Morfema Press

Es lo que es

Antonio de la Cruz

Por Antonio de la Cruz

“Nunca te rindas, nunca, nunca, nunca, nunca – en nada, grande o pequeño, grande o mezquino – nunca te rindas excepto ante las convicciones del honor y el sentido común. Nunca cedas ante la fuerza; nunca cedas ante el aparentemente abrumador poderío del enemigo».

Winston Chruchill

La crisis en Venezuela ha alcanzado un punto crítico. Nicolás Maduro, cada vez más aislado y dependiente de un entorno de represión y corrupción después del 10E, enfrenta unas fuerzas democráticas fortalecidas y una comunidad internacional que busca una transición pacífica. Sin embargo, detrás de los titulares y las condenas, lo que realmente definirá el futuro del país es la estrategia: ¿quién será capaz de moverse con mayor astucia en este entorno de alta incertidumbre?

Maduro ha apostado todo a un modelo que mezcla coerción, dependencia de una economía ilícita y un control absoluto sobre las fuerzas armadas. Este equilibrio, aunque estable a corto plazo, es frágil. Las fracturas internas entre sus aliados, el desgaste de la población y la presión internacional están creando un entorno cada vez más volátil. Si algo ha demostrado la historia reciente es que una dictadura puede resistir durante años, pero cuando el equilibrio se rompe, el cambio es rápido y decisivo.

Frente a esta realidad, cualquier actor que aspire a influir en el desenlace de la crisis debe actuar con un pensamiento estratégico claro. No se trata solo de aumentar la presión sobre el régimen ni de esperar pasivamente a que colapse. Se trata de coordinar acciones -desde la Corte Penal Internacional hasta la suspensión de las licencias petroleras- que provoquen las fracturas internas necesarias para debilitar a Maduro, mientras se prepara el terreno para una transición ordenada que evite el caos.

La clave está en reconocer que Maduro no es el único actor relevante en esta crisis. Las fuerzas armadas, lideradas por Vladimir Padrino López, y figuras como Diosdado Cabello son fundamentales en el sostenimiento del régimen. Al mismo tiempo, la oposición, encabezada por María Corina Machado y el presidente electo Edmundo González Urrutia, tiene una oportunidad real de liderar el cambio, pero solo si logra mantenerse cohesionada y evita las fracturas internas que históricamente han propiciado la permanencia del régimen autoritario. 

Desde el exterior, Estados Unidos y sus aliados internacionales también tienen un papel crucial. La estrategia no puede limitarse solo a sanciones económicas y condenas diplomáticas. Es necesario un enfoque coordinado y dual que combine presión e incentivos. Las sanciones deben dirigirse a los familiares y colaboradores de figuras clave del régimen, pero también deben existir garantías de seguridad para aquellos que estén dispuestos a negociar una salida. Al mismo tiempo, la comunidad internacional debe fortalecer al presidente electo con apoyo técnico y financiero, permitiéndole establecer la alternativa al régimen. Asimismo, se hace necesario implementar el principio de la Responsabilidad de Proteger y la Carta Democrática de la OEA como mecanismos para hacer frente a las persistentes y graves violaciones de derechos humanos y el golpe de Estado, los cuales han socavado la voluntad popular y los fundamentos democráticos del país bolivariano. Esta estrategia dual busca restaurar la integridad del proceso democrático y salvaguardar los derechos fundamentales de los ciudadanos venezolanos.

Sin embargo, no basta con centrarse en el presente. Un verdadero pensamiento estratégico implica anticipar el futuro. El fin de la organización criminal instalada en Miraflores no garantiza una transición exitosa. Si algo nos enseñaron las experiencias de Oriente Medio y África del Norte durante la Primavera Árabe es que cuando un régimen colapsa sin un plan claro de transición, el resultado suele ser el caos. Venezuela no puede darse ese lujo. Es vital que el nuevo gobierno presidido por Edmundo González Urrutia y la comunidad internacional acuerden desde ahora un plan de contingencia para manejar el día después. La estabilización política, la recuperación económica y la reconstrucción de las instituciones serán tareas titánicas que solo podrán llevarse a cabo con el apoyo coordinado de todos los actores involucrados.

El camino hacia la democracia en Venezuela será largo y arduo -hay que desmontar un Estado mafioso-, mas no imposible. La oportunidad está ahí y el desenlace dependerá de quien logre concretar mejor sus estrategias en este complejo tablero. Maduro está empleando su última carta. Las fuerzas democráticas tienen la oportunidad de abrir una nueva etapa en la historia del país, pero solo si el pueblo sigue unido y aprovecha el momento con inteligencia y audacia, como en la fábula de Tío Conejo (el pueblo) y Tío Tigre (el régimen). 

La comunidad internacional debe comprender que la crisis en Venezuela trasciende sus fronteras. El desenlace de esta situación tendrá repercusiones profundas, que afectarán la estabilidad de toda la región y sentarán un precedente crucial sobre la resiliencia de la democracia bajo circunstancias adversas. Permitir que el régimen de Maduro continúe sin consecuencias podría desencadenar una serie de efectos negativos en otros países latinoamericanos. Para evitar este escenario, es imperativo que la comunidad global supere la retórica vacía y adopte medidas concretas. Se requiere un compromiso genuino con los principios y las libertades fundamentales, similar al observado durante la Guerra Fría contra el comunismo, para abordar eficazmente esta crisis y salvaguardar los valores democráticos en la región.

La encrucijada en la que se encuentra Venezuela exige algo más que voluntad: exige visión. No es momento de reacciones impulsivas, sino de decisiones calculadas y bien pensadas. El desenlace de esta crisis será un reflejo de la calidad de las estrategias que se adopten hoy. Si el objetivo es devolverle a los venezolanos su derecho a vivir en democracia, entonces la estrategia debe ser tan sólida como lo es la determinación del pueblo venezolano de recuperar su libertad.

Por Antonio de la Cruz

“Toda guerra se basa en el engaño. Cuando estés preparado para atacar, ha de parecer que no estás en posibilidad de hacerlo; cuando te halles reuniendo tus fuerzas, ha de parecer que estás inactivo; cuando estés cerca, hazle creer al enemigo que estás lejos; cuando estés lejos, hazle creer que estás cerca”.

Sun Tzu

En los últimos años, la percepción de Rusia como una potencia temible ha dominado los titulares. Sin embargo, el colapso del régimen de Bashar al-Assad en Siria y el estancamiento de la invasión a Ucrania sugieren que esta imagen de fortaleza es, en gran medida, una ilusión. Vladimir Putin y Nicolás Maduro enfrentan profundas debilidades económicas, militares y políticas que socavan su capacidad para proyectar poder tanto en el escenario global como en sus respectivos países.

Fortaleza disfrazada de debilidad

Las potencias mundiales, como jugadores de ajedrez, toman decisiones basadas en la percepción de las capacidades de sus oponentes. Putin ha buscado proyectar una imagen de fuerza para disuadir desafíos a su influencia. Pero, ¿qué ocurre cuando esa fuerza es solo una fachada?

Un ejemplo ilustrativo es el de un jugador de póker que aparenta tener una mano poderosa para intimidar a sus rivales, aunque sus cartas sean mediocres. De manera similar, Putin ha mantenido una reputación de potencia militar y económica, incluso mientras enfrenta problemas internos severos.

Señales de un régimen debilitado

1 Fracaso en Siria y Ucrania

Rusia ha sido el principal patrocinador de Siria durante cinco décadas, invirtiendo recursos enormes para sostener a los Al-Assad en el poder. Sin embargo, el colapso del régimen muestra la incapacidad de Moscú para proteger a sus aliados estratégicos. En Ucrania, la guerra se ha convertido en un costoso estancamiento, con pérdidas masivas de tropas y equipo militar.

2 Problemas internos

La economía rusa, cada vez más orientada a sostener su maquinaria de guerra, enfrenta graves presiones. La inflación alcanza el 9%, y los gastos militares consumen 40% del presupuesto federal. Incluso Gazprom, el gigante energético ruso, registró pérdidas en 2023 por primera vez en dos décadas.

