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La caída de Pol Pot, el genocida camboyano

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Tras su entrevista con el líder camboyano Pol Pot, nacido Saloth Sar, a finales de 1978, la periodista norteamericana del New York Times, Elizabeth Becker, se halló frente a frente con alguien a quien describió como «un hombre elegante, con rostro agradable, no alegre, pero atractivo», con «una sonrisa que casi inspiraba simpatía» y «un encanto innegable». A pesar de que estaba a pocos días de caer de su trono de hierro, éste aún «se mostraba capaz, sereno, y con una voz dulce y segura».

Por: National Geographic Historia

UTOPÍA INFERNAL

Sokphal Din, el único superviviente de su familia del genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos de Pol Pot, declaró a la BBC: «Los Jemeres Rojos eran como monstruos. Era peor que un infierno en la Tierra… Nadie nunca se podría imaginar cómo fue».

¿Cómo se originó aquella utopía de una sociedad agraria que a la postre terminaría con la vida de millones de personas? En 1949, Pol Pot, que era una pésimo estudiante, consiguió una beca para estudiar radioelectricidad en Francia. Su falta de interés tuvo como consecuencia que le acabasen retirando la beca, pero esos tres años y tres meses en la capital gala no fueron del todo infructuosos para el joven camboyano. En París, Pol Pot descubrió a Stalin y empezó a a interesarse por el Partido Comunista Francés fundando el autodenominado Grupo Estudiantil de París, con algunos compatriotas que serían cruciales en el futuro régimen del terror camboyano como Ieng Sary, Khieu Samphan, Son Sen y Huo Yuon, que se convertiría en uno de los ideólogos del futuro Estado de Kampuchea y tan culpables como el propio Pol Pot del holocausto que se desencadenaría.

Corría el año 1970, cuando con el apoyo de Estados Unidos, el general camboyano Lon Nol perpetraba un golpe de Estado para hacerse con el poder, hasta entonces en manos del príncipe Sihanouk. Los Jemeres Rojos, nacidos como una guerrilla y nombrados peyorativamente de esta manera por el propio Sihanouk (los jemeres fueron la antigua civilización de aquel país, un pueblo capaz de crear monumentos tan impresionantes como los templos de Angkor), tenían un nuevo enemigo al que enfrentarse. Los combates se prolongaron hasta abril de 1975, momento en que los rebeldes entraron en la capital del país, Phnom Penh. Mientras esto sucedía, el general Nol huía de Camboya con un millón de dólares bajo el brazo.

MENTIRAS, CUNETAS Y CAMPOS DE TRABAJO

El 17 de abril de 1975, los Jemeres Rojos, vestidos con sus característicos camisa y pantalón negros y pañuelo de cuadros negros y rojos, encontraron una capital gobernada por el caos y la escasez de alimentos. Nada más entrar, y a pesar de que los habitantes se habían lanzado a la calles para celebrar su liberación, les ordenaron que desalojaran la ciudad por el posible bombardeo de los estadounidenses. Les anunciaron que por ese motivo se les trasladaba a un campo y que sólo sería por unos días. En esos momentos, pocos sospechaban que lo peor estaba por llegar. Había comenzado el Año Cero: la historia del país empezaba a reescribirse.

Aquel éxodo masivo forzoso tenía algo de extraño. Las órdenes fueron que la gente debía marcharse montada en bueyes y en carros, y quien no pudiera lo tendría que hacer a pie, incluidos enfermos y ancianos. En pocas horas, Phnom Penh, una de las capitales más grandes de toda Asia, se convirtió en una ciudad fantasma. Muy pronto, las cunetas se llenaron con los cadáveres de todas aquellas personas que no resistían la marcha a pie. El horror no había hecho más que empezar. En la sombra, el própio Pol Pot y sus acólitos estaban moviendo los hilos de un plan demencial. Y lo empezaron cambiando el nombre del país por el de Kampuchea Democrática.

ABOLICIÓN DE UNA IDENTIDAD

La nueva ideología instaba a eliminar cualquier vestigio que quedara del detestable pasado capitalista. Ordenaron que todos vehículos a motor se destruyeran, y convirtieron el carro tirado por mulas en el medio de transporte nacional. Se dio orden de quemar bibliotecas y fábricas, también se prohibió el uso de medicamentos ya que Kampuchea estaba en condiciones de fabricar todas las medicinas necesarias para sus ciudadanos echando mano de la sabiduría popular. También se prohibió el uso de gafas, ya que, según el nuevo orden político, elevaban a la persona al estatus de intelectual y éstos debían ser eliminados.

