Cuando el presidente de China Xi Jinping llevó a cabo su primera visita de Estado a Estados Unidos en 2015, exigió el respeto a las garantías.
Por: Chris Buckley – The New York Times / Vía Infobae
Cortejó a los ejecutivos en tecnología, al mismo tiempo que defendió el control de internet por parte de China. Negó que China estuviera militarizando el disputado mar de China Meridional, mientras hacía valer sus reclamaciones marítimas en ese lugar. Habló esperanzado sobre un “nuevo modelo” para crear unas estupendas relaciones de poder en las que Beijing y Washington pudieran coexistir de manera pacífica en condiciones de igualdad.
No obstante, de regreso en China, durante las reuniones con el Ejército, Xi se la pasó advirtiendo en términos notablemente duros que era casi inevitable intensificar la competencia entre una China en ascenso y un Estados Unidos hegemónico desde hacía mucho tiempo, y que el Ejército Popular de Liberación debía estar preparado para un posible conflicto.
Según Xi, China pretendía ascender en paz, pero las potencias de Occidente no aceptaban la idea de que una China comunista se estuviera acercando y de que algún día las superara en la supremacía global. Occidente nunca dejaría de tratar de arruinar el ascenso de China y derrocar al Partido Comunista, le dijo al Ejército en discursos que, en buena parte, los medios de comunicación han dejado de difundir.
“Sin duda alguna, la fuerza cada vez mayor de nuestro país es el factor más importante que impulsa un reajuste profundo del orden mundial” les dijo a los comandantes en noviembre de 2015, dos meses después de su visita a Estados Unidos. “Algunos países occidentales de ninguna manera quieren ver que una China socialista se fortalezca bajo la dirigencia del Partido Comunista chino”.
A pesar de sus promesas al presidente Barack Obama de no militarizar el mar de China Meridional, en febrero de 2016, Xi les dijo a sus altos comandantes que China tenía que reforzar su presencia en ese sitio: “Hemos aprovechado la oportunidad, eliminado la intervención y acelerado la construcción de las islas y los bancos del mar de China Meridional, logrando un avance histórico en la estrategia marítima y defendiendo el derecho marítimo”. (En los años siguientes, China expandió con rapidez su infraestructura militar en esa zona).
Estos comentarios de Xi se encuentran en la serie de discursos que pronunció Xi ante el Ejército Popular de Liberación y los funcionarios del Partido Comunista publicados por el Ejército para su análisis interno por parte de los altos oficiales y que vio y corroboró The New York Times. Estos tomos, “Selección de las Declaraciones más Importantes de Xi Jinping sobre la Defensa Nacional y el Desarrollo Militar”, abarcan sus primeros años en el poder, de 2012 a febrero de 2016.
Los discursos nos dan una visión nueva y sin tapujos de un líder en el centro de una rivalidad de superpotencias que le está dando forma al siglo XXI. Muestran la manera en que, en algunas ocasiones, ha manifestado una convicción casi fatalista —incluso antes de que los vínculos de Beijing con Washington tuvieran un fuerte descalabro más tarde en el gobierno de Trump— de que el ascenso de China provocaría una respuesta negativa de sus adversarios occidentales que buscan mantener su hegemonía.
“Cuanto más rápido nos desarrollemos, más grande será el impacto en el exterior y mayores las represalias estratégicas”, les dijo Xi a los oficiales de la fuerza aérea china en 2014.
En la cosmovisión de Xi, Occidente ha querido socavar el poder del Partido Comunista chino en su país y contener la influencia de China en el exterior. El Partido Comunista tuvo que reaccionar a estas amenazas con un gobierno de mano dura y un Ejército Popular de Liberación cada vez más fuerte.
Mientras Xi se prepara para reunirse con el presidente Joe Biden en California esta semana, la pregunta de cómo van a gestionar su rivalidad estas dos potencias se cierne sobre su relación.
