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Un cementerio de esperanzas, por Ricardo Ciliberto Bustillos

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Confesamos que el título de este artículo tiene su origen en una serie  televisiva de mediana data. Su contundencia y patetismo están en  nuestra memoria. Una especie de señal, de alerta, además de una gran  preocupación por el destino inmediato del país, se conjugaron para  permanecer en nuestra cotidianidad. 

Toda colectividad, igual que las personas, desde los tiempos más  remotos, han tenido largos períodos de crisis, reveses y  padecimientos. La historia nos enseña que ninguna ha estado exenta  de estas infortunadas situaciones. Lo importante, siempre, es  sobreponerse y no perder la brújula del anhelo constante, de la brega  incesante y la esperanza inalterable. 

Nuestro siglo XIX – por ejemplo – luego de la cruenta guerra de  independencia, fue difícil, complejo, contradictorio. El reconocido  historiador Tomás Straka trazó, en pocas palabras, una descripción de  aquellos turbulentos tiempos. Cito: “Durante un siglo, la historia  venezolana fue la de un anhelo incumplido: el de encontrar un orden  para articularse con la modernidad capitalista; sin embargo, también  fue algo más. Persiguiendo aquel sueño, nuestros ancestros  impulsaron el rico, complejo, creativo, muchas veces violento, y en  bastantes ocasiones cívico y reflexivo, proceso de ensayar diversos  caminos para alcanzarlo. Erraron en un montón de cosas. Cosecharon  fracasos, algunos notables. Llegaron a dudar en la posibilidad del país  para subsistir. Perdieron la mitad del territorio heredado: vieron  desmoronarse sus mejores proyectos. Pero se atrevieron a soñar.  Ciertamente alguna carambola les salió bien, y en muchas otras  cristalizaron logros fundamentales: la nacionalidad y un cúmulo de

valores y experiencias que a la larga encaminaron a las siguientes  generaciones hacia un sistema de libertad y, hasta donde eso lo  permita, igualdad con relativa prosperidad”. 

En la segunda mitad del siglo XX procuramos, aún con defectos y  omisiones, el establecimiento de un sistema democrático. Y junto a este, una gama de expectativas que algunas, imposible de obviar, se  hicieron realidad. Fueron años de afanes, tanteos y yerros, pero  también de innegables éxitos. 

Ahora, bajo estas intrincadas circunstancias y en que algunas voces,  cuales oráculos del pesimismo y profetas de la derrota permanente,  insisten en que no vale la pena seguir adelante, más que nunca  estamos obligados a asumir posiciones indeclinables acerca de  nuestro futuro y aspiraciones en un país mejor. Quinientos y tantos  años, o si lo queremos más cerca, doscientos años de independencia,  no son nada en la vida de un pueblo. Ejemplos sobran, donde- incluso dinastías, imperios, sistemas políticos y formas de gobiernos han  quedado olvidados en las implacables páginas de los tiempos. 

Hay que perseverar. No hagamos caso a los cálculos y mucho menos a  las predicciones. Debemos estar claros – en consecuencia – que  pronosticar sucesos o desenlaces, en los que algunos se solazan, no  tienen cabida. La realidad indica otros mandatos que debemos  cumplir. En este sentido, no permitamos que, bajo ninguna  eventualidad, todas nuestras ilusiones y razonables expectativas,  terminen sepultadas por una empedernida dejadez, comodidad u  olvido. Cuidado, entonces, con el cementerio de esperanzas. Para la  mayoría de los venezolanos, la idea y el afán es y será siempre la  construcción, a pesar de las dificultades, de un país libre, moderno y  próspero para todos.

Ricardo Ciliberto Bustillos

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