3 Dependencia de aliados poco fiables

Putin ha recurrido a Kim Jong-un, tercer líder supremo Corea del Norte, para apoyo militar, una medida que refleja desesperación. Al mismo tiempo, sus relaciones con aliados tradicionales, como Armenia, se han deteriorado debido a su incapacidad para respaldarlos frente a amenazas externas.

El efecto dominó en regímenes autoritarios

La debilidad de Rusia tiene consecuencias que trascienden sus fronteras, impactando a regímenes autoritarios que dependen de su respaldo. Venezuela, bajo la tiranía de Nicolás Maduro, es un ejemplo claro. Con la pérdida de capacidad de Rusia para influir globalmente, Maduro enfrenta mayores desafíos para mantener su narrativa de fortaleza y controlar el poder interno.

En este contexto, el régimen de Maduro ha recurrido a estrategias desesperadas para desviar la atención y consolidar su control. Un ejemplo reciente es el supuesto «ataque» o conspiración en el Internado Judicial Rodeo I, donde están encarcelados varios militares emblemáticos considerados símbolos de resistencia. Este falso positivo busca culpar a la oposición, incluyendo a líderes democráticos como Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, mientras crea una excusa para justificar represión interna.

El falso positivo como herramienta de control

El supuesto operativo «antiterrorista» en el Rodeo I sería una maniobra del régimen para proyectar control frente a la opinión pública, mientras enfrenta un deterioro de su apoyo externo y crecientes presiones internas. Con esta estrategia, Maduro podría declarar un estado de emergencia, justificar medidas represivas y, potencialmente, atacar a los rehenes protegidos en la Embajada de Argentina.

Por qué Putin insiste en aparentar fuerza

En el juego de las percepciones, la imagen importa tanto como la realidad. Admitir una derrota en Ucrania o mostrar debilidad interna significaría para Putin no solo perder su posición global, sino también su control doméstico. Por eso, Rusia sigue apostando fuerte en el tablero internacional, aunque el costo sea insostenible.

No obstante, las amenazas rusas, como el uso de armas nucleares, no son una demostración de fortaleza, sino un reconocimiento implícito de su fragilidad. Si Rusia estuviera ganando, no necesitaría recurrir a tales medidas.

Cómo debe responder Occidente

El Occidente también juega en este tablero global y enfrenta decisiones clave: ¿mantener la presión o buscar un acuerdo rápido? La respuesta está en entender que la debilidad de Rusia y de sus aliados puede ser explotada para lograr desenlaces favorables sin caer en concesiones innecesarias. Esto implica:

1 Incrementar la presión económica: Las sanciones han debilitado significativamente la capacidad de Rusia para financiar su guerra. Intensificarlas podría acelerar su deterioro interno.

2 Apoyar a Ucrania con firmeza: El apoyo militar y financiero continuo es esencial para evitar que Rusia obtenga cualquier tipo de ventaja territorial o política.

3 Evitar concesiones precipitadas: Permitir a Rusia «salvar la cara» podría interpretarse como una señal de debilidad para otros adversarios potenciales, como China.

En el caso de Venezuela, evitar la concreción del falso positivo requiere:

1 Denunciar las irregularidades en el Rodeo I: Visibilizar el uso de estas estrategias como herramientas de represión.

2 Movilizar a la comunidad internacional: Alertar sobre posibles violaciones de derechos humanos y buscar apoyo diplomático.

3 Evitar provocaciones: Responder con cautela para no brindar al régimen excusas para intensificar la represión.

El futuro del equilibrio global

El equilibrio global no se define solo por las acciones de un actor, sino por las estrategias colectivas y las percepciones que estas generan. Putin puede seguir apostando a la imagen de potencia global, pero las cartas sobre la mesa sugieren que su poder está mermando rápidamente. Occidente debe capitalizar esta vulnerabilidad para reconfigurar el balance de fuerzas, manteniendo una postura firme y coordinada.

El mensaje es claro: Rusia no es tan fuerte como parece, y entender esto es clave para responder con estrategias que aseguren un futuro más estable y seguro. Al mismo tiempo, la tiranía de Maduro también enfrenta un «efecto dominó» derivado de esta debilidad. Su aparente fortaleza oculta un punto de quiebre y maniobras desesperadas como el falso positivo podrían ser su última carta para aferrarse al poder.

Por Antonio de la Cruz

«Nunca cedas, nunca cedas, nunca, nunca, nunca, nunca, en nada, sea grande o pequeño, grande o insignificante, nunca cedas, excepto por convicciones de honor y sentido común».
Winston Churcill

El 10 de enero de 2025 no es solo una fecha en el calendario político venezolano. Representa un punto de inflexión para un pueblo que ha demostrado resiliencia, coraje e inteligencia en su lucha por la democracia. Más allá de ser un evento constitucional, esta fecha simboliza el triunfo del poder ciudadano el 28J y el desafío de traducir ese logro en un cambio real. Sin embargo, para lograrlo, la narrativa que guía las fuerzas del cambio debe ser clara, contundente y proactiva. En este sentido, las estructuras semióticas de Greimas nos ofrecen una herramienta esencial para entender cómo construir y activar esta narrativa.

La confrontación como un relato épico

En cualquier historia épica, los héroes enfrentan no solo fuerzas externas, sino también conflictos internos que amenazan con socavar su misión. En el caso de Venezuela, el héroe colectivo es el pueblo, liderado por figuras como María Corina Machado, que actúa como un «adyuvante» clave en esta narrativa. El objeto de deseo no es otro que cobrar el triunfo electoral del 28J, un destino que se percibe alcanzable, pero que requiere superar tanto la represión del régimen como el derrotismo interno.

El modelo de análisis estructural nos recuerda que cada construcción narrativa posiciona conceptos opuestos y complementarios. En este caso, el éxito se opone al fracaso, pero entre ambos se encuentran la acción y la pasividad. Mientras que el régimen de Maduro intenta imponer una narrativa de inevitabilidad y parálisis, las fuerzas democráticas impulsan un relato en el que la acción (resistencia) es no solo posible, sino también inevitable.

Superar el derrotismo opositor

Uno de los mayores obstáculos no es el régimen, sino el derrotismo predeterminado que ha permeado a lo largo de años de represión y desinformación. Como ha señalado María Corina Machado, esta actitud de anticipación al fracaso –»no habrá primarias», «no dejarán inscribir candidatos», «no podremos cobrar la victoria»– actúa como un enemigo interno que desmoviliza y desmoraliza. Es hora de transformar esta narrativa desde la raíz.

Las fuerzas democráticas han recorrido un camino que refuerza el optimismo y la confianza en la acción colectiva. Aquí, el relato desempeña un papel crucial: el entusiasmo por lo que se logró desde las primarias hasta el 28J debe ser posicionado como la alternativa natural al derrotismo que el régimen totalitario quiere infundir. Cada paso hacia la toma de posesión de Edmundo González Urrutia como presidente no solo debe percibirse como un imperativo necesario, sino también como una acción moralmente justa y estratégicamente acertada.

Construir un contrato narrativo

El pueblo venezolano y los grupos de oposición tienen un «contrato narrativo» -acuerdo o pacto implícito que se establece entre los actores- implícito: la confianza en que los líderes y los ciudadanos garantizarán que la victoria electoral del 28 de julio se traduzca en el cumplimiento del mandato que emanó del pueblo. Este contrato no puede ser traicionado por las partes. La narrativa debe reforzar que cada uno es un actante clave en esta historia, que su acción, por pequeña que parezca, es esencial para construir un desenlace exitoso.

El 10 de enero no es un punto final, sino un momento clave en un proceso continuo. Cada día hasta esa fecha –y cada día después si no se concretara la juramentación– debe ser visto como una oportunidad para avanzar en la defensa de la soberanía popular. Aquí radica el poder de la narrativa: transformar una fecha en un símbolo de acción y continuidad.

