Por Omar Lugo en The Objective
El régimen de Maduro se dirige a una «fusión popular, militar y policial» parecida al esperpento de los satélites de la URSS
Cualquier enciclopedia de ciencias políticas podrá recordarnos que las democracias populares fueron un fallido y doloroso experimento que dominó durante algunas décadas del sangriento siglo XX a Europa Oriental y Central, en países satélites de la hoy extinta Unión Soviética. Por allá, sus mandamases sometieron al extremo la capacidad de aguante de sus pueblos, entre penurias económicas y promesas de un futuro glorioso e iluminado.
Como un espécimen resucitado de bloques de hielo en una película de terror, un esperpento parecido a aquellos lejanos sistemas ha brotado en la Venezuela del siglo 21, en una falaz mutación del chavismo. Guardado las distancias.
En Europa y especialmente en España, algunos de la izquierda caviar y «progres» todavía se creen el cuento de que en esta república petrolera hay un ejemplo de persistencia del socialismo avanzado. También despachan esto como una confrontación entre izquierdas y derechas y le creen al chavismo eso de que se construye un sistema de justicia social. Cualquiera de esos voluntariosos militantes del equipo de José Luis Rodríguez Zapatero puede ir y darse una vuelta por este país y sacar sus propias conclusiones, si le alcanza el estómago.
Quien venga se encontrará con uniformados que dominan el paisaje en aeropuertos, avenidas, carreteras y plazas, como un ejército de ocupación dentro de su propio territorio; verá enormes pantallas electrónicas, afiches gigantes y muñecos inflables con imágenes del gobernante y su esposa, en un agobiante culto a la personalidad; leerá consignas y arengas en muros y carteles; verá los rostros taciturnos de personas amedrentadas y notará cómo los medios de radio y televisión están reclutados en la cruzada por el pensamiento único y excluyente.
Es que el llamado supuesto socialismo del siglo 21, lo que sea que eso haya significado, está mutando aceleradamente desde un sistema «cívico militar» vendido por Hugo Chávez, a una «fusión popular, militar y policial», según las nuevas consignas que prosperan con más fuerza desde el cuestionado 28 de julio de 2024.
Nicolás Maduro, así como su ministro del Interior y vice presidente de Política y Seguridad, Diosdado Cabello (el segundo abordo en este Titánic de las ideologías), junto con el ministro de Defensa, el general en jefe Vladímir Padrino López, son las tres voces más sonoras en la venta de este concepto que todavía no se sabe bien a dónde lleva.
Pero los tres dejan claro a cada rato que esa idea es imprescindible «para el mantenimiento de la paz y la tranquilidad que merece la población venezolana». Es decir, sin eso y sin ellos, ¡El diluvio!
«Es fundamental porque estamos pasando de la Unión Cívico-Militar a la Fusión Popular – Militar – Policial, la cual es integral (…) Unidos pueden estar uno al lado del otro, pero es probable que no se hablen. Sin embargo, cuando se fusionan, mezclan y combinan las fortalezas, lo que se logra es más sinérgico», dijo Cabello, un capitán del Ejército que está en la lista corta de los padres fundadores de esta nueva patria.
Los adoquines del proceso
No faltan a cada hora los mensajes y las palabras iluminadas que prometen un destino manifiesto para este país malogrado por la historia.
Como en aquellos viejos sistemas detrás del Telón de Acero, por aquí también se promueve el voto como supuesta expresión suprema de la soberanía popular. Solo que los venezolanos suelen votar pero no se les permite elegir: al final el régimen termina imponiendo sus propios candidatos, y de eso hay muchas evidencias.
Aquí no es el Partido Comunista el que da las cartas (de hecho, el Partido Comunista local también es perseguido por disidente). Pero, en esta versión morosa, ese papel lo cumple el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), dirigido por Maduro y Cabello. Con su santa palabra controla todos los poderes públicos, aunque no tiene mayor arrastre popular. Como en otros lugares del pasado, los intereses y designios del partido también se funden con los del gobierno y los del Estado venezolano. Da todo igual.
Este mismo año hay muchas elecciones y consultas populares, insisten los gobernantes para intentar demostrar que hay una democracia directa, protagónica y participativa, supuesta expresión máxima de la voluntad popular. Pero «los otros» estás excluidos.
«¡’Tres elecciones constitucionales!», bramó Maduro ante un puñado de seguidores en los jardines del palacio de gobierno de Miraflores. De paso rechazó a quienes llaman esto una dictadura.
Hace ya unos años, en mayo de 2018, lo dijo claramente: «No me importa que me digan dictador, a mí me resbala. Me molesta sí que digan que hay una dictadura porque eso ofende al pueblo».
Hoy, está recargado: «¡Son ridículos, imbéciles todos, bajos, boquiabierta, come moco!» replicó a quienes lo llaman dictador. «Si quieren ver una democracia verdadera y el pueblo empoderado vean al pueblo de la República Bolivariana de Venezuela brillar en el firmamento del siglo 21. ¡Fusión popular, militar, policial! ¡Ése ese es nuestro camino y eso es lo que les arde!, dijo al prometer –después de 25 años de chavismo en el poder- «el rescate de los derechos sociales del pueblo».
