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El petrismo: ¿democracia o patocracia?, por Víctor A. Bolívar (@vabolivar)

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En noviembre de 2022, luego de pocos meses de su ascenso al poder, nos referíamos por este medio al presidente Petro en un artículo que titulamos “El taimado Petro”. Especulábamos entonces sobre sus posibilidades de ejercer democráticamente el mandato que los colombianos le dieron para llevar las riendas de un país con un gobierno que muchos presagiaban nada convencional. Por la historia y la ideología de los factores que lo definían se sospechaba un viraje hacia una izquierda poco moderada. Percibíamos que su don sinuoso y ladino le permitiría la astucia y habilidad para dar pasos importantes y convertirse en el primer gran actor de la izquierda latinoamericana en el Foro de Sao Paulo, por encima de López Obrador, Ortega, Castillo, Boric, Arce, Zelaya, Díaz-Canel, Fernández y de un Lula maltrecho y reincidente criminal, que pocos logros tenía para exhibir y mucho que esconder de sus acciones y gestiones, especialmente en el ámbito internacional.

A esa visión llegamos en el entendido de que un converso Petro, ya en la presidencia, reanudó las relaciones diplomáticas y comerciales con Venezuela. Fueron momentos de gran distensión en los que promovió la emblemática apertura del puente internacional entre los dos países y se produjo la iniciativa de su visita a Maduro en la que lo instó a unas elecciones presidenciales con garantías, sin inhabilitados; así como su planteamiento de reactivar con él el diálogo programado en París y el reingreso de Venezuela a la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y a la OEA.

Pues bien, con el paso del tiempo aquellas iniciativas se difuminaron y el desempeño de Petro como presidente no ha podido ser peor dentro y fuera de Colombia. Sus acciones y los hechos demuestran que le quedó grande gobernar al hermano país, pues, las expectativas que pudo haber generado en su papel de líder y mandatario fueron al traste. Hoy, a solo un año que le queda en el ejercicio del cargo, su gobierno luce menos capaz de garantizar a los colombianos un mejor futuro. La “épica revolucionaria” de su travesura guerrillera no le sirvió para mantener una mayoría parlamentaria que le permitiera las reformas importantes que se había propuesto, menos aún para proponer con éxito un referéndum constitucional y una subsiguiente asamblea constituyente. Como tampoco le servirá cabalgar protestas como las del 1º de mayo, que no le vienen dado su rol de gobernante. Perdió el envión de su triunfo electoral y al poco tiempo quedó atrapado en la realidad de una Colombia que ya se había blindado institucionalmente contra los peligros del populismo y la demagogia que han caracterizado históricamente a las izquierdas latinoamericanas para hacerse del poder absoluto en sus países.

El enredo de Petro es descomunal. Lo ha devorado su falta de asertividad y su proverbial divagación que lo incapacitan y lo muestran incompetente para generar cambios en un mandato que exige su recomposición. Afinca su discurso en la pantomima o en inasibles conceptos ajenos a las demandas de soluciones impostergables que requieren los colombianos. Así ha sido en todos los ámbitos: su vida personal no ha escapado del escrutinio público, en ella asoma una notoria ambivalencia que no puede mantenerse ajena por la importancia de su conducta en el cargo; el morbo por sus andanzas es incontenible, como también lo es por su sospechada adicción y la de su ministro Benedetti. Su desempeño como jefe de gobierno y el de sus más estrechos e importantes colaboradores en el país y fuera de él demuestran que no hay liderazgo.

Es inconcebible que la canciller y el ministro del Interior se trencen en una disputa judicial en la que insólitamente Petro se convierte en una suerte de observador y no tome determinantes decisiones para acabar con ese escabroso sainete. El caso de su hijo Nicolás tampoco pudo escapar del radar del cotilleo político por la presunta ayuda a la campaña de su padre con un financiamiento de dudosa licitud. Las quejas públicas de su vicepresidenta Francia Márquez desnudan serios problemas en un descarrilado tren ministerial.

Por otra parte, Petro no pudo ocultar su egolatría cuando troca su bochornoso desempeño frente a las órdenes de Trump en un pretendido acto de coraje y valentía. Asegurar que en su país, y por vía colateral en el nuestro, no hay guerrilleros sino desmovilizados y “traquetos”, es un insulto a la inteligencia de los colombianos. En efecto son guerrilleros y “traquetos” los del ELN y las disidencias de las FARC-EP; son los que en ese rol están causando desde hace muchos años una de las peores tragedias en Colombia y en Venezuela por igual.

Quedó en falta con nuestro país, no reconoció el claro triunfo electoral de la oposición del 28J, dejó en el limbo una decisión que pudo empinarlo por encima de sus pares y asegurarse un lugar como verdadero demócrata. Perdió esa oportunidad y prefirió parecerse más a Lula que a Boric. Consideramos que él y sus colaboradores con sus desvaríos, ambivalencias, adicciones y trastornos de personalidad presentan una insania merecedora de ser revisada por los colombianos; pudieran estar bajo los rigores de un sistema de gobierno patocrático «en el que una pequeña minoría patológica ha tomado el control de una sociedad de personas normales».

Por Víctor A. Bolívar

Mayo 7, 2025

X: @vabolivar

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