Prepararse para el conflicto

El relato también debe reconocer el antagonismo inevitable. Como bien señala María Corina, Maduro no entregará el poder fácilmente. Pero esto no debe ser motivo de parálisis, sino un incentivo para fortalecer la estrategia. El análisis de los símbolos nos recuerdan que los valores se construyen dentro de la narrativa: la resistencia del régimen, lejos de ser un obstáculo insuperable, puede ser presentada como un indicador de que su tiempo se agota y de que la acción colectiva está teniendo impacto.

Un llamado a la acción

El estudio de significados deja claro que la lucha venezolana es tanto narrativa como política. Para ganar, el pueblo y la oposición deben alinear sus valores, motivaciones y estrategias en torno a una narrativa de esperanza, acción y resiliencia. No podemos permitir que el derrotismo sea el protagonista de esta historia.

El 10 de enero está más cerca de lo que parece, pero su importancia no radica únicamente en la fecha misma. Hoy, mañana y cada día que sigue es una oportunidad para actuar, para demostrar que la fuerza moral, la legitimidad, la resiliencia y la audacia de un pueblo organizado son más fuertes que cualquier tiranía.

En este relato, el destino aún no está escrito, pero la historia nos ha enseñado que la acción colectiva y una narrativa clara pueden transformar el curso de los acontecimientos. Si todos asumimos nuestro papel en esta épica, Venezuela va a avanzar hacia el futuro que merece: un país de libertad y democracia.

Por Antonio de la Cruz

En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
le doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable. (…)
Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino,
ni cuántos castigos lleve a mi espalda:
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma”.
Invictus, William Ernest Henley

En Venezuela, los presos políticos no son solo víctimas de un terrorismo de Estado; son piezas clave de un juego estratégico cuidadosamente diseñado por el régimen de Nicolás Maduro. Desde el incremento masivo de detenciones arbitrarias hasta la liberación calculada de algunos pocos, la dinámica no es espontánea ni improvisada. Es un tablero donde el régimen utiliza el sufrimiento humano como un comodín para distraer, negociar y perpetuar su poder.

Sin embargo, esta confrontación, por más brutal y cínica que parezca, no es unidireccional. El bloque opositor y la comunidad internacional desempeñan un papel crucial, aunque a menudo subestimado, en la construcción de una contranarrativa y en la acción coordinada. Al incorporar herramientas de análisis estratégico, es posible comprender mejor esta dinámica y explorar cómo las fuerzas democráticas pueden emplear estos enfoques para inclinar la balanza a favor de la justicia y el Estado de derecho.

Tablero estratégico de Maduro

La administración de Maduro opera una represión reiterada con dos objetivos centrales: mantener el control político y minimizar los costos externos (sanciones, aislamiento internacional, protestas internas). Cada acción, desde la detención de ciudadanos inocentes hasta la liberación de algunos rehenes (presos políticos), responde a sus planes.

El régimen, al liberar a unos pocos detenidos después de las muertes de Jesús Manuel Martínez Medina (testigo de mesa), conocido como «Manolín» y el activista Edwin Santos no busca justicia ni reconciliación. La liberación es una táctica de distracción. Maduro y Cía. piensan que este gesto disminuirá la presión pública y atenuará las críticas internacionales. No se trata de un cambio de narrativa, sino de una manipulación deliberada de las percepciones y expectativas de quienes los desafían.

Sin embargo, este cálculo no elimina las contradicciones de quienes controlan el poder.
Mientras liberan a 10% de los rehenes, mantienen a más de 1.600 inocentes detenidos de forma arbitraria. Este movimiento ilustra una puerta giratoria, en el que las liberaciones son una pantalla simbólica que oculta la perpetuación de la represión. El régimen de Maduro no negocia desde la debilidad, sino desde un control cuidadosamente calibrado de las narrativas nacionales e internacionales.

La respuesta opositora y el conflicto narrativo

La oposición, tanto en Venezuela como en el exterior, enfrenta un dilema estratégico. Si bien ha logrado visibilizar el abuso sistemático de los derechos humanos, su capacidad de alterar el equilibrio de poder es limitada por factores como la asimetría del poder y la falta de recursos sostenidos para presionar al régimen.

Desde la perspectiva de los significados, Maduro presenta las liberaciones de presos como «gestos de humanidad» que buscan sostener una narrativa aparente de justicia. Para el bloque opositor, estos hechos son un símbolo del sufrimiento humano, terrorismo de Estado y evidencian una profunda degradación institucional. La verdadera disputa radica en quién logra controlar la percepción pública.

El modelo del cuadrado de oposiciones nos permite desglosar estas tensiones:

Libertad vs Control: Mientras los presos políticos buscan su liberación, el régimen utiliza su cautiverio como una herramienta de amenaza y negociación.
Justicia vs Represión: La oposición exige justicia, pero enfrenta una represión sistemática que convierte la esperanza en un recurso político escaso.

Las fuerzas democráticas deben entender que la narrativa no es secundaria; es el campo de batalla.

El caso de Manolín y Santos, que murieron por negligencia médica bajo custodia y por la violencia del régimen, respectivamente, tienen un poder simbólico que trasciende las cifras. Representan no sólo la tragedia de la gran mayoría de venezolanos, sino la opresión estructural de un sistema que judicializa a los disidentes.

Estrategias para cambiar el juego

Para alterar el equilibrio actual, la oposición y la comunidad internacional deben adoptar un enfoque más sofisticado y coordinado, como:

Aumentar los costos del régimen:
Las sanciones internacionales deben ampliarse, siendo específicas y dirigidas hacia individuos clave del sistema represivo. Esto aumenta los costos del régimen al mismo tiempo que refuerza la narrativa de que la comunidad internacional no es cómplice.

Ampliar la narrativa de los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad:
Cada caso individual, como el de Manolín, debe ser convertido en un símbolo de la lucha por la libertad. Estos casos tienen el potencial de movilizar no solo a los venezolanos, sino también a la diáspora y la opinión pública internacional.

Crear expectativas estratégicas:
Las fuerzas democráticas pueden influir en las decisiones del régimen al generar expectativas creíbles de que las represalias y la justicia internacional serán inevitables si no se producen cambios significativos.

Construir coaliciones activas:
El presidente electo y las fuerzas democráticas deben trabajar con organizaciones no gubernamentales de derechos humanos, tanques de pensamiento, grupos internacionales y gobiernos aliados para aumentar la presión coordinada. Una narrativa común puede amplificar el impacto de las denuncias y evitar que el régimen divida las voces críticas.

Conclusión: la puerta giratoria de la tiranía

El régimen de Nicolás Maduro utiliza a los presos políticos como piezas en un tablero de poder, pero en esta lucha no es invulnerable. Cada movimiento de la tiranía revela sus prioridades y temores, proporcionando oportunidades para desafiarlos en sus propios términos.

La clave está en cambiar las reglas de la confrontación. La comunidad internacional tiene la capacidad de cambiar el rumbo de los acontecimientos, pero requiere unidad de propósito y acción, y una estrategia basada en principios y lecciones aprendidas versus intereses y dilación.

Esto implica no solo denunciar, sino también actuar con precisión estratégica y controlar la narrativa. Solo así se podrá transformar el sufrimiento de todo el pueblo -no solo los presos políticos- en una fuerza que exponga las debilidades de quienes usurpan el poder y acerque a Venezuela a un futuro de justicia y libertad.

Por Antonio de la Cruz

En el dinámico escenario geopolítico entre Estados Unidos y Venezuela, la victoria de Donald Trump podría significar un cambio radical en la política exterior estadounidense hacia el régimen de Nicolás Maduro. Con el reconocimiento internacional de Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela y la tensión que ha surgido en la interacción con figuras influyentes como Elon Musk, la relación entre Trump y Maduro puede analizarse desde la modelación de conflictos, basados en las estrategias y los  posibles resultados.

La teoría de la decisión interactiva, usada para estudiar decisiones estratégicas en escenarios de conflicto o cooperación, proporciona un marco claro para entender las opciones del nuevo inquilino de la Casa Blanca  y el ocupante de Miraflores. En esta partida de ajedrez diplomático, cada movimiento responde no solo a sus propios intereses, sino a las acciones y reacciones de aliados, enemigos y de la comunidad internacional. De acuerdo con esta óptica, se identifican varios puntos fundamentales que podrían definir el futuro de Venezuela y de las relaciones entre ambas naciones.

