Morfema Press

Es lo que es

Cuando la familia deja de ser prioridad: un análisis de la desconexión en la era moderna, por Rafael Egáñez Anderson

Comparte en

Hagamos catarsis!

La historia de cada época podría contarse a través de los modos en que los seres humanos se vinculan. En el siglo XXI, vivimos una paradoja sin precedentes: nunca antes fue tan fácil comunicarse, nunca antes fue tan difícil realmente conectarse.

Mensajes instantáneos, videollamadas, redes sociales… las herramientas de interacción son abundantes, pero la profundidad de esas interacciones parece cada vez más escasa. Esta transformación no solo impacta nuestras relaciones profesionales o sociales, sino que también amenaza uno de los pilares fundamentales de la estabilidad humana: la familia.

Hace poco, decidí realizar un gesto sencillo: propuse a mis cuatro hijos una conversación abierta, sin tema predefinido ni expectativas formales. Mi intención era simple: crear un espacio de pausa, de encuentro, en medio del vértigo cotidiano, un espacio para conversar cualquier tema que se considerara importante.

De los cuatro, uno respondió con prontitud y genuino interés, mientras que los otros tres, aunque inicialmente manifestaron disposición, dejaron pasar los días sin retomar el contacto, ni buscar reprogramar la conversación.

Opté por no insistir, observar y generar un tema que considero importante y común.

Más que interpretar el hecho como un rechazo personal, lo leí como un síntoma cultural: una fotografía precisa de cómo, en el entorno actual, incluso los vínculos más naturales, padres e hijos son vulnerables a la postergación, la des priorización y en última instancia, la desconexión.

Diversos estudios confirman que vivimos en una época de “hiperconexión superficial”.

Según un reporte de Cigna (2020), más del 60% de los estadounidenses se describen como solitarios, a pesar de tener acceso constante a medios de comunicación digitales y tomo este dato por el numero de la población que esta directamente impactada por este flagelo.

La facilidad de enviar mensajes breves, de mantener “presencias” virtuales, nos ha hecho tolerar e incluso normalizar vínculos menos exigentes, menos comprometidos. Estoy de acuerdo en que todo va evolucionando y de que quizás mi mama de 70 y yo de 50, este contrariada por mis mensajes más largos de los que mis hijos tienen conmigo, pero mucho más cortos con relación a como crecimos y nos hemos comunicado siempre. No hago esta parafernalia para no aceptar lo que me toca.

Pero esta tendencia no solo afecta las relaciones  profesionales o de amistad: también afecta las relaciones familiares, que tradicionalmente dependían de tiempo compartido, conversaciones lentas y presencias genuinas. Y toca también considerar que en muchos casos, las familias se han separado por las migraciones forzadas que han llevado que todo esto se acelere considerando como factor, la distancia.

Cuando todo en el mundo se vuelve inmediato, la lentitud emocional que requiere un vínculo profundo comienza a parecer incómoda, innecesaria, prescindible, surge el desplazamiento de las prioridades emocionales y lo importante no siempre compite bien con lo urgente.

Responder correos, cumplir metas laborales, actualizar redes, atender notificaciones: todas estas actividades son impulsadas por dinámicas de inmediatez. La familia, en cambio, exige un tipo de presencia no rentable desde el punto de vista de la lógica moderna.

Conversar con un padre, con una madre, con un hijo no tiene “resultado visible” inmediato. No genera un “like”, no se traduce en métricas, no da una ganancia productiva rápida. Así que de manera sutil pero constante, la familia va quedando relegada: no porque falte amor, sino porque falta gestión emocional consciente.

Los ritmos modernos no son neutrales mas bien nos empujan a privilegiar lo que puede medirse, entregarse, completarse.

La familia, un proceso continuo, imperfecto, vulnerable no se adapta fácilmente a esos criterios.

Hay múltiples fuerzas que refuerzan esta tendencia:

  • 1. Economía de la atención, cada plataforma digital compite por captar y retener la atención de los usuarios. Esta “captura atencional” reduce la disponibilidad cognitiva y emocional para otros espacios, incluidos los familiares.
  • 2. Cultura de la autoeficiencia, se valora cada vez más la autonomía radical: ser independiente, autosuficiente, “self-made”. Esta narrativa reduce la percepción del otro como esencial y fomenta vínculos instrumentales más que afectivos.
  • 3. Normalización de la fragmentación emocional, las generaciones más jóvenes han crecido en un entorno donde las emociones se gestionan muchas veces a través de dispositivos, no de relaciones humanas directas. Esto disminuye su tolerancia al “desorden” emocional propio de las relaciones familiares.
  • 4. Desvalorización de los rituales familiares antes, las comidas familiares, las celebraciones, las reuniones eran rituales que estructuraban la vida afectiva. Hoy muchos de estos momentos se han erosionado o han sido reemplazados por experiencias más solitarias o mediadas por pantallas.

Estos factores no actúan de manera aislada. Se potencian mutuamente, generando un entorno donde la desconexión afectiva no solo es frecuente, sino casi inevitable si no se toman medidas deliberadas.

El desafío de cultivar vínculos conscientes. La pregunta clave es: ¿es posible revertir esta tendencia? La respuesta es sí, pero no de forma pasiva.

La conexión profunda en tiempos modernos requiere ser vista como una práctica consciente, no como un efecto espontáneo.

Implica entonces que debe existir en todo esto “la intencionalidad” para planificar espacios familiares aunque parezcan improductivos, “paciencia” al aceptar que no siempre habrá reciprocidad inmediata, “resiliencia emocional” para no interpretar la falta de respuesta como fracaso personal, sino como parte del proceso y “educación afectiva” para enseñar y recordarse a uno mismo que el amor no es autoevidente; necesita actos visibles, espacios dedicados, lenguaje explícito.

Estas estrategias, si son basadas en el respeto y la perseverancia, son más efectiva a largo plazo que cualquier exigencia afectiva inmediata. 

Por lo que entonces concluyo diciéndote que tenemos una gran tarea,  defender lo esencial en tiempos de distracción permanente, no permitir la desconexión familiar en un mundo donde no es un accidente aislado sino un síntoma estructura de la sociedad actual.

Frente a este escenario, no basta con lamentarse ni idealizar tiempos pasados, requiere un esfuerzo consciente por reconocer las fuerzas que nos alejan y contrarrestarlas con actos pequeños pero consistentes.

La familia, cualquiera sea su forma sigue siendo uno de los espacios humanos más significativos para la construcción de identidad, resiliencia y sentido. Dejarla desplazarse hacia la periferia de nuestra atención equivale a perder algo esencial de nosotros mismos.

En un mundo que todo lo trivializa, cultivar lo importante es, paradójicamente, un acto revolucionario. Como enseña mi maestro: “no avanzamos hacia un nuevo mundo, sino que emprendemos el regreso al mundo verdadero del cual venimos.”

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com
Scroll to Top
Scroll to Top