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Es lo que es

Alberto Ray

Por Alberto Ray

En la icónica trilogía de Matrix, hay una escena reveladora que trasciende la simple narrativa de ciencia ficción para convertirse en una poderosa metáfora de la resistencia humana contra la opresión. Es el momento en que Neo finalmente comprende la verdadera naturaleza del código que sustenta la simulación, en una especie de lluvia verde de caracteres que fluyen frente a sus ojos, y con esta comprensión, las amenazas personificadas en los cientos de Señores Smith que antes parecían invencibles se vuelven impotentes ante él.

Esta transformación de Neo no es simplemente el resultado de adquirir poderes sobrehumanos, sino de alcanzar una comprensión fundamental: el sistema que lo aprisionaba, aunque aparentemente todopoderoso, estaba construido sobre bases que podían ser entendidas, desafiadas y, en última instancia, vencidas. Es precisamente esta revelación la que nos permite trazar un paralelo fascinante con la naturaleza de los sistemas tiránicos en el mundo real.

Las tiranías, al igual que la Matrix, se sustentan en una ilusión de invulnerabilidad. Construyen elaboradas estructuras de miedo y represión, diseñadas para hacer creer a los ciudadanos que cualquier resistencia es fútil. Sin embargo, al igual que Neo, cuando los pueblos logran «decodificar» los mecanismos del poder opresivo, descubren que estas estructuras son más frágiles de lo que aparentan.

La historia nos ha demostrado repetidamente que los sistemas autoritarios, por más intimidantes que parezcan, contienen las semillas de su propia destrucción porque el código sobre el cual se sustentas siempre tiene fallas. Cuando los ciudadanos superan el miedo paralizante y comprenden que el poder de los tiranos depende esencialmente de su propia sumisión, la ilusión de invencibilidad comienza a desmoronarse. Como Neo al ver través del código de la Matrix, los pueblos que logran ver a través de la fachada del poder autoritario descubren que la verdadera fuerza reside en su capacidad de resistencia y desafío colectivos.

Este proceso de «decodificación» puede manifestarse de diversas formas: puede ser el reconocimiento de que las tácticas de división social son artificiales, la comprensión de que la propaganda es una herramienta de control basada en mentiras, o el descubrimiento de que el miedo, aunque real, puede ser superado mediante la acción colectiva y coordinada. Cada uno de estos entendimientos es como descifrar una parte del código que mantiene el sistema de opresión.

Al igual que Neo no destruye la Matrix de un solo golpe, sino que su comprensión gradual del sistema lo lleva a acciones cada vez más efectivas, la resistencia coordinada contra la tiranía se va transformando en un proceso acumulativo. Comienza con pequeños actos de desafío, crece a través de la solidaridad y acción comunitaria, y llega el punto en que se transforma en un movimiento capaz de desmantelar incluso los sistemas más arraigados de opresión.

La lección más profunda que podemos extraer de esta analogía es que el poder de cualquier sistema opresivo no importa cuán formidable parezca, depende de la creencia en su invencibilidad. Cuando esta ilusión se rompe, cuando los ciudadanos «ven a través del código», el sistema comienza a perder su poder sobre ellos. Como Neo en Matrix, los pueblos que superan el miedo y comprenden la verdadera naturaleza del poder tiránico, descubren que son más fuertes de lo que jamás imaginaron.

Esta revelación marca el comienzo del fin para cualquier sistema basado en el miedo y la represión. Porque una vez que la gente comprende que los tiranos no son indestructibles, la transformación de la sociedad se vuelve no solo posible, sino inevitable.

Llevo algún tiempo pensando cómo conceptualizar y analizar las crisis desde una óptica más sistémica y al mismo tiempo fuera de lo convencional.  Bajo estos parámetros me conseguí con la interesante visión de estudiar las crisis como fractales. En términos prácticos, un fractal se puede definir como un patrón o estructura que se repite a diferentes escalas, mostrando características similares independientemente del nivel de observación. Esto, llevado al contexto de las crisis significa que los patrones, comportamientos y dinámicas que observamos en una crisis a gran escala (como una crisis global) pueden encontrarse también en crisis más pequeñas, como crisis personales o locales. De manera similar puede ocurrir a la inversa, ir de lo muy pequeño a escalas globales.

Existen varias características que son claves y útiles para entender la visión fractal de las crisis. Básicamente son cinco aspectos que voy a puntualizar de forma sintética:

  • Autosimilitud: Los patrones de la crisis se repiten a diferentes niveles, desde lo individual hasta lo global.
  • Complejidad a todas las escalas: Cada nivel de la crisis muestra un grado similar de complejidad e intrincación.
  • Recursividad: Las soluciones o problemas en un nivel pueden generar efectos similares en otros niveles.
  • Sensibilidad a las condiciones iniciales: Pequeños cambios en el inicio de una crisis pueden llevar a grandes diferencias en su desarrollo y resolución.
  • Iteración: Las crisis tienden a evolucionar a través de ciclos repetitivos, aunque cada iteración puede presentar variaciones.

Las crisis no son eventos aislados, sino manifestaciones emergentes de patrones más amplios y profundos que se repiten en diferentes contextos y escalas. Un ejemplo que me ha resultado ilustrativo referido a las crisis fractales es pensar en ellas como las grietas en un cristal golpeado. Cuando una roca impacta un parabrisas, crea un patrón de grietas que se extiende. Si miras de cerca, verás que cada rama principal de la grieta se divide en grietas más pequeñas, y estas a su vez en otras aún más diminutas, todas siguiendo un patrón similar.

