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Las rejas invisibles de la embajada Argentina, por Omar González

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Qué de trágico tiene vivir en una Embajada?

¿Verdad que vivir en una sede diplomática parece fascinante? .

Pero la realidad es que vivir asilado en una embajada, para evitar caer en manos de los verdugos del regimen de Maduro en Venezuela, no tiene nada de encantador.

Vivir asi encerrado dentro de una embajada es mil veces más terrible de lo que la gente se imagina.

Esta es la situación de seis miembros del equipo de campaña de María Corina Machado y Edmundo González Urrutia que cumplimos siete meses asilados en la embajada Argentina en Caracas.

Yo soy uno de ellos y hoy quiero relatarles algunas partes de este drama que nos cambió la vida.

En un rincón de nuestro querido pais, Venezuela, en el que alguna vez nos sentíamos seguros, donde los recuerdos y risas junto a la familia solían prevalecer, hoy una sombra amarga se cierne sobre la existencia de quienes logramos escapar de los esbirros del régimen de Maduro y buscamos refugio en esta embajada.

El asilo diplomático dado por un país y un gobierno amigo, como el de Argentina, fue una opción que surgió de repente, ante la urgente necesidad de protección, tras la orden de captura anunciada por radio y televisión por el Fiscal General del régimen.

Un asilo que, a pesar de las buenas intenciones de quien nos dio refugio, se convirtió en una prisión de rejas invisibles, donde el dolor emocional se agudiza con cada día.

Es el destierro en tu propio país, lo que significa una contradicción dolorosa.

Los días se suceden, pero el tiempo parece detenerse.

La vida afuera continúa, mientras que para nosotros que vivimos en esta especie de limbo, cada minuto se siente pesado.

Las calles, que habrían obligado a los recuerdos a florecer, se vuelven ajenas.

Mirar por la ventana se transforma en un acto de añoranza; el murmullo de la vida cotidiana se siente como un eco distante, un recordatorio constante de lo que se ha perdido.

La soledad se convierte en nuestra compañera más leal.

Aunque nos encontremos rodeados de compañeros que comparten nuestros sufrimientos, la experiencia del dolor es fundamentalmente solitaria.

La falta de contacto físico y emocional con la familia, con los amigos, con el mundo exterior, crea un abismo que es difícil de cruzar.

La amenaza a la persecución, la prisión la tortura, la muerte, la angustia de los seres queridos en peligro y la incertidumbre sobre el futuro son pensamientos que rondan constantemente, desgastando la salud física y mental.

Cada noticia que llega desde el hogar, desde el trabajo y de los amigos es recibida con ansiedad, transformando incluso lo que debería ser un momento de alegría, en un torrente de preocupación.

En una embajada, lo que debería ser un refugio seguro, se transforma en un escenario de estrés y ansiedad permanente.

Cada decisión, cada paso se siente como un juego de azar donde el futuro está en manos de extraños.

La vida se reduce a la espera y la incertidumbre, haciendo que cada día se sienta como un reflejo del anterior.

A pesar de este sufrimiento, el espíritu humano tiene una extraña manera de buscar la luz en la oscuridad.

Muchos encontramos consuelo en la lucha desde distintas trincheras y en la solidaridad entre aquellos que comparten nuestro destino.

Los lazos formados en esta adversidad son muy profundos y significativos, ofreciendo un rayo de esperanza en medio de la desesperación.

Las historias compartidas de resistencia y lucha se convierten en un bálsamo para el alma, recordando que no estamos solos en nuestro dolor.

Recordando que hay otros compañeros, amigos y hermanos que están en peores circunstancias que nosotros, como por ejemplo, los que se encuentran recluidos en las cárceles del horror de la tiranía.

Metidos en los asquerosos agujeros de los campos de concentración de Tocuyito, Tocorón, Yare, La Tumba, El Helicoide y demás centros de torturas de la dictadura.

Pese a la somnolencia de la situación, es crucial recordar que el asilo y la prision son el resultado de actos de valentía por la libertad de Venezuela.

En el caso particular de quienes nos vimos obligados a no dejarnos atrapar por los sicarios del régimen, alejados de nuestros hogares por razones políticas, exhibimos una resiliencia extraordinaria.

Nuestra lucha por encontrar un lugar seguro es un testimonio del deseo humano de vivir con dignidad y libertad.

El dolor del destierro en casa es profundo y desgarrador, pero también puede ser un catalizador para la acción.

Al compartir nuestras historias, quienes estamos viviendo esta experiencia podemos inspirar a otros a reflexionar sobre la importancia de la libertad y los derechos humanos.

En una nación como Venezuela, donde la injusticia de una tiranía persiste, cada relato de sufrimiento puede contribuir a un cambio positivo, fomentando la empatía y la comprensión del resto de la población.

Así, el dolor emocional que se siente al estar asilado en una embajada o preso en un penal del horror es un recordatorio de las complejidades de la vida política y de las luchas individuales que a menudo quedan ocultas tras los titulares.

Al hablar de esta experiencia, se nos da voz a aquellos que hemos sido silenciados, revelando la humanidad detrás del asilo político, la prisión y la esperanza que perdura incluso en las circunstancias tan difíciles.

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