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“Entre el Estado y el ciudadano”, por Ricardo Ciliberto Bustillos

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El pleito de las comunidades y el individuo en particular contra el  Estado, esa concepción jurídica que en términos llanos tiene “el poder  de los poderes”, ha sido una constante desde los albores de la  humanidad. Por supuesto, que su concepto, desarrollo, decaimiento y  resurgimiento han marcado épocas interesantísimas en el devenir histórico y político mundial. 

Ricardo Ciliberto Bustillos

En Hispanoamérica, esta contienda ha sido notable y persistente.  Hemos tenido hermosas constituciones, impecables ordenamientos  legales y, sin embargo, no hemos sido asertivos y ni acertados en este  propósito. 

Dicho de otro modo, nos hemos “saltado a la torera” infinidades de  veces, regulaciones, pactos, convenciones y normas que de alguna  manera viniesen a poner orden en nuestras díscolas sociedades y los  que ejercen el gobierno de turno. 

El caso venezolano es patético. Aguantamos, y no precisamente como  algunos han dicho acerca de su mansedumbre y quietud, un largo  período colonial lleno de tensiones e inconformismos. Y es que, ni la  conquista y el establecimiento del régimen hispano, fueron fáciles y  mucho menos sosegados. 

La guerra de independencia ocasionó la total demolición de cualquier  orden jurídico propio y peninsular. Poblaciones enteras fueron diezmadas o aniquiladas, y las pocas que sobrevivieron, fueron  sometidas a la única voluntad de cabecillas y caudillos, a pesar de los  esfuerzos de unos cuantos integrantes de la superioridad militar y  dirigencia civil. 

Desintegrada Colombia, nuestro país, más que estrenar, continuó  apelando a formas de gobierno reñidas con el “Estado de Derecho”, por lo que el poder personal y el autoritarismo continuaron haciendo de las suyas. En consecuencia, salvo que uno u otro ensayo  republicano, el ejercicio político estuvo supeditado a la aquiescencia  del mandamás de ocasión y a la obediencia de sus más cercanos  colaboradores y compinches. 

A comienzos de 1958 hicimos un esfuerzo serio, mancomunado y con  visión futurista sobre el régimen democrático a instaurar de modo  definitivo. A pesar de los malos augurios y de algunos desbocados,  equivocados, entregados al pasado o a los arrumacos de Fidel, la  experiencia fue, desde todo punto de vista, exitosa. Que hubo fallas,  errores, omisiones en su desempeño, no le quita mérito ni  reconocimiento alguno. El hecho que en aquellos tiempos la gran  mayoría de los países de América Latina estuviesen bajo gobiernos  dictatoriales, hizo que nuestra incipiente democracia sirviera de  influyente ejemplo, además de ser portavoz autorizado, moral y  políticamente hablando, para la denuncia pertinaz y el rechazo  inocultable a la violación de los derechos fundamentales. 

En estos tiempos, las instituciones del Estado han sido objeto de presiones, extorsiones y vapuleo por parte de otros poderes. 

La disputa entre el ciudadano y el Estado sigue estando vigente. Estilos  y conceptos ya superados pujan por desenterrarse y originan  inestabilidad y ausencia de cualquier arreglo posible con apego a las  realidades y – obviamente – sin la alteración del orden jurídico vigente. El Estado de Derecho, por encima de cualquier circunstancia, debe imponerse sin mediateces y obstáculos.

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