De la misma manera, una crisis global, como una pandemia, crea ‘grietas’ que se ramifican en la sociedad. A nivel nacional, vemos problemas en los sistemas de salud. Estos se replican a escala más pequeña en comunidades locales, donde los hospitales se saturan. A nivel familiar, las personas se ven comprometidas de salud y en su economía. En cada nivel, desde lo global hasta lo personal, observamos patrones similares de estrés, adaptación y resiliencia.

Entender las crisis como fractales permite ver cómo los mismos patrones de desafío y respuesta se repiten a diferentes escalas. Esto ayuda a pensar y a aplicar soluciones “multinivel” dependiendo la extensión del problema.

Pero ¿Para qué sirve un análisis de esta naturaleza en un tema tan frecuente como lo es la resolución de crisis?

Se me ocurren unas cuantas respuestas de sentido práctico; sin embargo, pienso que en primer término son útiles para pronosticar y modelar situaciones bajo ciertos patrones repetitivos, inclusive, a través de la geometría fractal es posible el desarrollo de modelos matemáticos para simular la propagación de crisis. Otro aspecto en el que opera la visión fractal es en el análisis de riesgos, ya que provee capacidades de evaluar vulnerabilidades e identificar amenazas de manera sistémica observando patrones que se repiten en diferentes escalas de una organización o sociedad, a fin de desarrollar herramientas de valoración de riesgos más integrales y multinivel. En una aproximación diferente, el análisis de crisis bajo la óptica fractal facilita la creación de políticas escalables y adaptables a diferentes niveles de gobierno y sociedad. Las crisis, al igual que los fractales, muestran patrones similares a diferentes escalas, desde lo individual hasta lo global.

Esta perspectiva de análisis en torno a las crisis vistas como fractales puede tener limitaciones, en cuanto a que no todos los fenómenos emergentes de la complejidad se comportan bajo este modelo; por ejemplo, los llamados cisnes negros se salen de los patrones de autosimilitud y recursividad; sin embargo, en un buen número de casos, el esquema fractal permite entender mejor la interconexión entre diferentes niveles de la sociedad o las organizaciones durante tiempos de crisis, además de proveer aplicaciones potenciales en la gestión y mejorar la capacidad para predecir, mitigar y responder a crisis en múltiples niveles.

Finalmente, ver las crisis como fractales nos invita a cambiar nuestra perspectiva sobre cómo entendemos y abordamos los desafíos globales y locales. Nos recuerda la importancia de considerar tanto el panorama general como los detalles más pequeños al momento de enfrentar y resolver las crisis en su complejidad.

Notas:

Para quienes deseen profundizar más en el tema les recomiendo un par de textos:

Mandelbrot, B. B. (1982). The Fractal Geometry of Nature. W. H. Freeman and Company. Esta es la obra fundamental sobre fractales que establece las bases teóricas.

Watts, D. J. (2011). Everything Is Obvious: *Once You Know the Answer. Crown Business. Este libro discute cómo los sistemas complejos pueden producir resultados inesperados.

La planificación a través de escenarios es un método muy difundido que se utiliza para trazar estrategias en función de un conjunto de futuros probables. Todos los que hemos estado en responsabilidades estratégicas en nuestras organizaciones, hemos pensado alguna vez términos de escenarios y los profesionales en la industria de la seguridad están bien familiarizados con el tema.

Sin embargo, la complejidad de los tiempos actuales es tal, que resulta común que los escenarios se queden cortos frente al creciente número de fuerzas presentes en la realidad, de allí que otros modelos más dinámicos pueden ser necesarios, si pretendemos pronósticos más acertados y oportunos. Voy a nombrar algunos que he utilizado en el pasado y que pueden ser complementarios o alternativas:

  • Análisis de tendencias: Estudia patrones históricos para proyectar tendencias futuras.
  • Método Delphi: Utiliza un panel de expertos que responden cuestionarios en rondas sucesivas para llegar a un consenso.
  • Análisis de impacto cruzado: Evalúa las interacciones entre diferentes eventos o tendencias.
  • Análisis de horizontes: Explora señales emergentes de cambio en diferentes horizontes temporales. (Este es uno de mis preferidos).
  • Backcasting: Parte de un futuro deseado y trabaja hacia atrás para identificar los pasos necesarios.
  • Simulación: Crea modelos sobre los cuales se simulan diferentes condiciones y resultados.
  • Análisis morfológico: Explora todas las posibles combinaciones de diferentes dimensiones de un problema.
  • Árboles de relevancia: Organiza información en una estructura jerárquica para mostrar relaciones.

Por supuesto que existen otros métodos adicionales a los mencionados, probablemente algunos muy efectivos y adaptados a determinados sectores o industrias, pero me he reservado para el final el modelo, que, en mi opinión, funciona excepcionalmente bien en entornos líquidos. Me refiero al análisis de incentivos basados en teoría de juegos. Se trata de una herramienta poderosa para entender y predecir comportamientos estratégicos en diversos contextos. La teoría de juegos es una rama de las matemáticas que estudia la toma de decisiones y analiza situaciones donde el resultado depende de las decisiones de múltiples actores.

Quisiera ponerles un ejemplo: Imaginemos una situación de competencia entre dos empresas de telefonía móvil, a las que llamaremos Empresa A y Empresa B. Ambas están considerando lanzar un nuevo plan de datos ilimitados. Utilizando teoría de juegos, podemos hacer un pronóstico sobre sus decisiones y el resultado probable del mercado.

Las opciones para cada empresa son: lanzar el plan de datos ilimitados o mantener sus planes actuales. Podemos representar esto en una matriz de pagos simplificada:

Los números representan las ganancias estimadas (en millones) para cada empresa en cada escenario.

