La normativa jurídica, esto es, la que en nada es accidental, establece que el cruce peatonal se hace en las esquinas de toda arteria vial de acuerdo a las señales, por cierto, muy universales: las del semáforo. Todos los vehículos automotores y de tracción de sangre, deben detenerse y, en caso de doblar a la derecha o a la izquierda, darle prioridad al paso del transeúnte.
Esta regla tan elemental, cumplida con extraordinario y envidiable celo en los países más organizados y, al mismo tiempo, no por casualidad, respetuosos de las libertades públicas, por una parte, es la que formalmente ha prevalecido en nuestro país y, muy seguramente, no ha suscitó jamás ningún cuestionamiento del legislador, aprobada pacíficamente en el parlamento o en la municipalidad. Por otra, ciertamente, entre nosotros se hizo fea costumbre y terrible tradición la de violentarla, pero – irreemplazable – siempre estuvimos conscientes de su existencia. Sin embargo, de un tiempo para acá, la situación ha cambiado: costumbre contra legem, hasta nuevo aviso y con el consentimiento de las autoridades públicas que, por comodidad o ignorancia de la ley la aceptan, es otra la pauta que priva en los espacios públicos.
En efecto, se ha “institucionalizado” el cruce a mitad de las arterias viales, esquivando los carros y, sobre todo, a los abusivos motorizados y camioneteros, porque simplemente es un riesgo hacerlo en la esquina por muy semaforizada que se encuentre. Poco importa que seamos favorecidos por la luz, ya que se suma a su tradicional desconocimiento, la sorpresiva aparición de vehículos que no bastándole con “tragársela”, dan la vuelta en “u”: desde cualquier flanco, importándole un comino al conductor llevarse por el medio a un coche con su bebé o a un anciano de bastón en mano; ahora, agregamos como algo “normal” que la motocicleta recorra la vía en sentido contrario a lo establecido y, como en el canal rápido de la autopista, destaque por sus velocidades en el rayado del medio o “isla” de la calle o avenida.
Las propias autoridades incurren en el desaguisado, incluyendo el empleo de las aceras. Estas “reglas”, según los usos y costumbres que se imponen, no tardarán en un reemplazos por otras peores.
Incentivada la indisciplina social, imponiéndose el más fuerte en las calles, asistimos a un fenómeno propio de la época. El semáforo inservible, parece sobrar.
Luis Barragán