Vivimos tiempos en los que el mérito no solo se ignora, sino que se combate con fiereza. Ya no se trata simplemente de que los valores estén en crisis; es que se ha institucionalizado la mediocridad como una consigna moral. Lo que antes se susurraba con vergüenza hoy se proclama sin pudor: la falta de principios es una estrategia, la ignorancia una herramienta, y la traición un camino al poder.
Políticos como Capriles, Rosales, Fuerza Vecinal entre otros camuflados , no están simplemente equivocándose. No. Ellos están liderando una estrategia sistemática para normalizar la desviación. Pretenden convencernos de que lo torcido es recto, que lo indigno es negociable, que venderse es una muestra de madurez política.
Y lo más trágico es que no están solos. A su alrededor pululan cómplices voluntarios, ciudadanos que los siguen no por convicción sino por conveniencia, amigos que los justifican, conocidos que los invitan a sus mesas, vecinos que callan por no incomodar. Decimos que los conocemos, que son “gente buena”, pero ignoramos que al aceptar su desviación la estamos legitimando.
Este fenómeno no es nuevo, pero nunca antes se había presentado con tanta desvergüenza. Nunca antes se había glorificado la ignorancia como se hace ahora. Porque sí, la ignorancia es el combustible tanto del socialismo decadente como del “alacranado” oportunista. Ambos saben que un pueblo pensante es un pueblo ingobernable para sus fines oscuros. Y por eso apuestan al apocalipsis cognitivo, al silencio, al olvido, a la desmemoria.
Pero hay un precio, y no es menor. Cada vez que aceptamos la desviación como “lo normal”, estamos vendiendo el alma de nuestra sociedad. Estamos destruyendo la esperanza de nuestros hijos, estamos hipotecando el futuro de nuestros nietos. Nos estamos traicionando a nosotros mismos.
Por eso este es un llamado, no desde la rabia vacía, sino desde la reflexión profunda: necesitamos imponer una sanción moral. No podemos seguir admitiendo en nuestros espacios a quienes promueven la distorsión y el engaño. No por odio, sino por responsabilidad. No por revancha, sino por dignidad. Porque si no somos capaces de dibujar una línea entre lo que está bien y lo que está mal, entonces ya hemos perdido.
La sanción moral no requiere poder político. Requiere integridad. Significa decir «no» cuando todos aplauden. Significa apagar la música cuando el corrupto quiere celebrar. Significa tener la fuerza interior para no ser parte del coro de los ciegos voluntarios. Porque si ellos tienen un precio, nosotros debemos tener principios.
No permitamos que estos falsos líderes continúen avanzando. Que no cuenten con nuestra indiferencia. Que no cuenten con nuestra amnesia. Por nuestros hijos, por nuestra historia, por lo que aún somos capaces de ser, pongamos límites, al menos morales, donde la ley ha fracasado.
Es tiempo de despertar. Es tiempo de resistir, con la verdad, la meritocracia y la dignidad como nuestras únicas armas. Porque al final, cuando todo se derrumbe, que no puedan decir que fuimos cómplices. Que se sepa que hubo quienes, aun sin poder, no se arrodillaron.
Vamos por más…
José I Gerbasi