  • Si ambas empresas lanzan el plan, compartirán el mercado (5, 5).
  • Si solo una lo lanza, ganará una mayor cuota de mercado (8), mientras que la otra perderá (2).
  • Si ninguna lo lanza, mantendrán sus ganancias actuales (6, 6).

En este caso, lanzar el plan es una estrategia dominante para ambas empresas, ya que siempre obtendrán un mejor resultado lanzando el plan, independientemente de lo que haga la otra empresa. Por lo tanto, el pronóstico sería que ambas empresas lanzarán sus planes de datos ilimitados, llegando al equilibrio en (5, 5). En teoría de juegos, a este equilibrio se le conoce como Equilibrio de Nash, en honor al inventor del modelo.

Este pronóstico sugiere que, aunque ambas empresas podrían obtener mayores ganancias si cooperaran y no lanzaran los planes (6, 6), la competencia y la falta de confianza mutua las llevarán a una situación donde ambas lanzan los planes, obteniendo menos beneficios, pero evitando el peor escenario individual.

En teoría de juegos existen algunos conceptos clave:

  • Jugadores: Los actores involucrados en la situación.
  • Estrategias: Las posibles acciones que cada jugador puede tomar.
  • Pagos: Los beneficios o costos que cada jugador recibe según las estrategias elegidas.
  • Equilibrio: La situación donde ningún jugador tiene incentivos para cambiar su estrategia unilateralmente.

Para los analistas de riesgo, la teoría de juegos tiene un valor excepcional para el análisis estratégico, ya que, en la evaluación de riesgos de inversión, así como en la valoración de costo – beneficio de proyectos de seguridad existen varias categorías que pueden desarrollarse a partir de matrices de pago similares a la vista anteriormente. Aquí menciono algunos ejemplos:

  • Riesgo de pérdida de oportunidad: No tomar decisiones en el momento adecuado o a destiempo puede generar debilidades o niveles inadecuados de sobreexposición a amenazas.
  • Riesgo de acción fallida: No actuar en el momento adecuado puede dejar descolocada a la organización frente a determinadas amenazas.
  • Riesgo de status quo: No hacer nada puede tener consecuencias que incrementen los niveles de exposición a riesgos en el futuro o dejar a la organización mal posicionada estratégicamente frente a potenciales crisis.

Con el modelo basado en teoría de juegos el pronóstico se basa realmente en los incentivos o castigos que cada actor tiene para responder frente al futuro. Esto ayuda a predecir comportamientos en situaciones complejas y permite entender los intereses de los distintos participantes en acción. Como en todo modelo, es imposible capturar todos los factores relevantes, muy a pesar de ello, ofrece una perspectiva clara y coherente para la toma de decisiones en medio de la incertidumbre. Les dejo un libro como referencia:

The Art of Strategy: A Game Theorist’s Guide to Success in Business and Life

Alberto Ray

Por Alberto Ray

Son 143 los submarinos de propulsión atómica que están operativos hoy en el planeta, repartidos en seis países. Los Estados Unidos lidera la flota con 68 y le sigue Rusia con 36. El resto pertenecen a China, Reino Unido, Francia y la India.

El 12 de agosto del año 2000, en medio de unos ejercicios militares, el submarino con propulsión atómica K-141 Kursk, y que fuera insignia militar de Rusia, sufrió una explosión catastrófica estando sumergido en el mar de Barents.

Vladimir Putin, quien había tomado posesión de la presidencia de Rusia cuatro meses antes, le tocaba lidiar con su primera crisis. Durante más de ocho días, las fuerzas armadas y los funcionarios del gobierno trataron de ocultar lo que había ocurrido con el submarino y evitaron que la ayuda internacional ofrecida se desplegara con prontitud para intentar rescatar a posibles sobrevivientes.  Sin embargo, los tiempos habían cambiado para Rusia, ya no era posible tratar las crisis como lo hacían en la época soviética y con mucha rapidez el mundo ya sabía lo ocurrido, en parte porque las explosiones que hicieron naufragar al Kursk fueron de tal magnitud, que quedaron registradas en los sismógrafos norteamericanos en Alaska y Suecia.

En octubre de 2001 y bajo la promesa de Putin de recuperar los cuerpos de la tripulación, se contrató a una empresa holandesa que reflotó el submarino. Fue allí, cuando se pudo comprobar que 23 tripulantes permanecieron con vida por unas horas, al encontrar un par de notas en el bolsillo del teniente Dmitri Kolésnikov, fechadas el 12 de agosto del 2000.

En la primera nota se leía: “13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas, está muy oscuro para escribir, pero lo intentaré con el tacto”

Más tarde, el teniente Kolésnikov escribió una segunda nota: “Parece que no hay posibilidades, 10-20%. Esperemos que al menos alguien lea esto. Saludos a todos, no hay necesidad de desesperarse”.

El submarino Kursk era una joya de la marina rusa. En 1995 había sido botado al mar con el insigne nombre de Kursk, en honor a la más grande batalla de tanques de la historia, ocurrida en 1943, en la que el ejercito Rojo se impuso a los panzers alemanes y que sirvió como punto de inflexión en la derrota final del ejército Nazi. El Kursk era un submarino de 154 metros de largo con cinco niveles y dos reactores nucleares que le permitían navegar a 30 nudos y podía permanecer bajo el agua hasta 55 días. Era considerado como un submarino “inhundible”.

Pero la tragedia del Kusk, como suele pasar con los Cisnes Negros, se debió a una sucesión de eventos desafortunados y que eran anteriores a la propia fabricación del submarino.  A las 9:00 AM de ese 12 de agosto, el comandante de la nave dio la orden de disparar dos torpedos de salva para simular un ataque en contra del Pedro el Grande uno de los barcos rusos participantes en las maniobras. La orden nunca se cumplió, pues debido a una fuga de peróxido de hidrógeno en un misil defectuoso que venía de la era soviética había causado un incendio en la sala de torpedos, lo que provocó dos explosiones en un lapso de 2 minutos.

