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Maestro de la luz y del silencio: Inauguran amplia muestra de Vermeer en Ámsterdam ¡con 28 de sus 37 pinturas!

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Nunca antes se habían exhibido tantos cuadros de Jan Vermeer juntos. Una exposición de sus obras causa sensación en Ámsterdam.

Dos casas vistas de frente. En la puerta del patio, una joven se inclina sobre un tonel. En la vereda juegan dos niños. Una mujer, sentada en la entrada de una casa, borda. La escena refleja un instante de la vida cotidiana en la ciudad holandesa de Delft, en el siglo XVII. La plasmó en el lienzo el que fuera el pintor holandés más conocido de su época, junto a Rembrandt: Jan (Johannes) Vermeer (1632-1675). Parece casi una fotografía, de gran realismo, con sus juegos de luces y sombras, las perspectivas y la imagen apacible que transmite.

28 obras maestras

«La pequeña calle» es una obra maestra, como todos los demás cuadros de Vermeer que se conocen. No son muchos. Al morir, a los 43 años, en 1675, dejó 37 pinturas. 28 de ellas pueden admirarse ahora en el Rijksmuseum, en Ámsterdam. Se trata de la mayor exposición individual dedicada a Vermeer hasta la fecha. ¡Toda una sensación!

«Vermeer era un maestro de la luz», dice Gregor Weber, cocurador de la muestra. El artista también idealizó figuras y resultan evidentes en su obra las influencias italianas, aunque nunca dejó su ciudad natal.

De historias bíblicas a escenas cotidianas

A los 21 años de edad se inscribió en el gremio de San Lukas, en Delft, como maestro pintor. Primero abordó temas históricos, como escenas de la Biblia o de la vida de los  santos. Pero a partir de 1965 cambió de temática.

Vermeer centró su atención en escenas cotidianas: una joven que vierte leche en un jarro, una chica que escribe una carta, una hija de buena familia tocando un instrumento. Todas son escenas de interiores, salvo aquellas dos famosas imágenes de la ciudad: «Calle en Delft” y” Vista de Delft”.

Son interiores imaginados y, no obstante, ofrecen un vistazo íntimo a la vida cotidiana del siglo XVII. El tiempo parece haberse detenido. «Los cuadros de Vermeer no son relatos, en el sentido de que ocurran en ellos muchas cosas”, dice Weber. «Sus cuadros son siempre de mucha quietud, muy introvertidos”. Las pinturas de Vermeer encierran un secreto. Y es precisamente este silencio lo que fascina tanto al público de hoy.

Jan Vermeer, maestro de la luz

La técnica pictórica de Vermeer se fue refinando con los años. Con pequeños toques de color creaba la ilusión de la luz que danza sobre la superficie. Los objetos adquieren plasticidad. La perla de la chica de los aretes, por ejemplo, es un reflejo de luz; nada más, pero también nada menos.

Entre 1664 y 1665, Vermeer pintó interiores, con un nexo estilístico entre ellos. Son escenas idealizadas de la vida diaria.

El maestro no se valió, como se suponía, de una cámara obscura para lograr la perspectiva. Le bastaba un clavo, clavado en una madera, para trazar la perspectiva con un hilo. También otros pintores utilizaron esa técnica. Un pequeño agujero en el punto de fuga: restauradores lo descubrieron mediante rayos X en muchos de los cuadros de Vermeer que examinaron.

Pero eso no es todo. También revelaron las intenciones originarias del pintor. Por ejemplo, descubrieron un chico desnudo en el cuadro «Niña leyendo una carta junto a una ventana abierta», que fue sobrepintado luego por Vermeer u otro artista, porque habría sido interpretado como una alusión erótica.

Vermeer murió en 1675, empobrecido. Dejó una mujer y diez niños. Poco después de su muerte, cayó en el olvido. Solo en el siglo XIX, historiadores del arte redescubrieron su obra. Hoy en día se cuenta entre los más grandes, debido a la calidad y originalidad de cada uno de sus cuadros, que son todas obras maestras.

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