Morfema Press

Es lo que es

Luis Eduardo Martínez

Por Luis Eduardo Martínez

El aparato propagandístico del Kremlin califica de cobardes y traidores a aquellos rusos que huyen del “deber”

Más de 200 mil rusos han huido de Rusia desde que el presidente Vladimir Putin anunció la movilización parcial de los reservistas del ejército. Más de 12 kilómetros de tráfico esperan unos para poder huir hacia el país vecino, Georgia, mientras que otros intentan escapar hacia Finlandia o Kazajistán. Aquellos que cumplieron servicio militar comenzaron a recibir notificaciones de reclutamiento obligatorio.

Las opciones para aquellos dentro la edad de conscripción son tres: huir, 10 años de cárcel en Siberia o rendirse a ser carne de cañón en la guerra de Putin por destruir Ucrania. La desesperación.

El aparato propagandístico del Kremlin califica de cobardes y traidores a aquellos rusos que huyen del “deber”, aquellos que huyen de los fuegos de la guerra. Dentro del imaginario de la Rusia de Vladimir Putin, esa Rusia que existe aún en el corazón de más del 60% de la población, huir del sagrado deber de defender la madre patria es una deshonra. Sin embargo, fue la cobardía de los líderes de occidente la que obligó a la juventud rusa, y a la ucraniana también, a sufrir nuevamente las atrocidades de la autocracia y el legado comunista de la Unión Soviética. Por más de dos décadas el liderazgo de la Unión Europea, Francia y Alemania principalmente, huyó cobardemente de las afrontas autoritarias del régimen de Vladimir Putin. La guerra en Ucrania generó un conflicto de liderazgo a lo interno de la Unión Europea.

Liderazgo europeo

Debemos recordar que el proyecto ambicioso de la Unión Europea se consolidó alrededor del compromiso y peso de la economía industrial de Francia y Alemania. En particular el liderazgo político de Alemania, su peso económico en la zona Schengen, ha logrado mantener el bloque europeo cohesionado y aumentar su membresía de los 6 países originales a los 27 del presente. Alemania, por ejemplo, tras la crisis financiera de 2008 lideró al continente a una recuperación económica. Igualmente, en materia moral, Alemania lideró al continente sentando un precedente para la asimilación de migrantes del norte de África y el medio oriente, tras las incursiones yihadistas del Estado Islámico en el mundo árabe de 2013 en adelante (aceptando más de 800 mil migrantes regularizados durante el gobierno de Angela Merkel). Y en su respuesta a la pandemia, el sistema alemán no colapsó. A pesar de estos hitos de liderazgo, Alemania y Francia paulatinamente aumentaron sus nexos económicos con Rusia desde principios de la segunda década del siglo XXI. Esta cercanía con el Kremlin ocurrió a pesar del ciberataque del Kremlin a Estonia en 2007; a pesar de la invasión rusa de Georgia en 2008 y la subsiguiente anexión de territorios a la Federación Rusa; a pesar del apoyo militar de Putin a las fuerzas de Bashar Al-Assad en Siria; a pesar de la invasión de Ucrania en 2014 y la anexión de Crimea a Rusia; a pesar de las interferencias electorales y campañas de desinformación desde 2016 en EE.UU. y Europa; a pesar del envenenamiento de Navalni en 2020… entre otros abusos del Kremlin.

Es más, podría argumentarse que la Unión Europea, liderada por Alemania y Francia, compró la estabilidad del bloque europeo con los ahorros y la industrialización acelerada facilitada con la compra de gas natural ruso a bajos precios. Para inicios del siglo, la Unión Europea había logrado reducir su dependencia de gas ruso de 75% en 1990 a 40% en 2000. Para el año 2007, 20% de las importaciones de gas provenían de gas natural licuado de Nigeria, Egipto, Trinidad y Catar, y otro 40% de las importaciones de gas provenía de otros países, como Noruega. La sabiduría de la reducción de la dependencia energética de la Unión Europea con Rusia dejó de ser un tema prioritario en el bloque regional luego de la crisis económica de 2008. Desde entonces, el Gobierno alemán más bien construyó dos nuevos oleoductos para importar de manera directa, y circunvalando a Ucrania como país de tránsito, gas natural de Rusia.

Hoy los berlineses se enfrentan a tarifas eléctricas 175% más altas que el invierno pasado y apagones en ciertas industrias, debido a los altos precios producto de la dependencia de energía de Rusia. Al menos cuatro fugas de gas que estallaron en las últimas 48 en los oleoductos Nordstream 1 y 2 vierten toneladas de gases a la atmósfera. Fugas que según la OTAN son producto de sabotaje ruso. Fugas que emitirán la misma cantidad de CO2 que emiten todos los automóviles en España en un año, antes que se pueda reparar. Hoy los polacos comparten su territorio con 5,4 millones de ucranianos refugiados recién llegados, y el resto del continente recibió cerca de 11 millones de refugiados de ese conflicto solamente. La cobardía del liderazgo europeo frente a las agresiones rusas durante las últimas dos décadas es tan absurda, que actualmente la Unión Europea ha pagado más de $26 mil millones a Rusia al mes por suministro de gas natural desde que empezó la guerra en Ucrania. Es tan absurda la cobardía del liderazgo europeo, que el bloque regional ha destinado más de $150 mil millones para enriquecer a Putin y su maquinaria de guerra durante 2022 en forma de pagos por energía, y solo $2,5 mil millones han sido destinados para brindar armas a Ucrania, o peor aún menos de $20 mil millones en asistencia total a Ucrania desde 2014 (durante la primera invasión rusa). Para al final quedarse sin gas ruso.

Esta absurda realidad desató un dominó del poder en la Unión Europea que terminará por reconstituir el proyecto que inicio en 1993.

Transformación europea

Las complejidades políticas, y más aún de las políticas democráticas, han hecho de la guerra en Ucrania una tormenta perfecta para la supervivencia de los ideales de la Unión Europea. Por un lado, gobiernos como los de Polonia y los países bálticos han calificado la inacción de Berlín frente a la guerra como una mayor amenaza existencial que el retumbe de los cañones rusos que se escuchan desde sus fronteras. Por otro, los gobiernos de Italia y Hungría amenazan con resquebrajar la menuda unidad del bloque regional en sus sanciones contra Rusia. Y finalmente, desde Bruselas, la cúpula moral de la Unión Europea perdió la paciencia y la convicción, y llamó abiertamente a una reconfiguración de la constitución europea.

El partido oficialista de Polonia, Ley y Justicia, ya hizo su cálculo electoral de cara a las elecciones parlamentarias de 2023 y presidenciales de 2025. Para el partido oficialista, la enemistad histórica de Polonia con Alemania y la beligerancia contra los dictámenes de Bruselas serán la clave para la victoria. Hoy Polonia paga multas diarias de un millón de euros por no cumplir con los requisitos de la Unión Europea en materia de estado de derecho (derogar la ley que permite la destitución de jueces por parte del Ejecutivo) y no tiene acceso a €35 mil millones del paquete de recuperación europea. Según el partido oficialista de Polonia, ambas medidas son una afrenta a la soberanía nacional y un abuso de poder de la Unión Europea. A este discurso político se le une la realidad que Polonia y los países bálticos advirtieron a Bruselas y Berlín de la sobredependencia energética con Rusia y las hostilidades en la frontera este del bloque regional, años antes del conflicto actual. Polonia y los países bálticos son las naciones que más armamento y asistencia han brindado a Ucrania.