La segunda explosión ocurrió por la onda expansiva de la primera y alcanzó la sala de torpedos anexa, donde otros cinco torpedos explotarían, generando un colapso general de la nave, llenándola de fuego y humo y acabando con la vida de gran parte de la tripulación.

Los torpedos a bordo del Kursk eran propulsados por una mezcla de 200 kilos de kerosene y 1500 kilos de agua oxigenada, que en contacto con ciertos metales se descompone químicamente. Por esa reacción, el agua oxigenada se separa en oxígeno por un lado y en vapor por otro, que puede alcanzar a altas temperaturas hasta 5.000 veces su volumen y crear una presión tan elevada que genere una explosión.

Desde finales de los años 80 en Occidente se había comenzado el cambio de los propelentes líquidos en los torpedos, debido precisamente al riesgo que generaba el peróxido de hidrógeno, en el caso del Kursk, a pesar de ser un submarino fabricado en la era postsoviética se siguió utilizando torpedos antiguos, en los que se pudo comprobar en el informe producido por la Marina rusa, luego de haber sido reflotados sus restos, que había una marcada falta de mantenimiento.

Hoy, 22 años después del Kursk, el equipamiento militar ruso sigue mostrando deficiencias notables, como ha quedado en evidencia durante la invasión a Ucrania, pero lo que resulta más revelador, muy a pesar del estricto control de la información dentro de Rusia, es que los mismos actores políticos de hace dos décadas siguen pretendiendo ocultar la verdad sobre sus errores. Si no lo lograron con un submarino hundido en el mar, será mucho más difícil sobre el terreno, en tiempos globalizados e hiperconectados.

@seguritips


Alberto Ray es ingeniero especialista en análisis estratégico de riesgos y toma de decisiones en escenarios complejos. Director ejecutivo de The Risk Awareness Council, organización no gubernamental especializada en análisis de riesgos emergentes. Autor del libro «Riesgos Líquidos»

Por Alberto Ray

sta semana la invasión rusa a Ucrania traspasó el umbral de los 100 días. A pesar de ello, aun es temprano para hablar de vencedores y vencidos. Lo que para algunos sería una guerra rápida, comienza a revelar su propia naturaleza y lo que se ve venir no es precisamente el fin, sino una nueva etapa de un conflicto de otras dimensiones.

Sobre el terreno, la estrategia militar rusa de concentrar sus fuerzas en el Donbas para lograr el control completo de la zona ha dado resultados, aunque los ataques sobre otras ciudades como Odessa y Kyiv no han se han detenido. A esto debe sumarse la apertura del corredor hacia el mar Negro y que incluye la ocupación de Mariúpol, también bajo dominación rusa. El presidente Zelensky declaró recientemente que las tropas rusas tienen ya el control del 20% del territorio ucraniano.

Pero esta guerra es mucho más que los combates sobre las ciudades y podríamos ubicarla en 2014 como fecha de inicio, cuando Rusia, tras la revuelta civil que desalojó al presidente pro ruso Viktor Yanukovich y que facilitó la ocupación rusa de Crimea. Desde entonces, los ciberataques en contra de Estado ucraniano, sus servicios y su infraestructura crítica, así como la rusificación de la población ucraniana en la frontera no han cesado.

En los últimos seis años, Putin nunca ha dejado de estar en guerra contra Ucrania. El 24 de agosto de 2017, por ejemplo, día del 26avo aniversario de la independencia de Ucrania de la Unión Soviética, Rusia lanzó un ataque masivo a todo lo que estaba conectado a la internet en territorio ucraniano, causando daños aun no cuantificados.

Luego de estos 100 días de guerra empieza a mostrarse mejor el mapa de actores, en lo que sería una potencial reconfiguración del poder en planeta. Tras las sanciones impuestas a Rusia a finales de febrero de 2022, la economía del país sufrió un bajón severo que se reflejó principalmente en la caída del rublo y la escasez de bienes. Sin embargo, a hoy, la moneda rusa ha recobrado el valor perdido, la escasez se ha reducido de manera considerable y la inflación se estima, no será superior al 23% en 2022. Todo ello gracias a la participación muy activa de China y la India, que han activado un sistema triangular de compensación bancaria, lo que le ha permitido a Rusia saltar los bloqueos económicos.

Por otro lado, la Unión Europea apenas los primeros días de junio pudo acordar un plan para dejar de comprar petróleo y gas a Rusia, aunque aún varios pasos para lograrlo dependen del suministro desde terceros países que no tienen capacidad adicional de producción y la posición de Alemania no está del todo definida.

Los chinos por su parte no han detenido el envío de bienes a Europa y si bien, el intercambio comercial se ha visto afectado por la guerra, nuevas opciones están apareciendo, incluyendo la reactivación de las rutas férreas desde China hasta Alemania, Bélgica y Francia. Una especie de nueva ruta de la seda.

Mientras tanto, los Estados Unidos ha asumido la mayor parte del costo económico de la guerra. A la fecha, más de 70 mil millones de dólares han sido presupuestados (incluyendo los aportes de la OTAN) para el suministro de armas y ayuda humanitaria en un conflicto que ha transformado a Ucrania en un país arrasado y, al mismo tiempo, en un tapón para las pretensiones expansionistas rusas.