La mascarada de formas: poder vs resistencia

Trump encarna el rol del «héroe pragmático», comprometido con proteger la seguridad nacional de Estados Unidos y reforzar su imagen de líder fuerte y decidido. Su reelección -cuatro años después- está cargada de simbolismo para su base de votantes, quienes ven en él una figura que, sin miedo al conflicto, se enfrenta a cualquier régimen que amenace la paz  estadounidense. Su promesa de mantener a Estados Unidos seguro y a la región en calma exige confrontar al régimen de Maduro, quien, por su parte, también ha construido una narrativa que exalta la resistencia.

Maduro, en respuesta, intenta apropiarse de la retórica de Trump con el lema «Hacer Grande a Venezuela«, buscando proyectar una imagen de apertura y conciliación con el nuevo gobierno estadounidense. Sin embargo, sus alianzas estratégicas con el régimen de los ayatolás y su retórica antiimperialista sugieren que, en realidad, persiste una postura de resistencia. Maduro quiere presentarse como un líder dispuesto a la cooperación, pero su discurso es tan pragmático como lo es el de Trump: en el fondo, su prioridad es la preservación de su régimen frente al poder absoluto el poder absoluto que los republicanos obtuvieron el 5 de noviembre.

Reconocimiento de Edmundo González Urrutia: una estrategia de suma cero

La victoria de González Urrutia en las elecciones venezolanas del 28 de julio marcó un hito en la política venezolana, al abrir un nuevo frente de legitimidad de origen contra el régimen de Maduro. Esto puede entenderse como un escenario de suma cero, donde cualquier ganancia en legitimidad para González Urrutia representa una pérdida directa para Maduro. Trump, al reconocer al diplomático como presidente electo, incrementa las probabilidades de socavar la estabilidad de la dictadura. Desde la perspectiva de Maduro, su respuesta óptima sería fortalecer sus alianzas internacionales, especialmente con actores que puedan contrarrestar la influencia del magnate en la región. Sin embargo, si Estados Unidos logra consolidar un consenso global, multilateral, en torno a la presidencia de González Urrutia, Maduro podría verse forzado a aceptar una negociación para una transición democrática. 

Alianza Maduro-Irán: suma negativa

La estrecha relación entre Maduro con el régimen de los ayatolás se convierte en un factor de riesgo, tanto para Estados Unidos como para la estabilidad regional. Este es un escenario de suma negativa, donde el conflicto podría tener un costo alto para la dictadura bolivariana. Trump podría reimponer la política de máxima presión y coordinar una estrategia regional para aislar aún más al régimen venezolano, mientras que el jefe del PSUV podría usar su relación con Irán como herramienta de negociación. Sin embargo, una escalada en esta tensión solo aumentaría los costos de Maduro en el poder y profundizaría el aislamiento de Venezuela, alejando cualquier posibilidad de una salida democrática y estable para el país.

Conflicto personal con Elon Musk: señalización y disuasión

En un giro inesperado, la disputa entre Maduro y Elon Musk escaló a tal punto de que puede influir en las decisiones diplomáticas de la nueva administracion estadounidense, convirtiéndose en una trama de señalización, donde cada declaración pública envía un mensaje a los otros actores. 

En la figura de Elon Musk, Trump tiene un asesor influyente con poder sobre la narrativa pública y el apoyo a sus decisiones estratégicas, lo cual fortalece la confrontación y ofrece al próximo presidente de Estados Unidos una ventaja para mantener presión sobre Maduro, intensificando su narrativa de amenaza y deslegitimación. 

La amistad de Trump con Putin: negociación cooperativa

La relación entre Donald Trump y Vladimir Putin podría abrir una oportunidad inesperada para una solución negociada en Ucrania y Venezuela. Si ambos líderes logran alinear sus intereses, podría producirse un acuerdo que incluya: territorios ucranianos ocupados por fuerzas rusas y la salida de Maduro de Miraflores, especialmente en un contexto donde Estados Unidos enfrenta una crisis migratoria exacerbada. Esta relación se presenta como una partida de negociación cooperativa, en el que Trump y Putin podrían llegar a un acuerdo mutuamente beneficioso que facilite una transición en Venezuela. Esto pondría a Maduro en una posición de vulnerabilidad, limitando sus opciones y forzándolo a aceptar términos que probablemente no serían los más favorables para él.

Conclusión: la estrategia de Maduro en el escenario geopolítico

Desde la perspectiva de la modelización de conflictos, la reelección de Trump en el escenario geopolítico sitúa a Maduro en una posición de desventaja estratégica.

Factores como el reconocimiento de González Urrutia, la alianza con Irán, el enfrentamiento con Elon Musk y la relación entre Trump y Putin sugieren un cambio en la balanza de poder que amenaza al régimen de Maduro. Para el heredero de Chávez, la única respuesta sostenible a largo plazo sería negociar, reconociendo que la democracia representa la voluntad del pueblo y debe ser respetada, evitando así un conflicto directo que podría acarrear mayores pérdidas si se juramenta ante su Asamblea Nacional el 10 de enero de 2025.

Si Maduro sigue enfrentando cada desafío con una estrategia de confrontación, el equilibrio de poder en el escenario de la política internacional lo podría dejar sin aliados esenciales y con un margen de maniobra muy reducido. En este contexto, y según los principios del análisis estratégico, su táctica óptima sería intentar un acuerdo con las fuerzas democráticas que garantice su salida de la forma menos costosa posible, preservando su futuro político o, al menos, evitando un desenlace fatal. En el gran tablero geopolítico, Trump 2.0 plantea a Maduro una última apuesta: negociar o perder. 

Por Antonio de la Cruz

«El poder y la violencia son opuestos; donde uno gobierna absolutamente, el otro está ausente. La violencia aparece cuando el poder está en peligro, pero si se deja seguir su curso, termina por hacer desaparecer el poder».

Hannah Arendt

La derrota electoral de Nicolás Maduro en las elecciones del 28 de julio de 2024 marca un punto de inflexión en la dinámica política venezolana. Lo que pudo haber sido un escenario propicio para una transición hacia una democracia, se ha convertido en una crisis de legitimidad de origen para el régimen de Maduro. Al analizar la situación, resulta evidente que la estructura criminal que ocupa el Palacio de Miraflores se encuentra en modo de supervivencia, obligando a sus miembros a adoptar decisiones estratégicas de alto riesgo que, aunque buscan prolongar su mandato a corto plazo, siembran las semillas de su propia caída.

El dilema del poder fragmentado

El primer movimiento clave en esta lucha es el reconocimiento tácito del fracaso electoral. Para Maduro y sus aliados no solo se trató de una derrota en las urnas, sino también de un fracaso en la gestión de la narrativa poselectoral. Incapaces de ocultar los verdaderos resultados, expuestos tanto por el Comando con Venezuela como por el Centro Carter, el régimen ha generado un escenario de incertidumbre informativa, tanto para las fuerzas democráticas como para los propios seguidores de Maduro.

Actores externos como la comunidad internacional e internos como las facciones dentro de la estructura del poder perciben la vulnerabilidad del régimen, lo que genera incentivos para desafiarlo. No obstante, la respuesta de Maduro ha sido cerrar filas, rodeándose de incondicionales y realizando cambios en la cúpula del poder. Y a todos  envía el mensaje de que cualquier disidencia será castigada.

Se observa aquí un clásico juego de poder dentro del régimen, donde la influencia es una suma cero: a medida que un grupo gana poder (como el liderado por Alex Saab), otro lo pierde (como el de Delcy Rodríguez). Estas dinámicas internas generan equilibrios inestables, pues cada facción dentro del chavismo calcula sus movimientos con base en la capacidad de Maduro para mantenerse en el poder. Aunque la guerra de facciones debilita al régimen, también obliga a cada actor a alinearse con la dirección actual para evitar ser purgado.