Por otro lado, el gobierno de Victor Orban de Hungría ya consiguió permiso para ser la excepción de la normativa europea. Hungría no se sumó al pacto de la Unión Europea de reducir la compra de hidrocarburos de Rusia en un 90% para finales de 2022, que se logró el pasado mes de mayo. Y los líderes del nuevo gobierno de derecha de Italia, Matteo Salvini, Silvio Berlusconi, y la misma Georgia Meloni, han sugerido el levantamiento de sanciones a Rusia, como mecanismo de negociación de una tregua en Ucrania y alivio económico para el sector energético en Europa. A pesar de ser dos plataformas políticas distintas, tanto Georgia Meloni, de Italia, como Victor Orban, de Hungría, son nacionalistas anti-Bruselas que además tienen vínculos importantes con el movimiento conservador internacional y quienes se verían empoderados vis-a-vis de más líderes de Europa, por una Casa Blanca republicana en 2024.

Ante la evidente desunión de la Unión Europea, Bruselas y Berlín tienen una decisión que tomar. La realidad es que la Unión Europea no puede convertirse en un actor geopolítico independiente, como pretende Ursula von der Leyen, sin incluir a Polonia y los países bálticos, que son su frontera al este. Y la realidad también es que el bloque regional no podrá mantener su integridad constitucional, si sigue permitiendo los abusos en materia de derechos humanos en Hungría y Polonia.

Fragmentación de occidente

La cobardía de los líderes de Europa durante las últimas dos décadas se extiende al presente. Aún no hay una respuesta europea real a la amenaza de una Rusia desatada. Sin cambios bruscos de curso, la Unión Europea se dirige ineludiblemente al fracaso como sistema económico (por no tener la agilidad de respuesta y la obligatoriedad de la unanimidad en el proceso de decisiones) o a una especie de autocracia regional. El sufrimiento de los europeos y el sacrificio de los ucranianos puede ser tristemente reducido a las palabras de William Shakespeare, y es que “los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte solo una vez.”

Por Luis Eduardo Martínez

‘Cada vez son más comunes los encuentros diplomáticos entre gobiernos latinoamericanos y el Partido Comunista de China para abordar temas económicos y sociales’

El 14 de julio, el Partido Comunista de China (PCC) y gobiernos de América Latina y el Caribe sostuvieron el Segundo Foro Celac-China, para abordar los desafíos de la región con el fin de lograr la reducción de pobreza y desarrollo sostenible. Según la Celac, alrededor de 5 millones de latinoamericanos cayeron en pobreza desde 2020, aumentando la cifra total a cerca de 13 millones de personas (2,2 millones en extrema pobreza).

Cada vez son más comunes los encuentros diplomáticos entre gobiernos latinoamericanos y el PCC para abordar temas económicos y sociales. Y es que, desde 2001 al presente, China pasó de ser un país que representaba menos del 3% de la inversión extranjera directa (IED) en Latinoamérica a ser el principal socio comercial de los 35 países de la región. El PCC ha avanzado, paso a paso, una agenda de dominación comercial global, para garantizar su soberanía nacional iliberal. En los últimos 20 años, China aumentó por un factor de 18 su extracción de recursos naturales de la región; garantizó su acceso y control de los mercados latinoamericanos, a través de la captura de élites y autocensura política; y se está perfilando exitosa en desplegar una arquitectura digital de control social en toda Latinoamérica.

Recursos insostenibles

En 2001, luego de que China ingresara a la Organización Mundial de Comercio, el PCC inició una fase de expansión de su influencia comercial a nivel mundial. Entre 2001 y 2010, el balance comercial entre China y los países de la región aumentó un promedio de 40% anualmente, de $18 mil millones en 2001 a más de $100 mil millones en 2010. Más del 70% de las importaciones chinas provenientes de América Latina, durante este período, fueron recursos naturales.

Por ejemplo, de las importaciones de Argentina, 30% era en productos de soya para alimentar el ganado en China y 15% fue importaciones de petróleo. 77% del comercio con Perú fue en la compra de cobre. 89% del comercio con Ecuador estaba centrado en la importación de petróleo. Mientras que los países de América Latina importaban productos manufacturados de China. Esta relación comercial es la clásica relación comercial que la región ha tenido con grandes potencias. La agresiva explotación de recursos naturales en América Latina por parte del China fue necesaria para los objetivos de crecimiento económico del PCC. Fue el cobre de Perú y Chile el que permitió la electrificación de la China rural (el cobre es necesario para el cableado). Fue la soya de Brasil y Argentina la que alimentó el ganado chino e impulso una revolución en la dieta de la población del gigante asiático (el consumo anual de carnes en China ha aumentado más del 33% anualmente desde 2010). Y fue el petróleo de Ecuador y Venezuela el que alimentó los grandes parques industriales de China.

Al igual que se denunció en el pasado con compañías norteamericanas y europeas, el impacto de políticas económicas extractivas puede resultar en la violación de derechos humanos y la degradación del medio ambiente. Por ejemplo: en la mina de litio Cauchari-Olaroz, en Jujuy, Argentina, no se realizaron los estudios ambientales y el agua potable de seis poblaciones indígenas se vio contaminada por las operaciones mineras. La planta hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, en Ecuador, tampoco contó con los estudios apropiados, y la erosión provocada por la construcción de la planta, generadora de 1.500 megavatios, provocó el colapso de la cascada San Rafael y cambió el flujo de varios ríos. El caso más grotesco se vive en Venezuela, en donde no existe información sobre los proyectos mineros de compañías chinas en la Amazonia venezolana. Poblaciones locales reciben la información de reubicación obligatoria el mismo día que llegan las excavadoras.

El modelo de desarrollo económico del PCC fue bastante pragmático y rudimentario durante las dos primeras décadas del siglo XXI. Es un modelo económico que ha sido dañino para América Latina en el pasado y lo está siendo nuevamente hoy. Es un modelo de extracción de recursos insostenible para el PCC y para la sociedad latinoamericana.

Captura de élites

Tras la crisis financiera de 2008, el PCC, a través de sus compañías estatales, inició una nueva fase de intervención económica en América Latina. La relación comercial se transformó de una relación meramente de extracción de recursos naturales a una de fusión y adquisición de compañías latinoamericanas por compañías estatales chinas. La compra y/o establecimiento de presencia de personal chino en la región se especializó en el control y construcción de infraestructura critica de doble uso.