El avance de la OTAN hacia Finlandia y Suecia es otra fase de la nueva geopolítica del conflicto, a la que, por cierto, Putin ha desestimado y para lo cual utiliza a Turquía como aliado no convencional para bloquearlo.

Rusia, en su larga historia de guerras ha aprendido que toda guerra tiene en su fase inicial un altísimo costo reputacional, lo que pareciera haber soportado y ahora se prepara para un período de normalización, para el cual no tiene ningún apuro en su doctrina de guerra prolongada, pues la toma del territorio ucraniano va a continuar.

Todo esto es lamentable para las democracias y en particular para el pueblo ucraniano que con su tenaz resistencia trata de contener la guerra y recuperar su territorio, aunque parece poco probable que a estas alturas logre revertir la invasión. Aun es temprano para visualizar el fin del conflicto y va a depender, en parte, de las intenciones reales de Putin de hasta donde está dispuesto a llegar.

Estamos en tiempos en los que toda guerra es global, y esta no es la excepción. En 2007, en un famosísimo discurso que Vladimir Putin dio en la conferencia de Múnich sobre seguridad global, enfatizó sobre la necesidad del fin del mundo unipolar liderado por los Estados Unidos a partir de 1990.

“¿qué es un mundo unipolar? Sin embargo, se podría embellecer este término, al final del día se refiere a un tipo de situación, a saber, un centro de autoridad, un centro de fuerza, un centro de toma de decisiones.

Es un mundo en el que hay un amo, un soberano. Y al fin y al cabo esto es pernicioso no solo para todos los que están dentro de este sistema, sino también para el propio soberano porque se autodestruye desde dentro.

Y esto ciertamente no tiene nada en común con la democracia. Porque, como saben, la democracia es el poder de la mayoría frente a los intereses y opiniones de la minoría.”

Hoy, todo apunta hacia una redistribución del poder con el surgimiento de un polo, que ya no es una única potencia, sino una red de naciones que se entreteje para disputarle el poder a occidente y en la cual Rusia ha asumido la dimensión física y convencional de la confrontación.

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Alberto Ray es ingeniero especialista en análisis estratégico de riesgos y toma de decisiones en escenarios complejos. Director ejecutivo de The Risk Awareness Council, organización no gubernamental especializada en análisis de riesgos emergentes. Autor del libro «Riesgos Líquidos»

Por Alberto Ray

Cada mañana cuando usted pone su teléfono móvil en el bolsillo, usted está haciendo un acuerdo implícito con la compañía que le provee el servicio: «Yo quiero hacer y recibir llamadas y utilzar los servicios de conexión a internet»; a cambio, le permito a esta empresa saber dónde estoy en todo momento y con quiénes intercambio datos. La negociación no se especifica en ningún contrato, pero es inherente a la forma en que funciona el servicio. Los teléfonos celulares son realmente fantásticos, pero no pueden trabajar a menos que las empresas de telefonía móvil sepan dónde usted se encuentra, así como desde y hacia dónde transmite datos; lo que significa una forma de vigilancia.

Esta es una forma muy íntima de vigilancia. Los teléfonos celulares dejan trazas de donde usted vive y donde trabaja. Realizan un seguimiento de donde le gusta pasar sus fines de semana y sus noches. Pueden saber con qué frecuencia va a la iglesia (y qué iglesia), la cantidad de tiempo que pasa en un bar, y a qué velocidad se desplaza cuando conduce. Además, a través de la red celular, puede saberse quién está cerca de usted, con quién almuerza y hasta con quién duerme. Es tan poderosa la información acumulada, que las agencias de inteligencia de todos los gobiernos del planeta pueden predecir la ubicación de personas en un rango de 20 metros en las siguientes 24 horas, utilizando la data histórica del móvil.  

Lo que en el pasado parecía ciencia ficción, ya hoy es la realidad, más aun con la incorporación de la tecnología 5G. Antes de la llegada de los teléfonos inteligentes, rastrear a alguien con este nivel de detalles, requería de un investigador entrenado y a dedicación exclusiva durante las 24 horas, sin garantía de obtener tanta información en un plazo tan corto. Sin duda, esta información es valiosa y muchos gobiernos, corporaciones y hasta la delincuencia organizada están más que dispuestos a pagar mucho por ella. Sólo a manera de ejemplo, puedo mencionar casos en los cuales dos gobiernos latinoamericanos han enviado mensajes de texto en cierta medida intimidatorios,  a números celulares de un grupo de personas que, basados en sus lugares habituales de residencia o trabajo, los calificaban como opositores.

En este mundo de hoy, la vigilancia es un término con una carga de alto contenido político y emocional. El ejército de Estados Unidos lo define como: “observación sistemática” y es precisamente eso. Somos cada vez más, un libro abierto a gobiernos y corporaciones que miran con gran interés nuestras vidas.

El problema aquí es serio. Estamos entregando demasiado de nosotros mismos y no recibimos compensación alguna por ello. El nivel de exposición de nuestras vidas no tiene precedentes en la historia de la humanidad. Somos animales sociales y de costumbre, por tanto, es extremadamente fácil construir un modelo predictivo de nuestras vidas y ponerse por delante de nuestros movimientos para orientar, en el mejor sentido orwelliano, a la sociedad hacia decisiones preconstruidas o inducidas. Ya google, de cierta forma lo hace con las llamadas “google bubbles” basadas en nuestras preferencias de búsqueda.

Lo cierto es que el extraordinario poder de la tecnología está dando a gobiernos y corporaciones amplias capacidades para la vigilancia de masas, y frente a ello, los ciudadanos estamos indefensos, nos hacemos más vulnerables y por ende menos libres.

