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Desastre anunciado (en Venezuela)

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Por Francisco Santos

La verdad, los líderes de la oposición merecen su suerte, pues han demostrado lo pequeños que son, pero los venezolanos no merecen tener esas figuras que son capaces de venderlos por un mendrugo de pan o entregarlos por un pedacito de poder

Hace poco más de un mes, los partidos de oposición en Venezuela tomaron la decisión, con complacencia de los Estados Unidos, de acabar con el gobierno interino que presidía Juan Guaidó. Se les advirtió, hasta la saciedad, de las consecuencias negativas de esa iniciativa; se les dijo que nadie quería eso más que el narco dictador Maduro; se les pidió, casi de rodillas, que por lo menos negociaran esa terrible propuesta por algo igualmente importante.

Nada de eso sirvió. Bajo el auspicio de Julio Borges, quien llevaba varios años buscando acabar con el gobierno interino; con la complacencia de Manuel Rosales, quien está en el bolsillo de Maduro; de Henry Ramos, a través de su operador político, Luis Aquiles, y del vendido de Tomás Guanipa empujaron a la Asamblea a poner fin al gobierno interino.

Una llamada del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca o del Departamento de Estado a cualquiera de ellos hubiera frenado esa decisión; pero no, se quedaron callados, prefirieron pelear entre ellos, como lo llevan haciendo desde que se inauguró esta administración, y dejaron que esa decisión se ejecutara.

Los efectos no se hicieron esperar. El primero, los miembros de la Asamblea se quedaron sin sueldo, y ahora sí lloran, pero ellos tomaron la decisión. Segundo, perdieron representación ante los países que los habían reconocido y, por lo tanto, el manejo de temas como las demandas por el oro retenido en Inglaterra o el control de Citgo en los Estados Unidos quedaron en el aire. Tercero, la narco dictadura recuperó oxígeno político internacional, el cual se consolida con la llegada de Petro y Lula al poder en Colombia y Brasil. Se perdió cualquier tipo de contrabalance internacional frente a Maduro y sus secuaces.

Por eso, es imposible comprender cómo personas con gran entendimiento en este tema internacional, como Brian Nichols, en el Departamento de Estado, o el mismo Juan González, en la Casa Blanca, no se dieran cuenta de los efectos nocivos de tan equivocada decisión. No sé si fue el resquemor de que esa política venía de Trump y había que acabarla lo que guió esa actuación, pero lo cierto es que el papel de los dos personajes mencionados, más el de Jimmy Story, embajador frente al gobierno interino, son ejemplo de una comedia de equivocaciones donde los egos, las peleas por el poder y la pequeñez de unos funcionarios crean un enredo en el cual todos salen perjudicados (incluyendo los intereses de Estados Unidos), y el único beneficiado es el malo de la película.

Casi que es un caso de estudio sobre cómo no se deben hacer la cosas y cómo la prepotencia y la incompetencia llevan a desastres políticos como este. El miércoles de esta semana, Mark Wells, del Departamento de Estado, estaba en España tratando de arreglar este enredo, pidiéndole a Dinorah Figuera, la presidenta de la Asamblea, que asuma el liderazgo del gobierno interino que ellos mismos, por su vanidad, terquedad e insensatez, ayudaron a tumbar.

No hay derecho. Sin embargo, esto tampoco excluye los egos, la corrupción y las ínfulas de grandeza de la oposición venezolana que le jugó a este tema. Desde Borges, y lo repito porque él ha sido la cabeza de este complot desde el 2019, hasta Leopoldo López, quien se plegó, en vez de pelear en contra de esa decisión con todo su capital político, son responsables de este fiasco.

La verdad, los líderes de la oposición merecen su suerte, pues han demostrado lo pequeños que son, pero los venezolanos no merecen tener esas figuras que son capaces de venderlos por un mendrugo de pan, como Tomas Guanipa y otros iguales a él, o entregarlos por un pedacito de poder, como lo hizo Rosales. Venezuela merece otro liderazgo que no esté corrompido o asustado. No es nada fácil, pues el narco-régimen se ha encargado de asustar, asesinar, desaparecer, encarcelar y comprar a muchos en la oposición; por eso, cuando finalmente se tiene un grupo parcialmente unido y con legitimidad, como fue el G4 con el gobierno interino, que los funcionarios de Estados Unidos no hayan entendido la importancia de este instrumento como mecanismo de acción es incomprensible.

Maduro tenía un solo objetivo en su política exterior desde el 2019 y era acabar el interinato. Sí, se había logrado socavar la legitimidad del narco-régimen, pero cuando una oposición miope, vana e inútil decide echarlo por la borda, uno por lo menos espera que funcionarios experimentados, serios y preparados, como se esperaría fueran los del Departamento de Estado o del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca, logren frenar semejante despropósito.

Pues no. Lo alentaron, sin tener idea lo que iba a pasar. No vieron las consecuencias y ahora tratan de arreglar su propio error. Quizás eso pasa cuando un gobierno, en vez de poner a jugar a su equipo de las grandes ligas, decide, por las razones que sea, colocar uno de las ligas menores, que escasamente pasa la prueba.

Ahora viene la recomposición de ese gobierno interino que no cuenta con un actor dentro de Venezuela, como era Guaidó, lo que resta impacto y legitimidad a la figura. Ojalá la señora Figuera no se convierta, apenas, en una firmona al servicio de Julio Borges, porque ahí sí, apague y vámonos. Tiene un solo objetivo en este año esa presidencia interina: que se den unas primarias lo más masivas posible y se cree un nuevo liderazgo al interior de la oposición.

Que ese debate, si lo deja Maduro y los hampones que lo rodean, sea el renacer de una oposición vigorosa, dispuesta a dar la pelea en las calles, porque elecciones libres y limpias, donde exista la oportunidad de ganarle a la mafia en el poder, no se van a dar. En eso no se puede equivocar la oposición.

Mientras tanto, esperar que el equipo de ligas menores crezca y ascienda, que sus jugadores se pongan las pilas, entiendan que deben trabajar juntos, asuman riesgos y no le dejen al continente una Cuba con esteroides trabajando con las mafias del narcotráfico al servicio de la desestabilización de la región.


Francisco Santos Calderón es un periodista y político colombiano, que fue vicepresidente de Colombia entre 2002 y 2010.

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