A nivel global esta iniciativa es conocida como “Belt and Road Initiative” o la nueva ruta de la seda. Ya son 21 países, de los 35 de la región, que han firmado y participado de este esquema global de inversiones en proyectos de infraestructura de doble uso. En 2014, el propio Xi Jinping realizó una gira diplomática por América Latina. Durante 10 días, Xi personalmente se reunió con más de 20 jefes de Estado, participó de 70 eventos multilaterales, firmó 150 contratos de proyectos de infraestructura y comprometió $70 mil millones en inversiones. Desde 2015, China conformó tres fondos regionales para impulsar los objetivos económico-militares del PCC. Más de $30 mil millones fueron destinados a la creación del Fondo de Inversión para la Cooperación Industrial China-América Latina (CLAI); $10 mil millones para el Fondo de Cooperación China-América Latina; y, $20 mil millones para un fondo especial de préstamos de infraestructura China-América. Estas reuniones, sin embargo, también estuvieron acompañadas por más de 215 visitas del alto mando militar del PCC para reunirse con sus homólogos regionales.

Durante la mayor parte de la última década, la elite política y económica en América Latina encontró lucros sin igual en las supuestas oportunidades de comercio con China. Y podemos imaginar que el lucro desproporcionado tiene algo que ver con que cerca del 80% de la IED de China hacia la región fue tramitada a través de paraísos fiscales, como las islas Caimanes y otras jurisdicciones en el Caribe. Más de $4,5 mil millones anualmente que fueron traspasados a través de la cortina de humo que son las compañías offshore. País por país, el PCC invitó personalmente a delegaciones de líderes empresariales y periodistas de la región a Pekín, en paralelo a las reuniones diplomáticas entre gobiernos. La gestión de poder blando del PCC compró la autocensura de los medios y la clase política de América Latina, que prefirió lucrar y callar a confrontar las agresiones del PCC en el escenario internacional y la corrupción en las relaciones comerciales.

Hoy son compañías chinas las que construyen el metro de Bogotá. El megapuerto de Chancay, en Perú, que tendrá un costo total de $3 mil millones, también es una obra de compañías al servicio del PCC. El Gobierno argentino ya prometió alrededor de $8 mil millones a la China National Nuclear Corporation, para la construcción de la planta nuclear Atucha III. China Merchant Ports opera la terminal portuaria de Paranaguá en Brasil, la terminal más grande de la región. Todas estas compañías están sujetas a la Ley de Seguridad Nacional de 2017, implantada por Xi Jinping. Es decir, que todas las compañías chinas deben compartir la información/data que manejan en China y sus subsidiarias a nivel global, en el caso de una amenaza a la seguridad nacional. Amenazas que el PCC, en sus ambiciones de poder, ve cada vez más frecuentemente en el actuar soberano de demás naciones.

Vigilancia social

Estas dinámicas de control extranjero no son únicas del PCC. EE.UU. y la Unión Europea hicieron y deshicieron en la región entera, a través de sus actividades comerciales extractivas, e influenciaron a gobiernos, a diestra y siniestra, durante el siglo XIX y XX. Son parte de prácticas político-económicas iliberales que generan dependencias entre el polo de poder y el modelo económico impuesto sobre la región. Estás practicas iliberales pretenden garantizar la soberanía y hegemonía del polo de poder. A través de crecimiento económico infinito se garantiza la paz social internamente, y a través de la captura de elites se garantiza la subordinación de las dependencias económicas que proveen los recursos naturales.

El PCC, sin embargo, está innovando y promocionando un nuevo modelo de control de las dependencias económicas (es decir, las naciones de América Latina), sobrepasando a las potencias de occidente en sus capacidades de control social a nivel mundial.

Durante la segunda reunión del foro Celac-China del pasado 14 de julio, el PCC asomó que iniciará una nueva fase de inversiones agresivas en infraestructura digital. Hoy, Huawei participa en los sistemas de telecomunicaciones de 20 países de la región. En cuatro de ellos controla más del 20% del mercado. En Brasil controla 50% de todos los equipos de telecomunicaciones. No solo a nombre propio, sino también ofreciendo equipos a otros proveedores de servicios como son Claro, Movistar y Tigo, entre otros. En 2022, por ejemplo, la empresa china Hikivision compró la compañía de home-security más grande de México, Syscom. Son compañías chinas las que instalaron los sistemas de videovigilancia en la ciudad de México (México), en Colón (Panamá), Jujuy (Argentina) y varias ciudades venezolanas. En México, además, la competencia de Uber, Didi, controla la mayor parte del mercado del país. Es decir, que si mañana el PCC solicita información a todas estas compañías, podrían controlar la seguridad de la casa de un político, los datos biométricos de un empresario, las rutas de viaje de un general. Más allá de la explotación del consumidor por parte del ecosistema empresarial de grandes oligopolios, el PCC tiene ya acceso a toda la información de estas compañías.

Conclusión

La anterior exposición no es una condena en particular del PCC ni un indulto a la influencia, hoy limitada, de compañías americanas y europeas en la región. Es un llamado de atención a la clase política y económica regional que hoy se enfrenta a estallidos sociales en cada esquina. La trampa comercial del aparente lucro rápido y protegido de hacer negocios con compañías al servicio del PCC puede traer la muerte de la soberanía nacional. La respuesta a la amenaza de influencia extranjera es la misma que la respuesta necesaria a las crisis internas: transparencia y un orden basado en reglas que permita la competencia y el balance de poder.

Por Luis Eduardo Martínez

Estamos iniciando una nueva era. Una era de nuevas amenazas, de negociaciones de poder y, sobre todo, una era de más mentiras, desinformación y realidades alternas.

En la madrugada del 31 de mayo de este año, las impresoras en los hospitales de Costa Rica comenzaron a imprimir cientos de documentos, la mayoría con caracteres sin sentido, otros con un mensaje bastante claro: un grupo ciber-criminal ruso había robado y encriptado los datos de toda la seguridad social que almacena el Gobierno costarricense. Un mes antes, el Estado costarricense había perdido el control de la información del Ministerio de Finanzas y el control de la recolección de impuestos en el país.

Irónicamente, el mismo mes de mayo, el gobierno ruso de Vladimir Putin inicio negociaciones en las Naciones Unidas para la creación y firma de un nuevo tratado internacional para atender las amenazas de seguridad y la soberanía del ciberespacio de cada país. Los principales signatarios de la nueva propuesta impulsada por Moscú son los gobiernos de China, Camboya, Bielorrusia, Corea del Norte, Myanmar, Irán, Venezuela y Nicaragua. Sumando a las ironías del nuevo entorno internacional, The New York Times reveló en julio que el gobierno de Joe Biden había dado apoyo a delegaciones secretas de contratistas de defensa de EE.UU. para adquirir el software de ciberespionaje israelí conocido como Pegasus (a pesar de que públicamente el Gobierno de EE.UU. tiene prohibido el uso de esa herramienta por parte de sus contratistas e instituciones).

Estamos iniciando una nueva era. Una era de nuevas amenazas, de negociaciones de poder y, sobre todo, una era de más mentiras, desinformación y realidades alternas.