Las reglas que habíamos establecido para protegernos de estos peligros bajo regímenes tecnológicos anteriores son ahora deplorablemente insuficientes o siemplemente  han quedado en la obsolecencia. Pero lo más crítico es que la vigilancia  tecnológica es un riesgo líquido prácticamente imposible de mitigar, a menos que decidamos aislarnos de la modernidad y salirnos de todas las redes que nos siguen de cerca. Nuestra única opción es desarrollar conciencia del precio que pagamos y ser muy, pero muy prudentes.

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Basado en el texto introductorio de Data and Goliath de Bruce Schenier, marzo 2015.

Alberto Ray es ingeniero especialista en análisis estratégico de riesgos y toma de decisiones en escenarios complejos. Director ejecutivo de The Risk Awareness Council, organización no gubernamental especializada en análisis de riesgos emergentes. Autor del libro «Riesgos Líquidos»

El orden mundial, fundado a partir de 1945 con el fin de la Segunda Guerra pareciera estar caduco y así lo anuncian estos tiempos de tanta incertidumbre y complejidad.

Estamos en tiempos de guerras híbridas, aunque últimamente he visto el término guerra multidimensional, utilizado para resaltar los distintos terrenos o espacios en los que el conflicto se desarrolla, y como ya es bien sabido, la dimensión narrativa es uno de las más activos y complejos.

Hoy, lo narrativo no es un mero relato tendencioso de lo que ocurre sobre el terreno geográfico, la guerra narrativa es en sí misma, un plano más de confrontación, y como en toda guerra, surgen bandos.

Carl Schmitt, el conocido filósofo y politólogo alemán, miembro del partido nazi, fue quizás quien mejor entendió, a través de su hipótesis, amigo – enemigo, que la política puede zafarse de su aparato institucional y hacerse ubicua y desterritorializada, si se forman binomios polarizados, favoreciendo así la pugnacidad de los extremos y haciendo de aquel que no es amigo, enemigo a exterminar, pues es la única forma de imponer la política.

A partir de la guerra fría, la distinción amigo – enemigo tomó un valor esencial porque se trataba del establecimiento de dos extremos que se veían en su narrativa como enemigos dispuestos a aniquilarse el uno al otro, en una parálisis por tensión de fuerzas explotada por las agencias de inteligencia, que hábilmente magnificaban los atributos malignos de su opuesto, haciéndolo ver como cruel y despiadado, capaz de exterminarlo para imponer su política.

A este conjunto de fenómenos producidos a partir de la magnificación narrativa del contrincante se le conoce como síndrome del enemigo y es uno de los elementos axiales en el plano narrativo de los conflictos postmodernos, y elevado a la potencia en esta guerra entre Rusia y Ucrania.

Para entrar en un análisis actualizado del síndrome del enemigo en estos tiempos debemos comenzar por entender que ahora las guerras no se limitan a dos bandos dicotómicos, en los que el enemigo de mi enemigo puede ser mi amigo. Estamos más bien en el reino de lo heterárquico. una nueva forma de reordenar el mundo, en la cual las relaciones pueden clasificarse de múltiples formas, con tendencia a privilegiar estructuras flexibles conformadas en redes, en lugar de las pirámides jerárquicas.

Lo heterárquico divide o une de acuerdo con intereses, es polivalente o indiferenciado cuando no responde a una determinada clasificación. Son sistemas donde sus elementos poseen la potencialidad de ser clasificados de diversas formas y cada uno se entreteje en red con sus pares.Al no poseer una categoría definida, las partes de un sistema heterárquico pueden ordenarse en función de sus propósitos, por tanto, un elemento puede ser amigo ante determinado objetivo y enemigo frente a otro.

En tiempos de guerra, las organizaciones heterárquicas, no pueden mantenerse indiferenciadas, porque al verse amenazadas en sus intereses están forzadas a mostrarse y a alinearse en torno a un conjunto de propósitos, formando así bloques amigos y bloques enemigos, que tampoco son completamente nítidos, pues que existen espacios grises entre ellos en los que se mueven actores y agendas.

Un segundo aspecto y que tiene que ver con el contenido narrativo, es aquel que se refiere a la definición del enemigo. Este conflicto Rusia – Ucrania es quizás el primero de importancia mundial desde el inicio de la curva aceleracionista de expansión tecnológica digital y globalización, por tanto, e inevitablemente el criterio amigo – enemigo tiene alcance planetario.

La narrativa del Estado y los medios rusos la expresan presentando a su país como víctima de un intento de potencias occidentales de apoderarse de la madre tierra y que, como la mejor defensa es el ataque, Rusia está obligada a contener tales las intenciones. En este sentido, la cohesión de Estados Unidos y la Unión Europea en el objetivo de proveer armas y apoyo económico a Ucrania es prueba suficiente o “verdad” para demostrar que su líder Putin hace lo correcto.

Por otro lado, Europa y los Estados Unidos utilizando a la OTAN y la ONU principalmente señalan que Putin ha decidido poner en marcha una nueva era expansionista de la Gran Rusia y su primer objetivo es Ucrania (que ha sido anexada varias veces en la historia), pero que no se detendrá allí, sino que se trata de volver a los antiguos límites de la URSS, a partir de los cuales relanzarse como polo de un nuevo orden global.

Existe una tercera narrativa, la de países o agendas que ven el conflicto desde una distancia prudente sin condenarlo, en búsqueda de un nuevo y más favorable posicionamiento estratégico, frente al desgaste de los contendientes. Es una especie de narrativa del silencio, en que no intervenir ya fija una posición.