Alineación forzada: la estrategia de coordinación del madurismo

La decisión de Maduro de eliminar cualquier espacio para las facciones internas, exigiendo una alineación total con su figura, es una jugada que asegura su control a corto plazo, pero plantea riesgos a futuro. La estrategia de coordinación que ha impuesto se basa en una premisa sencilla: “O estás conmigo o estás contra mí”. Este intento de resolver el problema de la fragmentación dentro del PSUV obliga a todos los actores a cooperar bajo una misma estrategia para evitar represalias. Sin embargo, esta cooperación forzada genera desconfianza interna y lleva a muchos a adoptar estrategias mixtas, apoyando a Maduro en apariencia mientras buscan alternativas en las sombras.

Este tipo de purga interna genera un ambiente de información imperfecta, en el que los actores no tienen conocimiento de todas las decisiones, lo que les hace no confiar en sus colegas. La ambigüedad creciente en el conflicto político podría prolongar temporalmente el control de Maduro; pero, a corto plazo, socava la unidad del régimen y alimenta el descontento popular.

La reorganización del aparato represivo: una lucha de suma negativa 

El siguiente paso del régimen fue intensificar el uso del aparato represivo como método de dominación. Decisión a la que se suma la sustitución de los directores de los organismos de inteligencia civil (Sebin) y militar (DGCIM). En este contexto, la administración de Maduro emplea una estrategia de suma negativa, donde el uso intensivo de la fuerza reduce el bienestar colectivo y aumenta el costo de la represión, tanto para el régimen como para la población. La detención de miles de ciudadanos, incluidos menores de edad, bajo acusaciones de terrorismo y sin garantías procesales, ha exacerbado las divisiones sociales y provocado una reacción mundial más contundente, que se anexan a los casos de crímenes de lesa humanidad que están siendo estudiados en la Corte Penal Internacional. 

Para los actores internos en el aparato represivo, este es el dilema del prisionero. Si cooperan con las purgas de Maduro, pueden evitar la detención a corto plazo, pero contribuyen a la erosión de la estabilidad a mediano plazo. Si no cooperan, se arriesgan a ser purgados ellos mismos. Este dilema crea un equilibrio inestable dentro de las instituciones de seguridad, lo que pone en riesgo la capacidad del régimen de continuar utilizando la represión como herramienta de control. generando el efecto contrario: la deslealtad interna.

Diosdado Cabello y la estrategia de coalición

La entrada de Diosdado Cabello como ministro de Interior, Justicia y Paz, consolidando su control sobre los cuerpos de seguridad, refleja un juego de coaliciones dentro del chavismo. En términos de teoría de juegos, Maduro y Cabello son jugadores que han decidido cooperar para maximizar sus posibilidades de supervivencia. Sin embargo, esta cooperación se basa en un frágil equilibrio, donde cualquier traición por parte de Cabello podría desestabilizar el régimen.

Cabello, al consolidar su posición en el gobierno, ha adoptado una estrategia de amenazas contra cualquier posible disidente, tanto dentro como fuera del chavismo. Este tipo de estrategia asegura la estabilidad de la coalición a corto plazo, pero las tensiones internas persisten, lo que podría llevar a una crisis si las circunstancias cambian.

Un régimen basado en la fuerza: la lucha asimétrica

Maduro y sus aliados han dejado de lado cualquier pretensión de hegemonía social, adoptando un enfoque basado exclusivamente en el uso de la fuerza. Esta es una estrategia asimétrica en la que el régimen cuenta con los recursos coercitivos del Estado, mientras que la oposición y la sociedad civil dependen de la lucha no violenta y de la presión internacional para desafiar al régimen. Esta asimetría podría prolongar el mandato de Maduro, pero también incrementa el riesgo de una crisis de legitimidad irreversible.

La falta de legitimidad de origen y el uso excesivo de medidas coercitivas debilitan la estructura del régimen. Ante este panorama, el gobierno busca normalizar la situación mediante una estrategia de desgaste, esperando que el descontento del ciudadano se disipe mientras reprimen cualquier manifestación. No obstante, la experiencia histórica demuestra que los sistemas políticos sustentados meramente en la fuerza tienden a desmoronarse cuando su capacidad represiva se ve mermada y las alianzas que los respaldan comienzan a fragmentarse.

Conclusión: una lucha de final abierto

El chavismo, bajo el liderazgo de Nicolás Maduro, está inmerso en una lucha por la supervivencia caracterizada por tensiones internas, disputas por el poder y una represión intensificada. Comprender cómo estas dinámicas están moldeando las decisiones de los actores clave, y cómo la falta de legitimidad y la dependencia de la fuerza crean un equilibrio inestable, es esencial para prever el desenlace de esta crisis.

El régimen ha logrado mantener el control por el momento, pero la gestión de las expectativas entre la oposición, la comunidad internacional y los grupos disidentes dentro del PSUV indica que este equilibrio inestable no perdurará. El futuro del régimen está en juego, y solo el costo de seguir en el poder determinará si continuará apostando por la represión o si buscará una salida negociada a esta crisis fundamental.

Es el momento para que los militares y colaboradores de Maduro escojan su jugada final. Apostar por la soberanía popular y facilitar una transición política no solo es la opción más legítima, sino también la más estratégica para garantizar su propio futuro. De lo contrario, corren el riesgo de quedar atrapados en un país donde las reglas ya no los favorecen.

El tiempo está corriendo.

Por Antonio de la Cruz

“Las fakes news se propagan más fácilmente cuando las personas que defienden la verdad son judicializadas [llamándolas terroristas] o cuando son reprimidas”.

Anne Applebaum 

La historia reciente de Venezuela nos ha presentado un escenario crítico en el que los valores democráticos y los derechos humanos han sido sistemáticamente erosionados. Sin embargo, la lucha por la libertad sigue vigente, liderada por María Corina Machado, símbolo de resistencia y valentía, quien ha logrado lo que muchos consideraban imposible: movilizar al pueblo venezolano para desafiar abiertamente al régimen autoritario de Nicolás Maduro. Hoy, en un contexto global en el que la democracia enfrenta amenazas desde varios frentes, resulta indispensable analizar este proceso bajo un marco que permita comprender su relevancia y potencial transformador.

Para ello usaremos la Ventana de Overton. Este modelo permite entender cómo las ideas políticas se desplazan entre lo impensable y lo políticamente aceptable. En el caso venezolano, lo que antes fue considerado una quimera –el fin del régimen de Maduro a través de elecciones– pasó a ser un escenario realista y cada vez más aceptado, no solo en Venezuela, sino en la comunidad internacional. Este cambio, sin embargo, no es automático. Es el resultado de un proceso en el cual actores clave, como María Corina Machado, Edmundo González Urrutia y el propio pueblo venezolano, han transformado la narrativa, moviendo los parámetros del consenso social hacia una nueva normalidad democrática.

El punto de partida: lo impensable

Hace apenas unos años, la idea de que la oposición venezolana pudiera organizarse de manera efectiva y desafiar al régimen de Maduro parecía imposible. El escepticismo no solo reinaba entre los propios venezolanos, sino también entre la comunidad internacional. En Europa y América Latina, la narrativa dominante era que el régimen de Maduro se mantendría indefinidamente en el poder, sostenido por la represión interna y la fragmentación de la oposición.

En este contexto, el coraje de figuras como María Corina fue decisivo para cambiar la percepción pública. Su capacidad para movilizar a las fuerzas democráticas y mantener una postura firme frente a la represión permitió que la idea de una alternativa democrática dejara de ser una fantasía y comenzara a ser vista como un proyecto viable.

De lo radical a lo aceptable: la resistencia latente

El proceso de extender la frontera de lo políticamente viable no se detiene en cambiar percepciones, sino en transformar lo que era radical en algo aceptable. A medida que las fuerzas democráticas comenzaron a consolidarse y el régimen de Maduro mostró sus debilidades, el discurso que plantea un cambio político en Venezuela pasó de lo radical a lo plausible. El propio pueblo venezolano demostró su valentía al acudir masivamente a las urnas, desafiando la maquinaria del régimen. Este acto, profundamente democrático, fue un golpe directo al corazón del madurismo, que subestimó la voluntad de los ciudadanos.