COSTA RICA

El 8 de mayo, el nuevo gobierno costarricense de Rodrigo Chaves declaró un estado de emergencia nacional. La primera vez que un gobierno declara un ciberataque una emergencia nacional. Para entonces, unas 27 instituciones del Estado habían sido comprometidas por el software conocido como CONTI, creado por una pandilla de hackers rusos. Los portales de las instituciones mostraban mensajes en donde el grupo cibercriminal exigía $10 millones para la liberación de los caches (secuestros) de data encriptada. El grupo también divulgó que se encontraban en medio de una prueba de la versión beta de un ciberataque global en contra de un gobierno nacional.

El impacto del ataque parece ser sacado de las páginas de una novela sobre un futuro distócico no muy lejano. Durante la primera semana de los ataques hubo 35 mil incidentes con ataques de malware (software malicioso), 60 mil intentos de controlar remotamente sistemas del gobierno y 60 intentos de minar criptomonedas utilizando computadoras del Estado. Se perdieron más de $30 millones cada día desde el inicio de los ataques. Los empleados públicos no podían ser pagados, las aduanas dejaron de funcionar, y todo esto sucedió en medio de una transición de gobierno.

El nuevo gobierno de Costa Rica decidió no pagar el ransomware (rescate) y apagó sus servidores. El nuevo gobierno se vio obligado a acudir a compañías privadas y gobiernos extranjeros para solventar el problema y las vulnerabilidades tecnológicas. Bajo la asesoría extranjera, el presidente Rodrigo Chaves inició investigaciones a funcionarios del Estado que supuestamente estuvieron involucrados en asistir a la pandilla rusa durante los ataques.

Estamos entrando en una era de nuevas amenazas. Solo 7 de los 35 países de la región tienen planes de seguridad cibernética desarrollados a nivel institucional. Desde el inicio de la pandemia, grupos cibercriminales como CONTI y REvil de Rusia y NICKEL de China han atacado sistemas financieros, de salud y de gobierno en América Latina. Los bloques de poder tecnológico de EE.UU./Europa y China/Rusia compiten por ser los proveedores de seguridad de nuestros gobiernos, creando un ambiente de negociación política sumamente complejo y pírrico.

NEGOCIACIONES POLÍTICAS

Las nuevas amenazas han generado un desbalance de poder a nivel global. Y las potencias mundiales han iniciado un ciclo de negociaciones políticas que desnudan a los poderosos de cualquier vestimenta ideológica. El objetivo claro de las negociaciones de los polos de poder mundial es obtener una cuota de control del sistema internacional mayor a la de sus adversarios.

El 28 de febrero de este año, tan solo 4 días después del inicio de la invasión de Ucrania, el gobierno de Putin presentó ante la ONU el referido tratado sobre cibercrímenes. Con el respaldo del Partido Comunista de China, Putin presentó un tratado que empodera a los Estados a controlar y regular el ciberespacio nacional, citando pretextos de soberanía y seguridad en contra de fuerzas extranjeras. En realidad, el tratado lo que establece es la prerrogativa de los gobiernos nacionales de censurar y vigilar las actividades que ocurren en el mundo virtual y, por lo tanto, facilita el control autoritario. Las intenciones de Rusia son evidentes y quedaron expuestas desde 2001, cuando se rehusaron a firmar la convención de Budapest en materia de ciberseguridad (firmada por 64 naciones del mundo, incluyendo, por supuesto, el bloque transatlántico de naciones de occidente).

Las negociaciones intensas por mayores cuotas de control y poder relativo son evidentes en el calendario diplomático internacional. En un período de 60 días, el presidente de EE.UU. convocó a los países de la región a la Cumbre de las Américas, viajó a Europa para reunirse con la Unión Europea, la OTAN y el G7, y luego visitó Asia, en donde se reunió con los líderes de Japón, Corea del Sur e India. Y esta semana, Biden visitó Israel y Arabia Saudita. Por su parte, en febrero, Vladimir Putin pactó una alianza “sin límites” con China y recibió a los presidentes de Argentina y Brasil (ambos se enfrentan a posibles derrotas electorales en 2023 y 2022, respectivamente). Desde el mes de junio, Putin se reunió con los jefes de Estado de Azerbaiyán, Kazajistán, Irán, Tayikistán, Turkmenistán e Indonesia, durante una gira por Asia central. Moscú, además, anunció el 12 de julio que Putin viajará a Teherán, a una reunión con los mandatarios de Irán y Turquía.

El baile de salón internacional es una mezcla de cortejo y provocaciones entre parejas inusuales. Biden coqueteando con el régimen de Maduro y el príncipe de la Corona Saudí, quien a su vez acaba de regresar de visitar a Erdogan en Turquía (la parte abusada en esa relación). El líder turco, quien se enfrenta a 80% de inflación en su país, cedió ante las peticiones de la OTAN para permitir la accesión de Finlandia y Suecia al bloque transatlántico. Y esta semana se anunció que Erdogan viajará a Caracas y quien sabe si es para hacer llegar cartas de amor de Irán, Rusia, la OTAN, o todos.

A nivel nacional estamos viviendo un fenómeno similar. Los gobiernos de las Américas se encuentran paralizados en un recurrente desgobierno y negociación intensa entre grupos de poder desvestidos de ideología. En Colombia, el candidato Rodolfo Hernández, quien perdió las elecciones presidenciales, inmediatamente buscó los favores del presidente electo, Gustavo Petro, a pesar de que el país está más polarizado que nunca. Petro ganó con tan solo el 50,4% de los votos a su favor. En Panamá, Ecuador, Perú y Chile el gobierno está en las mesas de negociación con sindicatos, grupos indígenas y gremios empresariales, para poder legitimar el funcionamiento de las instituciones del Estado ante nuevas amenazas sociales desestabilizadoras, siendo la principal la intencional creación de realidades alternas.

REALIDADES ALTERNAS

A nivel internacional y nacional, el ecosistema mediático permitió que actores iliberales abusaran del sistema democrático. Ya es notorio el uso y abuso de las redes sociales y nuevos medios de comunicación por actores iliberales para influenciar la opinión pública y afectar el sistema democrático. Lo que evidentemente no ha sido comprendido en la región es la enorme vulnerabilidad que tenemos actualmente, durante este período de negociaciones intensas sin ninguna sustancia ideológica, más allá de la meta de obtener una mayor cuota de poder.

Repasemos los resultados electorales de los últimos años en América Latina: En Perú, Pedro Castillo ganó con el 50,2%, apenas 44 mil votos más que Keiko Fujimori, de un total de cerca de 17 millones de votos, y hoy cuenta con solo 19% de apoyo nacional. En Ecuador, Guillermo Lasso ganó con el 52% de los votos, y hoy cuenta con menos del 27% de aprobación a nivel nacional.

