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Oppenheimer, el padre de la bomba atómica que se arrepintió de su creación

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Minutos después de detonar la bomba atómica el físico teórico Robert Oppenheimer, principal responsable del desarrollo de la primera arma nuclear de la historia, dijo: «Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos». Su participación como director del Proyecto Manhattan para desarrollar dicha arma durante la Segunda Guerra Mundial le haría arrepentirse de su propia creación.

Por: Soy Centinela

En los inicios de la Segunda Guerra Mundial, el presidente americano F. D. Roosevelt recibía una carta firmada por el científico alemán Albert Einstein y redactada por el físico Leo Szilard. Dicha carta informaba a Roosevelt de que ya era posible conseguir una reacción en cadena sobre una cantidad importante de uranio, lo que permitiría «generar ingentes cantidades de energía»; sin embargo, aquello era un hecho que «podría desembocar en la construcción de bombas» capaces «de destruir un puerto entero y el territorio adyacente». Poco tiempo después de recibir la carta, el mandatario norteamericano establecía un Comité del Uranio como enlace entre el Gobierno y los laboratorios.

Proyecto Manhattan

En 1941 el servicio de espionaje británico informó de que cabía la posibilidad de que los alemanes estuviesen fabricando una bomba atómica cuyo alcance y potencial podría hacer peligrar el mundo entero, por lo que, para no quedarse atrás, el gobierno de Roosevelt reunió a los mejores científicos para participar en un proyecto secreto conocido como Proyecto Manhattan ya que la mayor parte de la investigación nuclear se había llevado a cabo en la Universidad de Columbia (Manhattan).

A la cabeza de las actividades se puso al coronel Leslie R. Groves, miembro del Cuerpo de Ingenieros que junto al físico teórico Robert Oppenheimer director de la parte científica del proyecto serían los hombres clave para el éxito de la creación de la bomba atómica.

El laboratorio se ubicó en Los Álamos, una de las mesetas que rodeaban la llamada llanura de Pajarito. El lugar estaba perfectamente aislado para procurar la mayor seguridad. Oppenheimer reclutó a los mejores científicos entre los que se encontraban grandes nombres como Leo Szilard, por supuesto, y Enrico Fermi (Nobel en 1938). Los químicos Harold C. Urey (Nobel en 1934) y Willard Frank Libby (Nobel en 1960). James Chadwick, el descubridor de los neutrones (Nobel en 1935). Los físicos Isidor Rabi (Nobel en 1944) y Hans Bethe (Nobel en 1967). El físico teórico Richard Feynman (Nobel en 1965), el físico de origen español Luis Walter Álvarez (Nobel en 1968) y el físico de origen húngaro Edward Teller, futuro padre de la bomba de hidrógeno y, según Fermi, «el más inteligente de todos nosotros».

Tres años después del inicio del proyecto, las cosas pintaban favorables para los aliados. Con el desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944 parecía que iban camino de ganar la guerra en Europa, por lo que estaba claro que Alemania no conseguiría fabricar esa bomba. Entonces, ¿de qué servía continuar con la construcción de un arma masiva? Varias voces se pronunciaron y criticaron el proyecto. Las dudas de seguir adelante se intensificaron cuando la guerra se dio por terminada en Europa con la caída de Hitler y el nacismo.

A pesar de todo ello se decidió continuar y el 16 de junio de 1945 el Proyecto Manhattan culminaba con la prueba Trinity en la Jornada del Muerto, en Nuevo México. Se habían invertido años de trabajo y una enorme cantidad de dinero y su fruto estaba a punto de ver la luz. A las 5:29 de la madrugada, las autoridades detonaron la bomba con un intenso destello de luz y olas de calor que se extendieron por el árido paisaje del desierto. Oppenheimer confirmó en aquel instante que los efectos de una bomba atómica podían arrasar con cualquier forma de vida.

Semanas después, esa misma arma destructiva era denotada en Hiroshima y Nagasaki. El científico que dedicó todo su talento a desarrollar el arma más mortífera jamás inventada por el ser humano, años después de presenciar las consecuencias de la bomba atómica, luchó por el control internacional del poder nuclear para evitar la proliferación de armamento nuclear y frenar la carrera armamentística entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

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