La narrativa del escepticismo ha sido reemplazada por una nueva realidad: el pueblo venezolano ha demostrado estar listo para el cambio. Esta idea ha ganado fuerza y hoy muchos, en Europa y América Latina, ven con claridad que el cambio es posible. El régimen de Maduro, lejos de consolidarse, ha intensificado la represión, lo cual es un síntoma de su fragilidad y desesperación.

Lo sensato y popular: el llamado a la solidaridad internacional

A medida que se desplazan los márgenes de lo admisible, el apoyo a la democracia en Venezuela no solo se ha vuelto aceptable, sino también sensato y popular. La narrativa ya no se centra únicamente en que los problemas internos de Venezuela son un asunto ajeno, que se puede resolver de manera local, sino que apela a la solidaridad internacional, particularmente desde Europa y Estados Unidos. Aquí, el discurso político ha pasado a incluir comparaciones con el apoyo a Ucrania ante la invasión de Putin, cuestionando cómo es posible que Occidente defienda con firmeza la soberanía de un país frente a la agresión externa, pero mantenga una posición tibia respecto al pueblo venezolano que lucha por los valores occidentales dentro de sus propias fronteras.

El Partido Popular de España ha sido recientemente claro en este aspecto, al destacar que la mayoría del pueblo español apoya firmemente a los demócratas en Venezuela. Sin embargo, el desafío no es solo retórico. Es imperativo que los gobiernos europeos y latinoamericanos reconozcan formalmente la victoria de la oposición y actúen en consecuencia. De lo contrario, corren el riesgo de quedar atrapados en una narrativa tibia y equidistante que ha permitido que el régimen de Chávez-Maduro se mantenga en el poder durante más de dos décadas.

Lo político: la denuncia de Maduro y el camino hacia la justicia

El siguiente paso en este proceso es la acción política concreta y coordinada con las fuerzas democráticas. No basta con reconocer la legitimidad de la oposición venezolana, es necesario actuar para defenderla. Aquí, el llamado es claro: la comunidad internacional debe llevar a Nicolás Maduro ante la Corte Penal Internacional por sus crímenes contra la humanidad. Esta medida, que antes se consideraba radical, se mueve dentro del espectro de ideas tolerables y es vista no solo como aceptable, sino como una política necesaria e inevitable.

En este sentido, la denuncia en contra de Maduro no es solo una cuestión de justicia, sino una estrategia para acelerar la transición democrática en Venezuela. Al intensificar la presión internacional, los gobiernos democráticos pueden debilitar aún más al régimen y ofrecer una salida al pueblo venezolano que ya ha demostrado su disposición a luchar por la libertad.

Conclusión: el futuro de la democracia en Venezuela

El desplazamiento de los márgenes de lo admisible en Venezuela es un ejemplo claro de cómo las ideas políticas pueden transformarse a lo largo del tiempo, pasando de lo impensable a lo políticamente factible. El liderazgo de María Corina Machado, Edmundo González Urrutia y la determinación del pueblo venezolano han sido fundamentales para este proceso. Hoy, la posibilidad de una Venezuela democrática está más cerca que nunca.

Sin embargo, esta transformación no puede ocurrir en el vacío. La comunidad internacional, y en particular Estados Unidos, Argentina, la ONU, la OEA, la Unión Europea y en particular España, tienen un papel crucial en este proceso. El reconocimiento del triunfo de la soberanía popular, el apoyo a la denuncia de Maduro ante la Corte Penal Internacional y el fortalecimiento de la presión diplomática son pasos esenciales para consolidar el cambio en Venezuela.

La historia ha demostrado que la libertad y la democracia nunca se entregan de manera gratuita. En Venezuela, el pueblo ha pagado un alto precio en su lucha por estos ideales. Ahora, corresponde a la comunidad internacional estar a la altura de las circunstancias y apoyar activamente la transición hacia un futuro democrático.

Por Antonio de la Cruz

«Los criterios ESG se han convertido en el principal instrumento para medir la sostenibilidad real en el ámbito de las organizaciones empresariales y sus grupos de interés”.
CaixaBank

La presencia de Chevron en Venezuela ha generado una serie de dinámicas que afectan no solo los intereses económicos de la multinacional estadounidense, sino también la política exterior de la administración Biden-Harris y la estabilidad del régimen de Nicolás Maduro. Este escenario plantea un entramado complejo en el que actores con intereses divergentes buscan maximizar sus beneficios mientras mitigan sus riesgos. Las implicaciones de estas interacciones incluyen la permanencia en el poder de quien ha sido acusado de narcoterrorismo y corrupción por parte del gobierno de Estados Unidos, así como la defensa de los derechos humanos y la democracia, junto con los desafíos en torno a la responsabilidad corporativa y la transparencia.

Chevron es actualmente la única petrolera estadounidense que mantiene operaciones significativas en Venezuela, a través de cuatro empresas mixtas en las que tiene participaciones minoritarias junto con Pdvsa: Petropiar, Petroindependencia, Petroindependiente y Petroboscán. Su rol en el país la posiciona en el epicentro de un conflicto de intereses que involucra tanto consideraciones económicas como políticas.

La política de «máxima presión»

La legitimidad de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela se vio gravemente cuestionada tras las elecciones presidenciales de 2018. Su toma de posesión el 10 de enero de 2019 fue rechazada por más de 50 países, entre ellos Estados Unidos, además de organizaciones internacionales como la OEA y el Grupo de Lima, a excepción de México. En respuesta, la administración Trump (2016-2020) adoptó una estrategia de “máxima presión” para debilitar al régimen, imponiendo sanciones económicas mediante la Orden Ejecutiva 13884. Esta orden prohibía a ciudadanos y empresas estadounidenses cualquier tipo de interacción con el gobierno de Maduro.

No obstante, Chevron recibió una licencia especial que le ha permitió continuar operando en Venezuela, aunque con limitaciones. En abril de 2020, el Departamento del Tesoro renovó dicha licencia con una restricción de las actividades a lo esencial para mantener operaciones mínimas, lo cual redujo su producción diaria a 60.000 barriles.

Flexibilización pragmática

Con la llegada de Biden a la presidencia, la política de «máxima presión» se recalibró en busca de un enfoque más pragmático. El gobierno de Estados Unidos optó por flexibilizar algunas sanciones con la esperanza de fomentar una solución negociada a la crisis venezolana. En este contexto, Chevron recibió en octubre de 2022 la Licencia General 41 (LG41), que le ha permitido aumentar la producción de crudo, perforar nuevos pozos y exportar petróleo venezolano.

Este nuevo marco no está regido por la Ley Orgánica de Hidrocarburos de 2006, sino por la «ley antibloqueo» aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente de Maduro en 2020, la cual es considerada ilegítima por la administración estadounidense. Así, mientras el gobierno Biden-Harris estableció en la licencia impedir que el régimen de Maduro obtuviera ingresos de las ventas de petróleo de Chevron a las refinerías del Golfo (PADD3); en la práctica, estos ingresos siguen entrando al país mediante el pago de impuestos, regalías y otros conceptos.

El incremento en la producción y exportación de petróleo genera divisas cruciales para el régimen, lo que a su vez le permite mantener el control social y político, además de la represión interna. El más reciente informe de la ONU ha señalado que en Venezuela se vive una represión «sin precedentes».

El dilema de la transparencia

El contexto actual puede analizarse a través de la teoría de juegos. Chevron y Pdvsa se encuentran en un equilibrio subóptimo en el que ambos actores maximizan sus beneficios a corto plazo. Chevron mantiene una operación rentable y evita sanciones más severas, mientras que el régimen de Maduro asegura ingresos necesarios para mantenerse en el poder. Esta situación se asemeja a un dilema del prisionero, donde ambas partes prefieren colaborar en la opacidad, aun cuando esto conlleva altos costos reputacionales a largo plazo.