En Chile, Piñera salió de La Moneda con 17% de aprobación, y Boric, quien llegó al poder hace menos de 3 meses, con 55% de los votos, hoy tiene solo el 36% del apoyo popular, y la nueva constitución chilena ya tiene 46%, sin ni siquiera haber iniciado de lleno la campaña para el referéndum. Inclusive el presidente Biden hoy cuenta con menos apoyo del que tuvo el presidente Trump en su momento más bajo. Estos resultados no son, ni exclusivamente ni siquiera mayoritariamente, producto de malas gestiones de gobierno. Son el resultado de la intencional construcción de realidades alternas para el abuso de los poderes del Estado democrático. Rusia y China lideran estos esfuerzos, pero también grupos criminales y actores políticos iliberales regionales y nacionales participan. Estas realidades alternas, construidas con discursos políticos absurdos, permiten que un guerrillero o un rondero comunista sean candidatos presidenciales viables en el siglo XXI. Realidades alternas en donde EE.UU. muestra varias caras en materia internacional y de derechos humanos. Que Biden hable de democracia, pero negocie con Maduro, que hable de derechos humanos, pero busque favores con los sauditas, y en el caso de la vulnerabilidad cibernética de la región, que permita la adquisición de softwares para espiar por parte de compañías privadas y políticos inescrupulosos (no olvidemos que fue EE.UU. quien facilitó las negociaciones para que Martinelli en Panamá obtuviese Pegasus), perturba.

CONCLUSIÓN

Desde 2004 al presente la población regional que no cree en la democracia incrementó a 38%. Ante la posibilidad de que un grupo cibercriminal puede afectar el pago de empleados públicos o la agenda de citas de los sistemas de salud pública, ante la posibilidad de un EE.UU. sin preferencia democrática a nivel internacional, ante una Rusia y China decididas a reescribir las reglas del sistema mundial, debemos preguntarnos: ¿queremos una mayor cuota de poder con respecto a los “otros” o queremos vivir en paz y libertad? ¿Queremos la dura verdad o la mentira conveniente? ¿Queremos reglas y orden o privilegios y control? La falta de liderazgo y convicción ideológica es evidente y deberíamos darnos cuenta de que lo que vemos es una reflexión de en quienes nos hemos convertido.

Por Luis Eduardo Martínez

La crisis energética lleva al presidente de EE.UU. a incluir una gira por oriente. ‘La imperativa necesidad de la economía mundial de realizar una transición energética hacia energías renovables, aumentará el poder relativo de países productores de petróleo durante las próximas décadas’

Entre el 13 y 16 de julio, el presidente de EE.UU., Joe Biden, viajará a Arabia Saudita. La Casa Blanca confirmó que el líder del mundo democrático se reunirá personalmente con Mohammed bin Salman, el príncipe de la corona saudí. La razón de la visita es evidente al mundo: EE.UU. quiere que Arabia Saudita aumente la producción de petróleo para reducir los precios a nivel mundial. El presidente Biden se perfila a repetir el pecado original del orden mundial liberal y negociar una alianza con la corona saudí.

Tras más de siete décadas desde el inicio de la alianza entre EE.UU. y el reino árabe, la corona saudí transformó su poder del control de una banda de tribus al control de las válvulas que estabilizan el sistema energético del mundo. La visita del presidente de EE.UU. perpetúa la necesidad del orden mundial liberal de producir beneficios materiales desproporcionados para el polo de poder, a cambio de un compromiso moral en la periferia. La imperativa necesidad de la economía mundial de realizar una transición energética hacia energías renovables aumentará el poder relativo de países productores de petróleo durante las próximas décadas. Poder para países como Venezuela, Arabia Saudita e incluso Rusia.

Arabia Saudita

El 14 de febrero de 1945 se inició una relación de amor entre la corona saudí y la cúpula del poder de EE.UU. El presidente Roosevelt convocó al rey Abdulaziz bin Saúd (nacido en 1876) a bordo del USS Quincy, mientras la embarcación transitaba por el Canal de Suez. Roosevelt estaba regresando de la conferencia en Yalta en donde se reunió con Stalin y Churchill. El presidente estadounidense, quien estaba cumpliendo su cuarto término en la Casa Blanca, estaba consciente de su inminente victoria sobre la Alemania nazi y asumió inmediatamente la construcción del orden mundial posguerra. Por su parte, el rey Abdulaziz bin Saúd entonces era un guerrero cuyo logro fue unificar las tribus o conquistarlas y dar a luz a la Arabia Saudita moderna. Es más, el rey saudí de entonces nunca había visto el mar ni mucho menos estado a bordo de un destructor estadounidense. Podemos imaginar el balance de poder durante el breve encuentro a bordo del USS Quincy. El resultado fue un pacto: EE.UU. garantizaría la seguridad de la corona saudí a cambio de acceso a los campos petroleros del país árabe.

La alianza no existió sin conflicto. Es vital recordar que Al-Qaeda fue una organización fundada por un saudí, auspiciada por la corona. Hay que recordar que 15 de los 19 secuestradores del 11 de septiembre fueron radicales sauditas. Y es imperativo entender que 41% de los combatientes del Estado Islámico han sido originarios del reino saudí. El wahabismo, el fundamentalismo musulmán que defiende la corona saudí, es una corriente conservadora islámica que contempla la ejecución de los infieles y la sumisión de las mujeres. Un Estado Islámico radical y violento ya existía antes de ISIS. Una diferencia entre los yihadistas y la corona es la alianza de seguridad con EE.UU.

77 años después, la relación y el balance de poder es otra. Mohammed bin Salman, el joven príncipe de 36 años, controla el país que exporta 11% del petróleo a nivel mundial y el único que tiene capacidad de producción adicional, mientras que Joe Biden, de 79 años, lucha por mantener el control del orden mundial y su propio gobierno que cuenta con poco más de 35% de aprobación. Desde su llegada al poder en 2015, el joven príncipe saudí vio la purga de la cúpula del poder de la corona. En 2017 se arrestó a más de 400 príncipes y se les despojó de alrededor de $800 mil millones en activos. El príncipe de la corona también vio al escuadrón Tigre, una unidad de 50 oficiales de inteligencia saudí acusados de llevar a cabo asesinatos de disidentes, entre ellos el periodista Jamal Kashoggi. A nivel internacional, Mohammed bin Salman se involucró en la guerra civil en Yemen en 2015, conflicto que hoy es considerado una guerra proxy entre Irán y la corona saudí por el control ideológico del Medio Oriente musulmán. En menos de una década, Mohammed bin Salman fue artífice de una reforma de Arabia Saudita de ser un país que colgaba del balance complejo entre la religión, las tribus y los ingresos petroleros, a una nación autoritaria con proyecciones de poder a nivel regional.

No es casualidad que por primera vez en la historia de la Casa de Saúd, el monarca no es un patriarca en su cuarta edad. Fue una decisión geopolítica escoger a un joven en sus 30, que podría llevar a cabo un plan maestro durante las próximas 5 décadas, si la salud se lo permite. Mohammed bin Salman ahora controla el único país del mundo que construyó capacidad adicional para la producción de petróleo. Los sauditas construyeron refinerías adicionales que dejan de usar justamente para poder tener el poder político que tienen hoy.