El síndrome del enemigo no sólo magnifica la maldad y la crueldad del adversario, sino que exalta las virtudes del “amigo”. Dependiendo del bando y si se cuestionara la visión “occidental” de la guerra, Zelynsky quizás no sea un héroe internacional, ni un desprendido defensor de su soberanía, como tampoco Putin sea el cruel asesino de ancianos y niños que arrasa con ciudades enteras. O puesto de otra manera, la guerra es la ocasión necesaria para etiquetar al enemigo, al tiempo que las virtudes del amigo se crecen casi de forma sobrenatural.

Durante la breve guerra por las Islas Malvinas en 1982, la dictadura argentina tomó el control total de los medios e hizo creer a su país y a quienes querían escucharlos que estaban ganando la guerra, sin embargo, al poco tiempo, la siempre terca realidad terminó mostrando la vedad de los hechos, lo que destruyó la narrativa del enemigo y hasta con la propia tiranía militar argentina.

En las últimas dos décadas hemos visto como en Latinoamérica, y ahora casi en todo el planeta han venido surgiendo con mucha tracción formas de hacer política en las que el síndrome del enemigo está completamente presente. Es suficiente con observar términos como; antiimperialistas, apátridas, escuálidos o ultras para entender que el proceso de polarización hacia los extremos es una realidad incuestionable y que la guerra de aniquilación se convierte en el escenario probable para imponer visiones y modelos de gobernar al mundo.

El orden mundial, fundado a partir de 1945 con el fin de la Segunda Guerra pareciera estar caduco y así lo anuncian estos tiempos de tanta incertidumbre y complejidad.

@seguritips


Alberto Ray es ingeniero especialista en análisis estratégico de riesgos y toma de decisiones en escenarios complejos. Director ejecutivo de The Risk Awareness Council, organización no gubernamental especializada en análisis de riesgos emergentes. Autor del libro «Riesgos Líquidos»

Por Alberto Ray

En 1935, el Tercer Reich aprobó lo que se llamó las Leyes de Nuremberg. Se trataba de una “Ley de Sangre” en la que establecía quiénes tenían derecho a ser ciudadanos alemanes, excluyendo a los judíos y a muchos otros, privilegiando a lo que definieron como “la raza aria”.

La ley se aprobó por unanimidad en el congreso del Partido Socialista Obrero Alemán, y a partir de allí, se oficializó la persecución al pueblo judío y otros enemigos, no solo en Alemania, sino en todos los países que en los años siguientes llegaran a ser ocupados por las tropas nazi en la Segunda Guerra Mundial. Inclusive en la Francia de Vichy, el mariscal Pétain entregó a miles de judíos franceses a los campos de concentración operados por la SS.

Hitler había puesto ya de lado la Constitución alemana y esta ley, junto a muchas otras, eran decretos de emergencia que cada vez daban más poder al totalitarismo Nacional Socialista. El Tercer Reich armó una estructura que servía para legalizar sin control alguno las violaciones a los Derechos Humanos.

En paralelo, la guerra convirtió a Europa en una inmensa zona gris, lo que sirvió de marco y tapadera para desarrollar esta política de “depuración” racial en campos de exterminio distribuidos desde Francia hasta Estonia.

El nazismo, al sustituir el estado de Derecho por todo el aparato legal del Tercer Reich había convertido a los ciudadanos alemanes en parte del proyecto totalitario, por ello, el disidente u opositor se convertía en enemigo del sistema, y por tanto podía ser perseguido y asesinado.

En el entramado legal nazi no existía la posibilidad de cambiar el sistema, al contrario, cada acto del Reich era una reafirmación de su condición totalitaria. Por eso Hitler aseguraba que duraría mil años. Dentro del Nazismo todo, fuera del Nazismo nada.

Aun siendo ario, sólo había una forma de vivir en Alemania y era aceptando y sometiéndose a las leyes del Reich e integrándose al proyecto Nazi. A la más mínima señal de inconformidad o crítica, las fuerzas represivas de la SS se encargaban de poner de nuevo las cosas en “su sitio”.

El proyecto de Hitler siempre fue la guerra, era la única manera de expandir su Reich y asegurarse la trastornada prevalencia de la Ley de Sangre, además del dominio del espacio, dónde sólo era posible una visión totalitaria, por ello, Stalin y él no cabían en el mismo continente.

A finales de 1945, con la derrota de Hitler comenzaron los juicios al nazismo, y ocurrieron precisamente en Nuremberg, como símbolo para no olvidar el horror desatado por aquello que empezó con unas leyes que justificaban la barbarie y terminó en la guerra y el holocausto.

Los juicios de Nuremberg se extendieron por un año y concluyeron casi todos con sentencias de muerte. Un aspecto muy notorio del juicio fueron las discrepancias entre los fiscales de la Unión Soviética con los del bloque aliado (Reino Unido, Francia y EE. UU) en relación con el holocausto. Los soviéticos sostenían que las principales víctimas de Hitler habían sido ellos y no los judíos, por tanto, estos crímenes debieron ser juzgados por separado.

En la realidad, ya durante los juicios de Nuremberg la nueva dinámica de la guerra fría ya determinaba el balance del poder en el planeta y a las potencias de Occidente les resultó más conveniente transformar a la República Federal Alemana en un aliado y no en un rehén de la posguerra, pues la amenaza soviética era mucho más peligrosa que el extinto peligro del totalitarismo nazi.

“La cuestión judía” como la denominaban los líderes nazis y para la cual habían aprobado las leyes de Nuremberg, se cobraron la vida de millones de personas que además de los judíos sufrieron las crueldades del exterminio. Los horrores de las guerras no deberían ser olvidados nunca, pues pareciera que aún no aprendemos la lección.