Para Chevron, los beneficios financieros son evidentes. Durante los primeros siete meses de 2024, las ventas de crudo venezolano generaron ingresos brutos de más de 2.470 millones de dólares. Además, la empresa ha suministrado productos esenciales a Venezuela, como nafta, gasolina, y lubricantes automotrices, indispensables para mantener su producción de petróleo y una parte para el oficialismo. No obstante, esta estrategia pone en riesgo la reputación de Chevron, especialmente en un contexto global donde los inversores y accionistas exigen cada vez más el cumplimiento de los estándares ESG (ambientales, sociales y de gobernanza).

El rol de los accionistas

Un actor fundamental en esta dinámica son los accionistas de Chevron, muchos de los cuales son grandes fondos de inversión de Estados Unidos y Reino Unido. Estos inversores enfrentan su propio dilema del prisionero: presionar a Chevron para que cumpla con los estándares ESG podría reducir las ganancias a corto plazo, pero ignorar la falta de transparencia en sus operaciones en Venezuela podría tener consecuencias reputacionales y financieras a largo plazo.

La creciente presión internacional para el cumplimiento de normativas ESG, sumada al deterioro de las condiciones en Venezuela, podría obligar a Chevron a cambiar su estrategia. Si los accionistas internacionales comienzan a exigir mayor responsabilidad y transparencia, los incentivos empresariales podrían cambiar. Asimismo, si las autoridades regulatorias estadounidenses o internacionales endurecen su postura, Chevron se vería forzada a reconsiderar su papel en Venezuela.

Conclusión

La relación entre Chevron y el régimen de Maduro es un delicado equilibrio donde la opacidad es la clave. Sin embargo, este equilibrio es insostenible a largo plazo. A medida que los estándares ESG se consolidan en el mundo empresarial y los inversores demandan mayor responsabilidad, Chevron deberá decidir si sigue maximizando sus beneficios a corto plazo o si asume un rol más activo en la promoción de la transparencia y la rendición de cuentas.

Para la administración Biden-Harris, la política de flexibilización de sanciones ha demostrado tener limitaciones. Cualquier enfoque futuro hacia Venezuela debe ir más allá de las sanciones individuales. Estados Unidos necesita liderar un esfuerzo multilateral que combine sanciones más estrictas con una presión diplomática renovada para aislar al régimen de Maduro.

El fracaso en Venezuela representaría no solo una mayor tragedia humanitaria, sino también una pérdida significativa para la credibilidad de Estados Unidos en la región. Si el gobierno norteamericano no actúa con mayor firmeza, corre el riesgo de perder influencia en América Latina, dejando el campo libre para potencias como China y Rusia, que constituyen una amenaza creciente para la seguridad estadounidense.

Chevron, sus accionistas, la administración estadounidense y la comunidad internacional deben coordinar sus esfuerzos para facilitar una transición democrática en Venezuela, garantizando el respeto a la voluntad popular y dejando de financiar al régimen de Maduro. Las decisiones que se tomen hoy no solo podrían afectar los precios del combustible, sino que definirán el futuro de la democracia y los derechos humanos en América Latina y el Caribe.

Por Antonio de la Cruz

Serenidad, coraje y firmeza”.
María Corina Machado

Venezuela se encuentra en una encrucijada histórica. El pueblo ha hablado en las urnas y, a pesar de las tácticas de represión y miedo empleadas por el régimen de Nicolás Maduro, la demanda de cambio es clara e irreversible. Con más de 7 millones de votos, la ciudadanía ha dejado claro que su deseo es la democracia, la libertad y, lo más importante, la reunificación familiar en un país que ha sido devastado por el exilio forzado de millones de venezolanos. Hoy, más que nunca, la lucha por la libertad debe ser intensificada, dentro y fuera de nuestras fronteras.

El liderazgo de María Corina Machado ha sido fundamental en este proceso, al frente de un movimiento ciudadano que muchos consideraban imposible en un contexto de represión y desesperanza. Su equipo, algunos de los cuales han sido encarcelados por el régimen, ha demostrado un coraje y una dedicación incuestionables. A ellos, y a todos los venezolanos que participaron en esta gesta democrática, se les debe un reconocimiento eterno. Son los verdaderos héroes de la libertad y los nuevos conquistadores de la democracia en Venezuela.

A pesar de esta victoria, el régimen de Maduro ha intensificado sus ataques en un intento desesperado por mantener el control. Desde la acusación de «terrorismo» y «traición a la patria» contra figuras opositoras hasta la persecución judicial y el acoso diplomático, Maduro ha mostrado su verdadero rostro: el de un líder debilitado que, en lugar de escuchar, opta por sofocar el clamor popular con violencia y tácticas de guerra psicológica.

La reciente orden de arresto contra Edmundo González Urrutia, seguida por el asedio a su abogado y la presión sobre la Embajada de Argentina en Caracas, son solo algunos de los ejemplos más recientes de las acciones desesperadas del régimen. Estas medidas, lejos de demostrar fortaleza, revelan la creciente debilidad de un gobierno que sabe que ha perdido el apoyo del pueblo. A esto se suma la filtración de noticias sobre el fiscal de la Corte Penal Internacional -su cuñada fue contratada para defender a Maduro ante la CPI- y el exilio del presidente electo, acciones que buscan intimidar a la oposición y frenar el proceso de transición democrática.

En medio de este panorama, la ciudadanía debe entender que estas tácticas no son más que los últimos estertores de un régimen que se desmorona. La persecución, el miedo y la represión son herramientas que Maduro y compañía han usado con eficacia durante años, pero hoy, más que nunca, estas son percibidas por el pueblo y la comunidad internacional como lo que realmente son: actos de un gobierno que está llegando a su fin.

En un intento de aparentar control, el sucesor de Chávez ha dicho que el exilio del presidente electo se realizó para “garantizar la paz de la nación”. Sin embargo, esta afirmación es solo una cortina de humo para encubrir la verdad: el juego democrático en Venezuela no ha terminado. El régimen está debilitado y cada paso que da en su afán de mantenerse en el poder no hace más que acelerar su propia caída.

A pesar de las adversidades, la lucha por la libertad y la democracia en Venezuela continúa, tanto dentro como fuera del país. El exilio temporal del presidente electo no es una derrota, sino una estrategia para mantener viva la causa democrática en el escenario internacional. Mientras tanto, María Corina Machado y su equipo permanecen en el país, liderando la coordinación interna y fortaleciendo la resistencia ciudadana.

La lucha por la liberación de los presos políticos, la justicia y la restauración de la democracia en el país está lejos de terminar. El régimen puede intensificar su represión, pero el pueblo venezolano ha demostrado que no será silenciado. Cada día que pasa, Maduro está más débil y la esperanza de un futuro libre y democrático está más cerca.

Este es el momento de no rendirse. La transición hacia una Venezuela libre está en marcha, y todos aquellos que sueñan con un país donde la justicia y la libertad prevalezcan deben redoblar sus esfuerzos.

La estrategia implícita es la resistencia latente. Aunque no haya manifestaciones visibles en las calles, existe una rabia subterránea que puede desbordarse en cualquier momento, esperando el tiempo adecuado para actuar. Nos encontramos en una especie de juego de desgaste, donde Maduro y su régimen, sin legitimidad de origen, continúan hundiéndose, mientras Edmundo González Urrutia permanece como presidente electo, esquivando el «jaque al rey» en esta partida de ajedrez político.

El final del régimen está escrito; lo que queda ahora es asegurarnos de que el proceso de transición sea pacífico, justo y, sobre todo, inevitable.

Dios bendiga a Venezuela y a su pueblo. Juntos lo vamos a lograr.

Por Antonio de la Cruz

“La capacidad de responder con una represalia es más útil que la habilidad de resistir un ataque y que la amenaza de una represalia incierta es más eficaz que una amenaza precisa”

Thomas Schelling

En Venezuela, quienes fueron rechazados en las recientes elecciones por más de 70% de los electores mantienen el poder no solo a través de la represión o la manipulación política. En su núcleo, el régimen de Nicolás Maduro es un tablero de ajedrez donde cada participante mueve sus piezas con cautela, sabiendo que un solo error podría desencadenar un colapso total. Desde una perspectiva de teoría de juegos aplicada a escenarios de conflicto, la situación actual en el país se parece más a una guerra silenciosa, en la cual la estrategia y la anticipación son tan cruciales como la fuerza.