Rusia

Antes de visitar Arabia Saudita, el presidente Joe Biden pactó con las naciones del G7 fijar un precio base entre $40-$60 para permitir la compra de petróleo ruso, para reducir las ganancias del Kremlin. Es decir, las naciones del G7 priorizaron la estabilidad de sus mercados y la economía global por encima de tomar la decisión política y moral de dejar de financiar al régimen de Vladimir Putin, que hoy ya ha borrado del mapa más de tres metrópolis y cientos de urbes a punta de artillería.

Durante la última semana, Europa importó 1,84 millones de barriles de petróleo ruso cada día, marcando la tercera semana consecutiva de aumento de importaciones y el punto más alto en los últimos dos meses. Y aunque la Unión Europea acordó cesar la importación de petróleo ruso a partir de 2023, aún permitirá la importación a través de oleoductos y eximió a Hungría del embargo. Decisión que le compra a Putin la oportunidad de quebrantar la unidad en Europa.

China e India han incrementado su compra de petróleo ruso también. El Kremlin inició 2022 vendiendo solo 25 mil barriles de petróleo al día a Nueva Deli, hoy vende más de 600 mil barriles diarios a India. Y por otra parte, 95 de los 439 reactores nucleares a nivel mundial son de Rusia, operados por Rusia o con tecnología rusa. Es decir, Rusia tiene secuestrada la estabilidad del sistema energético mundial y occidente sí está dispuesta a negociar con los terroristas.

América Latina

Y en América Latina, la administración de Joe Biden pareciera que decidió pausar la defensa de la democracia. Desde el inicio de la guerra en Ucrania y la crisis de los precios de la energía a nivel mundial, dos delegaciones estadounidenses han viajado a Caracas, con miras a reanudar las negociaciones y permitir nuevamente la operación de empresas de EE.UU. en los campos petroleros venezolanos.

Según la Agencia Internacional de Energía, las economías emergentes requerirán de $1 billón (un millón de millones de dólares) anualmente de aquí a 2050 para lograr la transición energética. Una transición vital para estas naciones que son las que están en mayor riesgo de ser afectadas por el cambio climático y también los cambios en los sistemas de energía a nivel mundial. A falta de estos recursos y a falta de un compromiso real por parte de las economías avanzadas, los países de América Latina continuarán dependiendo de los precios del petróleo y gas, y sus principales exportadores. ¿Qué países en la región producen la mayor cantidad de petróleo y gas para consumo energético? Brasil, Venezuela, México y Colombia. EE.UU. podrá no tener interés en los asuntos de la región, pero nuestras sociedades aún sienten el nefasto impacto de los petrodólares de que gozó Hugo Chávez y con los cuales se financió a movimientos de izquierda de la región desde Patagonia hasta ciudad de México.

Conclusión

El pecado original del orden mundial liberal se cometió en los bríos de la victoria en Europa a finales de la Segunda Guerra Mundial. Roosevelt y EE.UU. por ignorancia, desinterés o simplemente por cosas de la historia, nunca priorizaron los derechos humanos de personas fuera del polo transatlántico. El error de pensar que la democracia puede coexistir con fuerzas iliberales lo repitió Reagan en 1984, cuando viajó a Pekín para normalizar relaciones con el Partido Comunista de China, y nuevamente Bill Clinton y Obama, con sus políticas de apertura con Rusia y los herederos del colapso soviético. La guerra en Ucrania y la reacción de occidente simplemente es un ejemplo más de cómo las bases ideológicas del orden mundial que se hace llamar liberal, están dañadas. Las decisiones políticas del G7, y sobre todo la administración de Joe Biden, reafirman que son esclavos de las fuerzas económicas que exigen retornos desproporcionados a los costos reales de hacer negocios con tiranos.

La guerra contra el terrorismo islámico, producto de ese pecado original, ya le costó al mundo $8 billones (ocho millones de millones de dólares). La guerra en Ucrania suma ya costos por encima de $600 mil millones en daños localmente, sin contar el costo mundial producto de las disrupciones a la economía, y sin contar las hambrunas que se avecinan. ¿Está el mundo preparado para una Arabia Saudita empoderada? ¿Una Venezuela chavista vigorizada? ¿Estamos preparados para un mundo en donde el régimen de Putin sobreviva y continúe interactuando en los mercados mundiales?

Por Luis Eduardo Martínez

‘El fracaso militar y de inteligencia del Kremlin de cara a la invasión en Ucrania es abismal. Ya son siete los generales rusos que han muerto en Ucrania. Una lista de 600 espías fue interceptada y divulgada por los servicios de inteligencia de Kiev’

Durante su discurso en Varsovia el 26 de marzo, el presidente de EE.UU., Joe Biden, resaltó la fortaleza de la unión de las democracias de la OTAN en esta “nueva batalla por la libertad” y posicionó a la valiente resistencia ucraniana al centro de una lucha existencial por la “defensa de los principios básicos de la democracia que unen a las personas libres del mundo”. En el punto más álgido de su discurso, el presidente Biden exclamó: “¡Por el amor de Dios, Putin no puede permanecer en el poder!”.

Las palabras del líder estadounidense en Polonia parecían querer emular el clamor que produjo el discurso de Ronald Reagan en Berlín, en 1987, cuando otro mandatario estadounidense exigió cambios en Moscú y vocifero: “¡Sr. Gorbachov, derribe este muro!”. A diferencia de 1987, minutos después del discurso, la Casa Blanca nerviosamente buscó corregir o retractar las palabras del presidente y rechazó categóricamente cualquier llamado a un cambio de régimen en Moscú.

Los elementos básicos para una revolución en las barracas y/o en las calles están presentes en Rusia tras la invasión de Ucrania. Sobre todo tras el increíble fracaso prolongado de las operaciones militares, el sombrío impacto de la represión política interna y las sanciones de occidente sobre la economía rusa. A pesar de la inestabilidad y la tragedia de las decisiones de Vladimir Putin, la sucesión del poder soviético, el desgraciado legado del autoritarismo en Europa del este, se mantiene ininterrumpido y atomizado. Las lecciones del golpe en Moscú en 1993 y los conflictos en Europa del este son un recordatorio latente de que Putin, a falta de un adversario convencido, se mantendrá como el zar de la violencia en el viejo continente. En un mundo en conflicto, la OTAN y sus aliados democráticos deberán definir en 2022 sus conceptos estratégicos y visión de las amenazas de seguridad del futuro. Será en junio, en la ciudad de Madrid, que nuestros líderes decidirán el destino del mundo del futuro.

Crisis y fracasos

Desde el inicio de la guerra en Ucrania, entre 7 mil y 15 mil soldados rusos han muerto y otros 35 mil han sido heridos (según fuentes de la OTAN). Para contextualizar las proporciones: Rusia perdió más soldados en un mes de guerra que EE.UU. ha perdido desde 1975. Es decir, el Ejército ruso ha sufrido más en un mes que las fuerzas estadounidenses en 20 años de guerra en Afganistán, dos guerras en Iraq y alrededor de 18 otras intervenciones militares alrededor del mundo.

