Tamara Taraciuk Broner es quizá una de las personas que mejor entiende a Venezuela, país donde nació y al que le ha dedicado toda una vida de estudios académicos y activismo. Como directora en funciones de Human Rights Watch y, desde hace un par de años, como cabeza del Centro Peter Bell para el Estado de Derecho en el Diálogo Interamericano, uno de los tanques de pensamiento más prestigiosos en Washington realizó un diagnóstico de la crisis postelectoral en el país y habla del trascendental rol que están por jugar los presidentes de Colombia, Brasil y México.
Por: GDA / Vía El Nacional
En entrevista con El Tiempo, Taraciuk dice que Petro, Lula y López Obrador deben “abandonar los eufemismos y llamar las cosas por su nombre: la situación es blanco o negro. En Venezuela se robaron las elecciones y es importante que ahora empujen una negociación, pero no hacia un pacto de coexistencia política sino para una transición democrática en la que se concrete el ascenso de la oposición y la salida de Maduro. Tienen una responsabilidad enorme y el mundo observa. No pueden terminar siendo, después del burdo fraude que todos vimos, los que legitiman al régimen”.
—Van dos semanas desde las elecciones presidenciales en las que la oposición dice que ganó pero Nicolás Maduro se niega a reconocer la derrota. ¿Qué sigue?
—El régimen calculó mal el margen de ganancia de la oposición, que terminó siendo inmenso, y lo astuta que fue la oposición a la hora de documentarlo. Lo que hemos visto desde entonces han sido esfuerzos por tratar de orquestar un burdo fraude y un régimen atrincherándose, que es lo que sabe hacer. Ahora intentan meter al Tribunal Supremo de Justicia, que es un apéndice del Ejecutivo, para que resuelva una cuestión electoral para la cual no tiene ninguna facultad. Buscan desesperadamente darle algún viso de legalidad pero no lo van a lograr. Van dos semanas y no han publicado las actas. El grueso de la comunidad internacional sabe lo que pasó. Y esto no va a ser un (Juan) Guaidó 2.0.
—¿A qué se refiere con eso?
—Es que la situación es muy distinta. Esto no es una reedición de un gobierno paralelo. Acá lo que hubo fue una elección en la que, a pesar de todas las circunstancias adversas, los venezolanos salieron masivamente a votar y lo hicieron en contra del gobierno. Lo que hace de este un momento muy interesante es que hay cosas que están pasando que no pasaban en Venezuela hace mucho tiempo. Primero, hay una oposición unida en una ruta electoral. Hace mucho que eso no ocurría, en un lenguaje claro de la vía electoral, pacífica y bien organizada.
Segundo, María Corina Machado mostró un liderazgo y una astucia política que mucha gente no sabía que tenía y logró, sobre todo, conectar con la gente en Venezuela de una manera que yo creo que no se veía desde que (Hugo) Chávez llegó al poder. Le llegó a gente y zonas que tradicionalmente apoyaban al gobierno. Además, el mundo entero ya ha visto esas actas de votación en las que la oposición obtiene el 67%, sin contar a los que no se les dejó votar porque vivían por fuera. Y lo que se le está pidiendo ahora es que respete esa voluntad popular.
Le queda muy difícil a la comunidad internacional, por lo menos a la democrática, apoyar a Maduro bajo esas circunstancias. Está solo y solo le quedan países como Cuba, Rusia, Irán, China y Turquía. Por eso es tan importante —y de una inmensa responsabilidad— el papel de Colombia, Brasil y México. Por el momento han dejado claro que no le compran el cuento a Maduro y están exigiendo una verificación. Pero deben hacer más.
—En un editorial que usted escribió junto a la presidenta del Diálogo Interamericano, Rebecca Bill Chávez, aluden a ese rol trascendental de estos países pero los cuestionan por un posible “doble estándar”. ¿Qué quieren decir con eso?
—En América Latina tenemos gobiernos, sobre todo los de izquierda, que no son coherentes porque sus decisiones en política exterior y derechos humanos están teñidas por una visión ideológica. La notable excepción es la de (Gabriel) Boric en Chile. Pero hoy los gobiernos de Lula, Petro y Obrador tienen la enorme responsabilidad de llamar las cosas por sus nombres y de dejar de hablar sobre Venezuela con eufemismos. No se trata de decir: hay que respetar derechos humanos, como acaban de decir en el más reciente comunicado. Lo que hay que decir es que no puede haber represión. Han metido a más de 2.000 personas a la cárcel, han muerto más de 20, están bloqueando redes sociales, adelantan una campaña de intimidación aterradora, se están llevando presos a miembros de la oposición. Las imágenes son escalofriantes.
—A su juicio, ¿qué deben hacer entonces México, Brasil y Colombia?
—Estos gobernantes, primero que todo, tienen que condenar esas acciones y pedir que acaben. Al mismo tiempo, es importante que no reconozcan el resultado del oficialismo exigiendo una verificación de actas. Pero tienen que hablar con claridad y decir, en blanco y negro, que en Venezuela se robaron las elecciones. Y es importante que empujen por una negociación pero no para negociar un pacto de coexistencia política sino para una transición democrática en la que se concrete el ascenso de la oposición y la salida de Maduro. Acá hubo elecciones. Un grupo ganó y otro perdió. Y ese es el punto de partida para cualquier negociación.
—Pero ¿cómo negociar con un régimen que en el pasado ha demostrado que usa este tipo de instancias para ganar tiempo y aferrarse al poder
—Sí, y van a intentar hacer eso nuevamente. Yo creo que Maduro va a querer negociar cómo se queda en el poder y la oposición va a querer negociar cómo se va. Pero en esto he venido trabajando mucho. Y es cómo ofrecer incentivos legales a quienes están en el poder para que vean que tienen un futuro mejor en una transición democrática que siguiendo órdenes ciegas de los que están atrincherados. El poder no es monolítico en Venezuela. O sea, Maduro no es Chávez, que aglutinaba. Lo que hay son lealtades compradas por un pequeño grupo. Pero mucha de la gente que votó por la salida del régimen es gente misma de las Fuerzas Armadas, del Poder Judicial, y a ellos hay que ofrecerles una salida para que puedan saltar del barco.
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