Xi ha estado tratando de estabilizar las relaciones con Washington, aparentemente presionado por los problemas económicos de China y un deseo de disminuir el aislamiento diplomático en el que se encuentra China. “Tenemos mil razones para cultivar la relación entre China y Estados Unidos y ninguna en absoluto para estropearla”, hace poco les dijo Xi en Beijing a los legisladores estadounidenses.
Pero con la profundización de la desconfianza mutua, podría resultar poco convincente cualquier distensión de antagonismo entre ambas partes.
Xi destacó que su opinión del reto planteado por Estados Unidos no había cambiado y, el mes de marzo, dijo con una extraña franqueza pública: “Los países occidentales liderados por Estados Unidos han instaurado un control, asedio y contención integrales de China”.
Las dudas sobre el poderío de Estados Unidos
La visión que tiene Xi del mundo y de Estados Unidos tienen la huella de los años turbulentos de China cuando estaba preparándose para asumir el poder. China había crecido con rapidez, pero las reformas que impulsaron el crecimiento se habían desacelerado y la corrupción oficial era galopante. La seguridad se había extendido, pero también las protestas y la disidencia.
Cuando Xi llegó como aspirante a dirigente del país en 2007, algunos diplomáticos, especialistas y veteranos del Partido Comunista bien relacionados pronosticaron que sería un hombre pragmático que podría reiniciar los intentos de China enfocados a una liberalización económica. Algunas personas incluso vieron en él la oportunidad de un cambio político tras un largo periodo de estancamiento.
Se refirieron al linaje de Xi como el hijo de un líder revolucionario que había ayudado a supervisar la reestructuración económica de China en la década de 1980, y a las décadas que Xi había sido funcionario en las provincias comerciales costeras del este de China, incluyendo diecisiete años en Fujian, donde cortejó a los inversionistas de Taiwán, el país vecino. Li Rui, un alto funcionario jubilado que fue colaborador de Mao Zedong, registró en su agenda una conversación en 2007 acerca del relativamente desconocido Xi.
“Pregunté cómo era Xi Jinping y la respuesta constó de cuatro palabras: ‘Gobernar sin hacer nada’”, escribió Li. “Sería bueno”, añadió Li, “dejar que todos aprovecharan sus puntos fuertes interviniendo menos”. (Li falleció en 2019; sus agendas y su correspondencia se conservan en la Institución Hoover de la Universidad de Stanford).
Pero la crianza y antecedentes familiares de Xi dejaron una huella más compleja de lo que muchos supusieron: estaba, sobre todo, orgulloso del partido y de la revolución comunista. Y el escepticismo sobre el poder de Estados Unidos y la cautela sobre sus intenciones con China se estaban generalizando más cuando Xi se preparaba para tomar las riendas del poder.
La crisis financiera global de 2007-08 había destruido las suposiciones oficiales de China de que los legisladores de Washington en materia económica eran competentes, aun cuando Beijing no estuviera de acuerdo con ellos. Los funcionarios de China les preguntaron a algunos funcionarios estadounidenses como Hank Paulson, el entonces secretario del Tesoro, acerca de su mal manejo de la situación. Para mucha gente en Beijing, las lecciones llegaron más allá del sistema financiero.
“Fue un momento decisivo”, comentó Desmond Shum, un empresario cuya autobiografía, “Red Roulette”, habla de esos años en los que se mezcló con la élite política china. “Después de ese momento, todo el modelo occidental fue mucho más cuestionado. También había la creencia cada vez mayor de que el mundo necesitaría que China dirigiera el camino para salir del embrollo”.
El fantasma de la ‘revolución de colores’
Cuando Xi se preparaba para convertirse en el dirigente de China, el presidente de Rusia Vladimir Putin estaba surgiendo como modelo de caudillo autoritario que hacía retroceder la supremacía de Estados Unidos.
“Estos dos hombres comparten un mismo mapa mental del mundo, no con exactitud, pero parecido”, señaló Jude Blanchette, un especialista en China del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. “Ambos quieren regresar sus países a la herencia de una grandeza perdida; ambos quieren reclamar territorios importantes; ambos comparten una sensación de trauma por el desplome de la Unión Soviética”.