El fracaso militar y de inteligencia del Kremlin de cara a la invasión en Ucrania es abismal. Ya son siete los generales rusos que han muerto en Ucrania. Una lista de 600 espías fue interceptada y divulgada por los servicios de inteligencia de Kiev. Incluso el jefe de la inteligencia británica, Jeremy Fleming, detalló un sinnúmero de casos en donde tropas rusas han comenzado a rechazar órdenes, sabotear sus propios equipos militares y hasta derribar sus propias aeronaves (por accidente). La derrota física y moral de los rusos en el campo de batalla, además, está bajo el asedio del poder autoritario que emana del Kremlin.

Internamente los medios de comunicación han sido violentamente censurados. Cerca de 20 mil personas han sido arrestadas por protestar pacíficamente en las calles de las grandes urbes de Rusia. Y la economía nacional se está contrayendo a un ritmo mayor que durante el final de los años 80, durante el colapso de la Unión Soviética. Los accionistas tienen prohibido las ventas en corto (short-selling) de valores, 60% de las reservas extranjeras del país están congeladas, y decenas y decenas de proveedores internacionales y muchos nacionales han dejado el país. Por ejemplo, en la gigante tecnológica de la información en Rusia YANDEX, 6.000 de sus 10.000 empleados huyeron del país en busca de nuevas oportunidades y libertad.

El aparato de seguridad también está siendo atacado directamente por Putin. El ministro de Defensa de Rusia, Sergei Shoigu, se reunió con el zar ruso el 27 de febrero, tres días después del inicio de la invasión, y, tras rendir cuentas del fracaso de la operación militar, desapareció de todo acto público hasta la fecha (con la excepción de imágenes de una supuesta reunión virtual con Putin y su Consejo de Seguridad el 24 de marzo). Sergei Beseda, el coronel de la FSB (nueva KGB) encargado de planificación estratégica y servicios de análisis de información, fue arrestado. Varios otros miembros de la famosa Dirección 5 de la FSB, fundada personalmente por Vladimir Putin durante su dirección de la organización en los 90, han sido detenidos.

En cualquier país latinoamericano estos elementos son la receta perfecta para un estallido social o un golpe militar. Sin embargo, la idiosincrasia del poder en Rusia y su historia presagia otra realidad.

Lecciones de octubre de 1993

A pesar de sus muchos desaciertos, los expertos de la Casa Blanca inmediatamente alertaron a Joe Biden de su error durante su discurso en Varsovia, y el mismo presidente terminó calificando sus comentarios referentes a un cambio de régimen en Moscú como emotivos. La noción de cambio de régimen, favorita opción de los estadounidenses desde el inicio de la Guerra Fría, ha sido estudiada y recontra estudiada durante los últimos 75 años. La sabiduría convencional y la historia de Rusia demostraron que la sociedad rusa, sujeta desde la era de los zares hasta el presente al poder autoritario, ha logrado separar el poder económico del poder político. Y el poder político en Rusia está concentrado en el líder y sí tiene un monopolio de la violencia.

Desde la revolución bolchevique a la fecha, ningún estallido social o levantamiento militar ha sido exitoso en Rusia. La sucesión del poder político autoritario de la era Soviética ha sido ininterrumpida. Y revisando la historia reciente, el golpe o crisis constitucional de 1993 es un recordatorio de porqué del fracaso de cambio de régimen en Rusia: la violencia sin límites que controla y comanda el líder supremo es total y aniquila a sus adversarios.

En octubre de 1993, elementos de las fuerzas de seguridad de Rusia, parlamentarios, y grupos civiles se alzaron en contra de Boris Yeltsin y sus reformas. Hordas de manifestantes tomaron las calles y el control del parlamento donde votaron para destituir al jefe de Estado. El resultado, sin embargo, fue algo nunca antes visto en las calles de Moscú desde la Segunda Guerra Mundial: Yeltsin ordenó a tanques de guerra disparar en contra de la sede del parlamento. Más de 180 civiles fueron fusilados en las calles y los rebeldes arrestados y enviados al “gulag”. 30 años después, el mismo poder autoritario, sucedido en Vladimir Putin, ha sido utilizado para envenenar a líderes opositores, periodistas, disidentes; utilizar armas químicas contra poblaciones civiles (Siria); atacar naciones no alineadas (Georgia, Estonia, Ucrania); e intervenir en defensa de dictadores (Bielorrusia, Kazajistán, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Siria). Y todo esto sin el rechistar de los supuestos oligarcas rusos. La autonomía o voluntad del poder económico en Rusia y el poder cívico ha sido extinguida por la violencia autoritaria. Y la idea de un cambio de régimen produce pánico en la paranoia de aquellos cercanos al poder. La evidencia más gráfica de esto fue demostrada al mundo el 22 de febrero, cuando Vladimir Putin, en televisión nacional, humilló al jefe del Servicio de Inteligencia Extranjera, Sergei Naryshkin, durante una reunión del Consejo de Seguridad.

Gane, pierda o llegue a un acuerdo para la paz en Ucrania, Vladimir Putin permanecerá en el poder y su posición de control determinará los niveles de violencia interna en Rusia, pero también de actividad bélica a nivel internacional.

La seguridad del futuro

El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, es conocedor de esta realidad e idiosincrasia político-social del espacio exsoviético. Ucrania sabe que se enfrenta a su destrucción total, sin importar la resistencia. El líder del Kremlin no cesará la violencia hasta conseguir una victoria. Y es por eso que esta semana Zelensky ya avecinó su disposición a entregar territorio ucraniano a Rusia y declarar la neutralidad del país que acolchona la frontera este de la OTAN de presiones directas con Rusia. Es por eso (entre otras razones y medidas) que el rublo ya está prácticamente en su valor preinvasión.

En un mundo en conflicto y de cara a la reunión de Conceptos Estratégicos de la OTAN en junio de este año, en la ciudad de Madrid, el bloque de democracias transatlánticas deberá decidir su postura por los próximos 12 años. Por un lado, la prioridad fundamental de EE.UU. es contrarrestar el crecimiento de China, que en 2030 sobrepasará a Norteamérica como potencia económica mundial y es un adversario tecnológico, militar, sistémico e ideológico. Por el otro, Europa deberá aumentar su autonomía en materia de seguridad y defensa. Los pronósticos más radicales indican que Europa se mantendrá dependiente de Rusia en materia energética, por al menos una década. Pero más allá de la codependencia económica, gane pierda o negocie, Rusia tiene la llave maestra para encender conflictos en Armenia, Georgia, Ucrania, los países bálticos, Kosovo, Moldova. Conflictos que, al igual que durante los últimos 20 años, Putin volverá a utilizar para negociar victorias para su reinado.

¿Acaso la nueva era de defensa de la libertad dejará por fuera a aquellos ya bajo control autoritario, como el mundo ha abandonado a los combatientes ucranianos? o ¿acaso los nuevos Conceptos Estratégicos de la OTAN buscarán también “liberar” territorios en una nueva repartición de Europa y del mundo? ¿La unidad transatlántica sobrevivirá la división de prioridades de sus democracias? Ojalá los líderes de los países amantes de la libertad aprendan la lección de la sucesión soviética: el poder autoritario destruye la libertad del individuo con niveles de violencia y terror que pueden someter a poblaciones por décadas y siglos, el impacto económico del coraje moral nunca será mayor al costo de la tiranía del hombre sobre el hombre.

