la presión sin ningún problema. Más tarde, Piccard enviaría un telegrama a la sede de Rolex en Ginebra que decía: «Nos complace informarles que su reloj funciona tan bien a 11 000 metros de profundidad como lo hace en la superficie».