Este 2022 se cumplen 60 años de las crisis de los misiles en Cuba. En octubre de 1962 se alcanzó uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría, cuando los Estados Unidos descubrió que, en la isla de Cuba, el gobierno soviético de Kruschev había comenzado a instalar cohetes con ojivas nucleares.

Los paralelismos de la historia son inevitables. He leído algunas hipótesis a propósito de las debilidades en la política actual de Biden, se parecen, en forma y en fondo, a lo que fueron los primeros dos años del gobierno de J.F Kennedy, que llegó a su punto de clímax en ese octubre de 1962.

JFK llegó al poder el 20/01/61, y apenas tres meses después ocurrió la llamada invasión de Bahía de Cochinos, una iniciativa impulsada por cubanos en el exilio, apoyada por la Inteligencia de USA para tomar el poder en Cuba.

La historia apunta a que el fracaso se debió a la indecisión de Kennedy al no aprobar las operaciones aéreas norteamericanas sobre la isla, lo que dejó a los invasores a merced del Ejército cubano.  Un segundo gesto de debilidad de JFK quedó en evidencia el 13/08/61 cuando se inició la construcción del muro de Berlín.

El gobierno de Kennedy consideró el muro como un problema interno de Alemania, y si bien fue duramente criticado, la política exterior de USA no pasó de lo declarativo. A partir de allí, se aceleraron las actitudes retadoras de la URSS, que llegaron a la instalación de los misiles en la isla.

De alguna manera, hoy en 2022, 30 años después del fin de la Guerra Fría, las manifestaciones del poder en el mundo siguen pareciéndose. Allí está Rusia, en plena invasión a Ucrania utilizando “misiones humanitarias” de paz y protección a las zonas que ocho años atrás estimuló para que se separaran de la soberanía ucraniana. Mientras tanto, los Estados Unidos y Europa responden de nuevo con sanciones económicas al gobierno ruso como herramienta disuasiva, dejando a la OTAN guardada en un closet.

Los tiranos del mundo siguen avanzando en sus nuevos modelos del conflicto incluido el poder militar y la toma del territorio. SI Occidente sigue en la pretensión que los va a detener sólo con sanciones y sin asumir otras medidas que tendrán costos, muy pronto veremos a Putin sentado en el palacio de gobierno de Kiev.

Es obvio que un líder consciente siempre preferirá la paz, pero no puede mostrarse débil cuando el proyecto de los agresores es la guerra. Es una historia que se repite y el final siempre depende de las decisiones difíciles de sus protagonistas. Veremos.


Este arículo fue publicado originalmente en AlbertoRay.com el 23 de febrero de 2022

Toda seguridad involucra una transacción. Es decir, para pasar a un estado superior de tranquilidad y certeza algo debe entregarse. La seguridad, por tanto, tiene un costo que usualmente se mide en dinero, tiempo, comodidad, esfuerzo y, en términos clásicos, también en libertad.

Sin embargo, la seguridad en su concepción más amplia encierra un objetivo fundamental; la reducción de causas que impidan al ser humano el ejercicio pleno de sus derechos. En tal sentido, opera como un propulsor activo de la vida y el bienestar de los ciudadanos.

Frederick Hayek en su obra de 1969, Nuevos Estudios en Filosofía, Política y Economía plantea que cuando a las sociedades se les permite autoorganizarse en su economía, emerge de ellas un orden espontáneo que es producto de la acción humana y no del diseño, lo que las hace más libres y equitativas.

La noción del orden espontáneo de la economía me ha resultado retadora, porque de alguna forma, la seguridad en el mundo de las posibilidades infinitas puede llegar a ser un potente sistema para la libertad, en lugar de su antagonista, que es como la hemos asumido en las convencionalidades de lo inamovible.

No intento comparar la economía con la seguridad. La primera, al dejársele libre se hace compleja, mientras que la otra, al ordenársele entendiendo la complejidad, se convierte en un instrumento para potenciar a las sociedades, lo que es de alguna manera, un ejercicio de libertad. Lo cierto es que ambas son en extremo sensibles al poder y son con frecuencia manipuladas para controlar o reprimir, no sólo en regímenes totalitarios sino en democracias.

Hemos visto como en nombre de la bioseguridad durante la pandemia del COVID -19 se han extremado regulaciones contra la población Europa Occidental, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, sólo por mencionar algunos con altos índices de libertades individuales, en unas agendas que trascienden lo sanitario y pasan a la dimensión del Estado Policial con la implantación de pasaportes COVID y otras modalidades de control social.

Si algo ha puesto de manifiesto la aceleración de la complejidad es que, con el derrumbe de los paradigmas de lo sólido, se han borrado las referencias que dan arraigo a las sociedades, relativizándolas hasta el nivel del pánico, y en nombre de la seguridad, se ha subordinado a la libertad, en el clásico ciclo del control totalitario.

Visto así, la seguridad adquiere la forma de adhesivo que se le pega a la superficie a la sociedad y a sus individuos para protegerlos de las amenazas, ya que al no comprender el entorno en el que está inmerso es indispensable que el Estado cubra su fragilidad, a fin de no ser agredido por lo desconocido. Es justo aquí, en la narrativa de la sociedad débil y que necesita ser resguardada por el Estado protector, de dónde emerge la casi inevitable tentación del poder sobre la libertad.

Por ello, la necesidad urgente de invertir el paradigma del ser humano como objeto de la seguridad para transformarlo en sujeto, lo que es sin duda una discusión complicada teniendo en cuenta a las grandes amenazas que llegan justo en el momento en el cual el individuo está más vulnerable, pero absolutamente necesaria si aspiramos a construir defensas reales frente a los riesgos líquidos.

*Este texto es un extracto editado del libro Riesgos Líquidos a publicarse a finales de marzo de 2022

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