En particular, Xi y Putin, quienes se reunieron en 2010, compartían la sospecha de que Estados Unidos estaba decidido a desestabilizar a sus adversarios al instigar a la insurrección en nombre de la democracia. Xi y otros dirigentes chinos adoptaron la idea de Putin de las “revoluciones de colores” para describir esa inquietud.
A mediados de la década del año 2000, los temores oficiales de China sobre un estallido de protestas en contra del partido no parecían exagerados. La corrupción flagrante y los escándalos oficiales habían indignado a muchas personas. El internet abrió muchos canales nuevos para las reclamaciones que se intensificaban.
Desde hace mucho tiempo, los líderes del Partido Comunista chino han querido movilizar el apoyo al hacer referencia a una serie de amenazas externas. Las advertencias de una conspiración de Estados Unidos para derrocar el partido y convertir a China en un país capitalista mediante una “evolución pacífica” se remontan a la era de Mao. Pero Xi ha evocado esas advertencias con un arcado apremio.
“Es una persona que pasó años de su vida sin ninguna seguridad y, como dijo más tarde, aprendiendo de su padre sobre la inconsistencia de las relaciones humanas y el poder”, señaló Joseph Torgian, un investigador del Laboratorio de Historia Hoover de la Universidad de Stanford que analizó los discursos de Xi para el Ejército. “Ahora se convierte en el sucesor nombrado y mira el mundo, ve las ‘revoluciones de colores’ y a Estados Unidos entrometiéndose y, para él, se trata de la idea de que, a la larga, el poder es el último garante de la seguridad y la fuerza”.
La renovación militar de Xi
A pocas semanas de asumir el poder a finales de 2012, Xi se reunió con los funcionarios y lanzó una advertencia: el derrumbe de la Unión Soviética, aseveró, fue aleccionador para China. Había caído, se lamentó, debido a que su Ejército había perdido el arrojo. Les advirtió a los funcionarios que China podría correr la misma suerte a menos que el partido recuperara su pilar ideológico.
Meses después, emitió un decreto interno para revertir la influencia de lo que llamó ideas occidentales, como el concepto de derechos humanos universales y el Estado de derecho, en las universidades y los medios noticiosos.
Desde su primera reunión presidencial con Obama en 2013, Xi había demostrado ser un “líder mucho más asertivo y confiable” que su predecesor, Hu Jintao, que dejaba de lado sus temas de discusión para impulsar sus ideas, de acuerdo con Ben Rhodes, un ex asesor de seguridad nacional adjunto en el gobierno de Obama.
“Era un tipo que no solo fungía como líder de un partido, sino que era dueño de sí mismo”, comentó Rhodes en un correo electrónico.
Xi, quien lidera el Ejército como presidente de la Comisión Militar Central, reservó parte de sus advertencias más contundentes sobre Occidente para sus comandantes.
“La ‘ley de la jungla’ de la disputa internacional no ha cambiado” les dijo a los delegados militares a la legislatura nacional de China en 2014. Señaló la mayor presencia de aviones, barcos y portaviones estadounidenses en la región Asia-Pacífico como prueba de que Estados Unidos pretendía frenar a China.
Xi advirtió que el Ejército Popular de Liberación seguía estando peligrosamente atrasado y se podría quedar atrás si no intentaba innovar, sobre todo para mejorar su armamento y organización de mando. En estos discursos, Xi no decía que la guerra fuera inevitable; más bien dejaba en claro que, sin un ejército extraordinario, China no podría hacer valer su voluntad.
“En la contienda internacional, las operaciones políticas son muy importantes, pero, a fin de cuentas, esto se reduce a si se posee la fuerza y si esa fuerza se puede usar”, les dijo a los comandantes de la Comisión Militar Central en noviembre de 2015. “La facilidad de palabra no va a funcionar”.