Nicolás Maduro: el rey en jaque

Maduro, aunque sigue siendo el presidente, se encuentra en una posición de vulnerabilidad. Su control sobre el país ha sido cuestionado tras la reciente pérdida de apoyo popular y la necesidad de ceder poder a otros actores dentro del régimen. El heredero de la corporación criminal, elegido por Chávez bajo la influencia de La Habana, en lugar de Diosdado Cabello (miembro del golpe del 4F y presidente de la Asamblea Nacional en 2012-2016) y Rafael Ramírez (el zar petrolero), se encuentra cada vez más aislado y debilitado. Ante esta situación, ha adoptado una estrategia clásica de supervivencia: repartir el poder entre los cabecillas de la banda delictiva para mantener la asociación que sostiene al Estado mafioso -la semana pasada se incautaron 7,4 toneladas de cocaína: 3 en Maiquetía y 4,4 en la frontera con Guyana-. Pero en este juego, cada concesión que hace el ocupante de Miraflores es una señal de su creciente debilidad. Ha cedido el control de la economía a los hermanos Rodríguez y ha entregado la seguridad interna a Diosdado Cabello, en un intento desesperado por comprar su permanencia en la silla presidencial.  

Sin embargo, esta jugada podría ser su caída. En teoría de juegos esto se asemeja a una partida en la que el actor principal, bajo presión, cede demasiado terreno, dejando sus piezas más valiosas expuestas. Luego del golpe de Estado a la soberanía popular, el poder de Maduro quedó fracturado, con unas fisuras que muestran su vulnerabilidad. Cada movimiento que hace debe ser calculado para evitar que sus cómplices se pongan en su contra y esa es una apuesta cada vez más difícil de manejar, que ha hecho más inestable su posición.  

Cabello: el jugador en ascenso

Diosdado Cabello emerge como un jugador ambicioso, que ansía tener el dominio del régimen. Con el reciente acceso al Ministerio del Interior y Justicia, el hombre del mazo ha asegurado una posición de ventaja que le permite controlar las fuerzas de seguridad del país. Su estrategia para eventualmente desafiar a Maduro de manera más directa es el fortalecimiento de su base de poder, mediante el control del PSUV, la Guardia Nacional Bolivariana, la Policía Nacional y el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). Ha empezado a sustituir a figuras clave dentro del ministerio por oficiales de la Guardia Nacional, estableciendo una estructura de poder que le es leal.

Sin embargo, cada movimiento de Cabello lo acerca más a un conflicto abierto con otros miembros clave, en particular con Vladimir Padrino López. Es relevante mencionar los 3.000 kg de cocaína que cruzaron la frontera con Colombia y llegaron a Maiquetía. Pasaron por las alcabalas sin ser detectados, lo que sugiere que estarían bajo la protección del Cartel de los Soles. Tanto es así, que el fiscal del régimen ha permanecido en silencio al respecto.

El de Cabello es un juego de suma cero: cada avance que hace en el control de las fuerzas de seguridad es un retroceso para Vladimir Padrino López, el ministro de Defensa que hasta ahora ha sido el patrón en la estructura militar del régimen. El teniente ha dado señales de que se está preparando para un golpe decisivo, que en su momento deje por fuera al general de los cuatro soles, pasando a retiro, y después a Maduro, si sobrevive el 10 de enero 2025. 

Vladimir Padrino López: el rey sin corona

Vladimir Padrino López, el ministro de Defensa y hombre fuerte de la FANB, ha sido un pilar de estabilidad para Maduro durante los últimos 10 años. Sin embargo, su posición se ve amenazada por el ingreso de Cabello al ministerio. El general debe decidir si continúa apoyando a Maduro o si alinea sus intereses con el nuevo ministro del Interior –quien le tiene facturas por el pase a retiro de toda su promoción (1987) en 2020, entre otras– para asegurar su futuro en un régimen que cada vez va a estar más aislado. Esta decisión es crítica, pues podría desencadenar un conflicto interno en el seno del poder militar.

En consecuencia, el ministro de la Defensa está atrapado en un dilema. En la teoría de juegos, su situación se asemeja al dilema del prisionero: si coopera con Cabello y Maduro podría mantener su posición temporalmente; pero si percibe que está siendo desplazado, podría actuar por su interés propio, tal vez buscando apoyo dentro de las fuerzas institucionales de la FANB para contrarrestar a Cabello. Esta jugada, sin embargo, podría desencadenar un conflicto interno que sería demoledor para la narcotiranía si decide, por ejemplo, presentar el sobre N° 1 de cada mesa electoral que ratificaría el triunfo de Edmundo González Urrutia.  

La comunidad internacional: una espada de Damocles 

Mientras tanto, los actores internacionales, como Estados Unidos y la Unión Europea, observan de cerca. Las sanciones económicas y la presión diplomática actúan como una espada de Damocles sobre los miembros del régimen. En este contexto, las fuerzas contra Maduro, liderada por figuras como María Corina Machado y Edmundo González Urrutia, buscan aprovechar cualquier fisura dentro del narcorégimen para aumentar la máxima presión interna y externa.

Las sanciones dirigidas a figuras clave de la organización criminal, así como a sus familias, tienen el potencial de desestabilizar aún más el ya frágil equilibrio de poder. Si alguno de estos miembros clave percibe que su futuro está en riesgo, podría decidir traicionar al resto de la banda en un intento por salvarse a sí mismo y a los suyos, lo que aceleraría el colapso del régimen.

En este juego, los actores internacionales son como jugadores externos –“no mirones de palo”- que pueden influir en el resultado, pero no controlan directamente el tablero. La teoría de juegos sugiere que la intervención externa es decisiva si llega en el momento justo, cuando las tensiones internas están en su punto más alto.

Un juego de alto riesgo con final incierto

La situación en Venezuela es un juego de guerra silenciosa, donde cada movimiento es crucial y cada jugador es consciente de los riesgos. Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, los hermanos Rodríguez y Vladimir Padrino López están atrapados en un juego de estrategia de alto riesgo, en el que la cooperación es frágil y la traición siempre es una posibilidad.

En este escenario, el futuro de Venezuela es incierto. Si bien el equilibrio actual puede mantenerse a corto plazo, la probabilidad de un colapso aumenta con cada movimiento que debilita la coalición en el poder. Las tensiones internas, combinadas con la máxima presión externa, podrían desencadenar un cambio drástico en cualquier momento.

La pregunta que queda es si estos jugadores clave serán capaces de mantener su equilibrio precario o si, como en muchas partidas de ajedrez, uno de ellos cometerá un error fatal que alterará para siempre el curso de la historia de Venezuela. En este juego de poder, la guerra silenciosa continúa y el desenlace aún está por escribirse.

Conclusión: la hora de la verdad

Venezuela se encuentra en un punto crítico, atrapada en un juego de poder donde cada movimiento puede desencadenar un desenlace catastrófico. Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Vladimir Padrino López están jugando una partida de ajedrez con el futuro de la nación en riesgo. Pero en este tablero, la cooperación es tan frágil como la confianza que los mantiene unidos. La teoría de juegos nos enseña que en situaciones de alta tensión, un solo error puede ser fatal y Venezuela está peligrosamente cerca de ese punto de quiebre.

El equilibrio precario que sostiene al régimen podría romperse en cualquier momento, dejando al país en una encrucijada histórica. Los jugadores: Maduro, Cabello, Padrino, Rodríguez, y Comunidad Internacional deben elegir con cuidado, porque el próximo movimiento podría no solo decidir su destino personal, sino también el futuro de millones de venezolanos. En este juego de poder, la hora de la verdad se acerca y el mundo observa expectante si Venezuela encontrará una salida democrática o caerá en un régimen totalitario. Dependerá de quien cometa el error. Para ganar esta guerra silenciosa, las fuerzas democráticas tendrán que mantener la serenidad y el coraje, además de tener firmeza y sabiduría.

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