‘El Orden Mundial Liberal (moderno) nació en 1945. El primogénito del matrimonio entre la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y el vigor del espíritu liberal de las fuerzas aliadas victoriosas’

El Orden Internacional Liberal (moderno), a sus 77 años de edad, falleció el 24 de febrero del 2022, tras una larga batalla en contra del autoritarismo y la indiferencia de los líderes de las democracias del mundo.Los restos del Orden Mundial Liberal (moderno) serán cremados al fuego lento de las vacías condenas de presidentes electos y los llamados a plegarias, y no a la acción, de hombres cobardes.El Orden Mundial Liberal (moderno) nació en 1945. El primogénito del matrimonio entre la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y el vigor del espíritu liberal de las fuerzas aliadas victoriosas. El Orden Mundial Liberal (moderno) se formó con una misión central y cuatro ejes de acción. Fue concebido para evitar que nuevamente un gobierno/régimen del sistema de naciones invada a otro y desencadene conflictos por expansión territorial que desestabilicen a todo el mundo. Los padres del Orden Mundial Liberal (moderno) determinaron que: los regímenes políticos autoritarios/populistas (como los de Adolf Hitler o en este caso Vladimir Putin) son más propensos a tomar medidas unilaterales, en violación del derecho internacional, como medio para permanecer en el poder; las crisis económicas severas y la desigualdad de recursos en una población producen situaciones políticas que alimentan el fervor nacionalista utilizado por líderes autoritarios/populistas; los avances tecnológicos y sus beneficios deben ser puestos a la orden del progreso, el mejoramiento, y el desarrollo de las sociedades menos avanzadas; y la protección de las naciones amantes de la libertad de agresiones y sus peligros, es una obligación inevitable.

A la fecha de su nacimiento, el Orden Mundial Liberal (moderno) solo contaba con 12 democracias y se enfrentó a la resistencia de 136 autocracias. A la fecha de su fallecimiento, el mundo está compuesto por más de 100 democracias y menos de 80 autocracias. A sus 20 años de edad, en 1975, el Orden Mundial Liberal (moderno), bajo el tutelaje de EE.UU. y con sus aliados europeos, logró los acuerdos de Helsinki. La Unión Soviética abandonó sus aspiraciones de expansión territorial en Europa y, en 1991, colapsó, en lo que fue interpretado como una claudicación total del autoritarismo ante las virtudes de la democracia y el Orden Mundial Liberal (moderno).Durante su vida, el Orden Mundial Liberal (moderno) fundó las Naciones Unidas y la Organización Mundial de Comercio. El estado de derecho y acceso a mercados internacionales y financiamiento que construyó el Orden Mundial Liberal (moderno) permitieron que Europa se reconstruyera de los escombros de la Segunda Guerra Mundial para convertirse en el mercado único más grande del mundo. La economía China creció por un factor de 1000% desde 1949, con tasas de crecimiento por encima del 10% desde 1978 hasta el 2005, y la pobreza mundial se redujo de 75%, en 1945, a poco más de 10%, en el 2015, gracias al Orden Mundial Liberal (moderno).Durante los últimos 16 años, el Orden Mundial Liberal (moderno) padeció de una profunda recesión democrática. Por primera vez desde su nacimiento, el número de democracias en el mundo disminuyó durante períodos consecutivos. Países como Polonia, Hungría, India, Turquía y Brasil, entre otros, eligieron a líderes populistas, que utilizaron el fervor nacional para concentrar el poder y socavar el estado de derecho a nivel nacional. Poco a poco, los ciudadanos olvidaron que la democracia liberal consiste en un estado de derecho y la protección del individuo y transformaron sus sistemas de gobierno en tiranías de la mayoría. Las resistencias democráticas en Hong Kong, Myanmar, Venezuela y Sudan fueron sofocadas por la violencia. El estado de derecho internacional mutó a un estado de intereses/beneficios entre naciones.

Esta mutación del estado de derecho a un estado de intereses/beneficios entre naciones exacerbó las injusticias y los abusos producto de la creciente desigualdad social que existe en el mundo. Según el Reporte Mundial de Desigualdad 2022 (World Inequality Report 2022) la mitad más pobre de la población mundial posee solo el 2% de la riqueza total en el mundo. Mientras que el 10% más rico de la población del mundo controla el 76%. Esta realidad económica permitió que – a través de la corrupción y grupos de interés perversos – pequeñas oligarquías o cleptocracias desnudaran a nuestras repúblicas de toda virtud, coersionando a los poderes a violar el orden constitucional o moral. La Unión Europea, por ejemplo, prefirió no cortar en 10% la compra de gas natural ruso durante este invierno, como medida disuasoria ante la amenaza de una invasión rusa de Ucrania. La razón fue simple y triste, un recorte del 10% de las compras de suministro energético ruso le costaría un 0,7% al PIB europeo 2021. Y los líderes de Europa prefirieron no interrumpir la recuperación económica post-pandemia. Similarmente, durante los inicios del siglo XXI, los países latinoamericanos prefirieron aprovecharse de la bonanza económica de Venezuela, en vez de defender la democracia liberal en el continente.El advenimiento de las redes sociales y nuevas tecnologías de la información – en vez de augurar una democratización del mundo a través de la comunicación y los consensos producto de interconexiones – fueron utilizadas para el control masivo de sociedades, como en China; la difusión de campañas de desinformación, como las de las operaciones de los servicios de inteligencia de Rusia en todo el mundo; y la comercialización de la verdad, como lo hicieron prácticamente todos los medios tradicionales de relevancia internacional. La tecnología no fue utilizada para el progreso y el mejoramiento de sociedades en desarrollo, sino para arrodillar a poblaciones con control total o dividirlas con la explotación comercial de resentimientos sociales.Finalmente, debilitado por décadas de batalla contra el cáncer del autoritarismo, los órganos vitales del Orden Mundial Liberal (moderno) fallaron. Los líderes de occidente, cobardemente, descartaron que la agresión rusa en Abkhazia y Ossetia, en el 2008, o de la anexión de Crimea a territorio de la Federación Rusa, en el 2014, hiciera metástasis. Tras 4 meses de guerra anunciada, el 24 de febrero del 2022, el régimen del Kremlin inicio el bombardeo a gran escala y la invasión terrestre, aérea y marítima de Ucrania.El Orden Mundial Liberal (moderno) fue precedido en la muerte por la Paz de Westfalia (1648) y la Liga de Naciones (1920).El Orden Mundial Liberal (moderno) es sobrevivido por una guerra en Europa, tres nuevas dictaduras en América Latina, un Irán a menos de seis meses de poder obtener un arma nuclear, una Corea del Norte con misiles hipersónicos, más de 30 millones de refugiados, y la golpeada y sometida (aunque inquebrantable) voluntad de aquellos que aman la libertad.


Este artículo se publicó originalmente en La Estrella el 25 de febrero de 2022

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