En el marco de los actos por los 80 años de la victoria del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial, el presidente Nicolás Maduro aprovechó su visita a Moscú para reafirmar su alineamiento con las potencias autoritarias del mundo, asegurando al presidente chino Xi Jinping que “tiene en Venezuela amigos leales”. La declaración, transmitida por el canal estatal VTV, ocurre en un momento de creciente repudio ciudadano al régimen y de aislamiento político regional.
Maduro, acompañado por el ministro de Defensa Vladimir Padrino López y otros altos funcionarios, se presentó ante Xi no como líder de una nación libre, sino como operador de una geopolítica subordinada, agradeciendo el “apoyo” de China para la construcción de lo que describió como una “patria eminentemente popular y absolutamente soberana”. Una afirmación desconectada de la realidad venezolana, donde el 90 % de la población vive en pobreza y el país se ha vuelto dependiente de acuerdos opacos con gobiernos como los de Pekín, Ankara y Teherán.
El mandatario también se refirió a los “grandes resultados” del acuerdo estratégico firmado con China en 2023, aunque no ofreció cifras ni ejemplos concretos. La opacidad de estos convenios, usualmente blindados bajo cláusulas de confidencialidad, ha sido ampliamente denunciada por organizaciones nacionales e internacionales por su potencial para alimentar redes de corrupción y endeudamiento externo a espaldas del Parlamento y la ciudadanía.
Maduro, cuya reelección en 2024 fue ampliamente cuestionada por la comunidad internacional, intenta reforzar su imagen global con gestos diplomáticos que poco tienen que ver con las urgencias de los venezolanos. Mientras en Moscú declara lealtad al “hermano mayor” chino, en Caracas se mantiene congelado el salario mínimo desde hace más de dos años y se criminaliza a trabajadores, gremios y periodistas que denuncian la situación.
Por su parte, Xi Jinping respondió con cortesía protocolar, calificando a Maduro como un “viejo amigo” y reiterando su disposición a “impulsar la cooperación práctica”, sin referirse directamente al drama humanitario ni a la represión interna que caracteriza al régimen venezolano.
En el contexto internacional actual, el acercamiento entre Caracas, Moscú y Pekín se presenta como parte de una estrategia de consolidación de un eje autoritario que busca desafiar el orden democrático y los valores de derechos humanos. Lejos de representar una Venezuela soberana, las palabras de Maduro exhiben la realidad de un país hipotecado, cuyo gobierno busca legitimidad externa mientras reprime a su propio pueblo.