Confesamos que el título de este artículo tiene su origen en una serie televisiva de mediana data. Su contundencia y patetismo están en nuestra memoria. Una especie de señal, de alerta, además de una gran preocupación por el destino inmediato del país, se conjugaron para permanecer en nuestra cotidianidad.
Toda colectividad, igual que las personas, desde los tiempos más remotos, han tenido largos períodos de crisis, reveses y padecimientos. La historia nos enseña que ninguna ha estado exenta de estas infortunadas situaciones. Lo importante, siempre, es sobreponerse y no perder la brújula del anhelo constante, de la brega incesante y la esperanza inalterable.
Nuestro siglo XIX – por ejemplo – luego de la cruenta guerra de independencia, fue difícil, complejo, contradictorio. El reconocido historiador Tomás Straka trazó, en pocas palabras, una descripción de aquellos turbulentos tiempos. Cito: “Durante un siglo, la historia venezolana fue la de un anhelo incumplido: el de encontrar un orden para articularse con la modernidad capitalista; sin embargo, también fue algo más. Persiguiendo aquel sueño, nuestros ancestros impulsaron el rico, complejo, creativo, muchas veces violento, y en bastantes ocasiones cívico y reflexivo, proceso de ensayar diversos caminos para alcanzarlo. Erraron en un montón de cosas. Cosecharon fracasos, algunos notables. Llegaron a dudar en la posibilidad del país para subsistir. Perdieron la mitad del territorio heredado: vieron desmoronarse sus mejores proyectos. Pero se atrevieron a soñar. Ciertamente alguna carambola les salió bien, y en muchas otras cristalizaron logros fundamentales: la nacionalidad y un cúmulo de
valores y experiencias que a la larga encaminaron a las siguientes generaciones hacia un sistema de libertad y, hasta donde eso lo permita, igualdad con relativa prosperidad”.
En la segunda mitad del siglo XX procuramos, aún con defectos y omisiones, el establecimiento de un sistema democrático. Y junto a este, una gama de expectativas que algunas, imposible de obviar, se hicieron realidad. Fueron años de afanes, tanteos y yerros, pero también de innegables éxitos.
Ahora, bajo estas intrincadas circunstancias y en que algunas voces, cuales oráculos del pesimismo y profetas de la derrota permanente, insisten en que no vale la pena seguir adelante, más que nunca estamos obligados a asumir posiciones indeclinables acerca de nuestro futuro y aspiraciones en un país mejor. Quinientos y tantos años, o si lo queremos más cerca, doscientos años de independencia, no son nada en la vida de un pueblo. Ejemplos sobran, donde- incluso dinastías, imperios, sistemas políticos y formas de gobiernos han quedado olvidados en las implacables páginas de los tiempos.
Hay que perseverar. No hagamos caso a los cálculos y mucho menos a las predicciones. Debemos estar claros – en consecuencia – que pronosticar sucesos o desenlaces, en los que algunos se solazan, no tienen cabida. La realidad indica otros mandatos que debemos cumplir. En este sentido, no permitamos que, bajo ninguna eventualidad, todas nuestras ilusiones y razonables expectativas, terminen sepultadas por una empedernida dejadez, comodidad u olvido. Cuidado, entonces, con el cementerio de esperanzas. Para la mayoría de los venezolanos, la idea y el afán es y será siempre la construcción, a pesar de las dificultades, de un país libre, moderno y próspero para todos.
Ricardo Ciliberto Bustillos