En esta sociedad ideal, sólo los campesinos permanecían a salvo de la peste capitalista y burguesa que había contaminado hasta esos momentos el país según los nuevos dirigentes. Esos eran los ciudadanos ejemplares. ¿Y el resto? El resto eran unos peligrosos despojos del pasado que debían ser reeducados o eliminados. La primera orden de Pol Pot fue acabar con los elementos subversivos. De este modo, se ejecutaron a altos funcionarios y a militares, y luego a profesores, abogados, médicos y a todos aquellos que sabían un segundo idioma.

Se abolieron los mercados y la moneda, se prohibieron todas las religiones, incluido el budismo dominante en la zona, se ejecutaron a los líderes del régimen de Lon Nol, se expulsó a la población extranjera y se cortó cualquier vínculo con el exterior. Para finalizar el «programa de reeducación», toda la población fue recluida en comunas agrarias, con el fin último de multiplicar la producción de arroz.

TOUL SLENG: LOS NIÑOS TORTURADORES

La mayoría de las ejecuciones se llevaron a cabo en el campo de Toul Sleng, a pocos kilómetros de la capital. Las torturas que se practicaron en aquel recinto del horror convirtieron a los sádicos médicos nazis de la Segunda Guerra Mundial en simples aficionados. Nada más entrar, a los internos, en un alarde de sadismo, se les arrancaba las uñas de las manos para someterlos, posteriormente, a duros e interminables interrogatorios. Para acabar con su sufrimiento, los «sospechosos» debían reconocer sus relaciones con el KGB, la CIA o con la élite política del general Nol. Al final, lo único que deseaban aquellos desdichados es poner fin cuanto antes a tanto dolor y que los ejecutaran con un tiro en la nuca lo antes posible. En Toul Sleng fueron asesinadas más de 20.000 personas. Tan sólo siete pudieron salir con vida de aquel campo de exterminio.

En la actualidad, los visitantes que acceden al museo del horror donde antes estuvo la prisión, no pueden evitar estremecerse al contemplar las fotografías de los torturadores: adolescentes de mirada extraviada, jóvenes que no habían cumplido aún los veinte años y se entregaron como bestias a una única labor: la de infligir dolor a sus compatriotas.

La vida en Camboya se convirtió en un infierno. La propiedad privada se suprimió de manera drástica. Nadie tenía nada; incluso la ropa, incluido el pijama negro y el pañuelo de los jemeres, era propiedad del Angkar, un concepto completamente abstracto por el que el partido comunista se designaba a sí mismo, un sistema de control de la sociedad, en definitiva, una especie de «gran hermano». La comida se suministraba y racionaba en los refectorios, y poseer una olla era considerado delito. Los trabajadores morían de agotamiento y hambre por culpa de la escasez de alimentos y las extenuantes jornadas en los arrozales.

Mostrar dolor por la pérdida de un ser querido también estaba castigado: era un síntoma de debilidad. Las raciones de comida eran tan miserables que se llegó a producir algún caso de canibalismo. Incluso se regularon las relaciones sexuales obligando a la gente a casarse solamente para traer al mundo a nuevos ciudadanos de Kampuchea. Incluso se estableció que cada ciudadano debía producir dos litros de orina diarios y que cada mañana debían entregarla al jefe de la aldea para fabricar abono.

UN GENOCIDA SIN JUICIO

Pol Pot creó una raza de niños soldado, criaturas alienadas y violentas que, tras ser sometidos a un lavado de cerebro y a un severo adoctrinamiento, eran capaces de rebanar el pescuezo a quien creyesen capaz de traicionar a su líder, sólo por el mero hecho de sustraer una fruta o un puñado de arroz crudo; eran capaces incluso de denunciar a sus propios padres por robar comida.

Pol Pot y los Jemeres Rojos estuvieron en el poder 44 meses, hasta el 7 de enero de 1979, cuando la intervención militar vietnamita obligó al genocida a salir del país y esconderse en la selva. No hay cifras exactas de cuántas personas perdieron la vida en los campos de la muerte, pero se calcula que fueron más de dos millones. El ansia de exterminio de Pol Pot llegó a tales extremos que cuando supo que algunos camboyanos habían conseguido escapar a Tailandia mandó sembrar la frontera con diez millones de minas antipersona para evitar su huida.

Pol Pot murió el 15 de abril de 1998 a los 72 años de edad, en medio de la selva camboyana, prisionero del grupo que había fundado cuatro décadas atrás, los Jemeres Rojos, con lo que se libró de ser juzgado por sus horrendos crímenes. Fuentes oficiales informaron de que su muerte fue causada por un ataque cardíaco. Otras fuentes afirman que su muerte se produjo justo cuando los Jemeres Rojos lo iban a entregar, por lo que no se descarta que perdiera la vida en un atentado, y aún hay algunas hipótesis que sugieren un envenenamiento, aunque nunca se permitió realizar una autopsia a su cadáver para saber la causa real de su muerte. Finalmente, el cuerpo de uno de los genocidas más atroces de la historia fue incinerado en una hoguera improvisada con cartones y neumáticos viejos.

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