«¡Tenemos un proyecto de país, un legado histórico que defender! En nombre de Dios padre decreto tiempo de prosperidad para Venezuela, de soberanía, de libertad», dijo embalado hacia la portería de una epifanía política.
Juegos malabares
Esta semana, el propio Maduro, Padrino López y Cabello, -la santísima trinidad de un movimiento político que se ha convertido en una religión con fanáticos, fieles, infieles, predicadores, apóstatas, herejes, y hasta dos padres eternos- encabezaron los ejercicios «populares, militares y policiales» Escudo Bolivariano, con 150.000 «hombres y mujeres en armas».
Fue toda una demostración de fuerza, de quién tiene la sartén agarrada por el mango.
Más allá de la movilización de militares, policías, civiles, parapoliciales, paramilitares y milicianos, durante los dos días de maniobras, con barcos, aviones y tanques, desde las fronteras hasta los centros de poder en Caracas y las empresas del Estado y las gasolineras, los ejercicios son un recordatorio para enemigos internos y externos. Y así lo dejaron claro en los discursos.
Hay quienes creen que la historia es cíclica, que se reinventa como un espiral, con sus déjà vu de cromos repetidos, de personajes que pueden ser una parodia o unos nuevos modelos, como esos replicantes Nexus 6 de última generación.
Pero sin ponerse muy académicos ni rigurosos en torno a la teoría política y a la caracterización de sistemas de gobierno, sin escudriñar mucho en la historia y sin meterse en arquetipos de psiquiatría, por acá en Venezuela hay escenas ya vistas en alguna parte, como esas películas repetidas de los sábados por la tarde.
La lista puede ser larga, laboriosa y debatible, pero las evidencias más claras están ahí, para el que las quiera ver desde cualquier acera. Como en aquellas viejas «democracias populares», tan bien descritas por Orwell en una ficción hoy imitada por la realidad, en este sistema la esencia de la civilidad, del individuo como ser civil y con libertad de pensamiento, está supeditada a la superioridad de militares y policías, ya sea en una alcabala de carreteras o en un tribunal de justicia.
También abunda la mentira -o como se llama también hoy la desinformación y los fake news- en el ejercicio del poder. La censura y autocensura llenan las páginas de medios digitales y los programas de variedades de la TV (hace años no existen medios impresos ni programas periodísticos en radio y TV). El acceso a las redes sociales es limitado, los portales independientes están boqueados y el Internet es uno de los peores de América.
La Fuerza Armada y la Policía son protagonistas de la vida nacional y la superioridad tiene prerrogativas preferenciales y negocios rentables en el aparato estatal. Abundan generales, coroneles, tenientes y capitanes en ministerios, empresas estatales y organismos públicos.
Una nomenklatura controla el aparato estatal, sin división de poderes.
Hay enormes brechas sociales y de ingreso en una sociedad entre las más desiguales de América Latina, estratificada por razones políticas y no solo económicas, con una clase empresarial colaboracionista, alineada al modelo político que apuesta a mirar para otro lado, a ignorar a los presos políticos, ya sean colegas empresarios, profesores o estudiantes.
A diario desde el poder se cultiva la tesis del enemigo externo y de sus «cómplices vende patria» internos, como una forma de galvanizar a la población, buscar apoyos incondicionales, amedrentar a los atrevidos e imponer la paz por la fuerza.
Se profesa el culto a la personalidad del líder incuestionable en sus decisiones y designios; abunda la propaganda anclada en las raíces de la patria y de las guerras de la Independencia, para promover la noción del pueblo con una historia heroica y un destino manifiesto.
Se persigue a la disidencia y se excluye y criminaliza automáticamente a todo el que piense diferente a lo que ordena el pensamiento único. Los adjetivos como «fascista» o «ultraderechista», son sinónimos de delitos tipificados, tanto como los de «terrorista».
Hay partidos políticos satélites del partido oficial en el legislativo, y son vendidos como «la oposición democrática», con manejadores a sueldo del chavismo.
Se hacen cambios en la Constitución Nacional y las leyes para adaptarlas a los designios del proceso, y blindarlo para asegurar la permanencia en el poder de una minoría armada y bien forrada.
Hay crecientes sistemas de control social y delación, especialmente en barriadas populares para frenar el descontento y las protestas. Ni siquiera tienen que espiar, como en «La vida de los Otros»: cualquier cabo te arrebata el móvil y te meten 20 años si te consiguen un mensaje que alguien te haya enviado donde se «fomente el odio» o se desconozca a los gobernantes.
Es verdad que hoy falta el apartado de una economía centralizada y controlada. Esa política está descansando en los vestidores desde 2021, cuando la hiperinflación, la escasez y la más profunda depresión económica vivida por país alguno en ausencia de una guerra o un gran desastre natural, los llevaron a aflojar los controles y con ello atenuar la presión social. Hoy predomina un capitalismo de Estado, con una elite oligárquica que amasa fortunas a la sombra del poder y a diario promueve la normalización de la situación y de los negocios.
Hay una creciente alineación internacional con otros regímenes autoritarios (Rusia, Irán, Cuba, Nicaragua) con la premisa de que se comparte una misma visión estratégica de «un mundo multipolar», más allá de la hegemonía de los Estados Unidos y «de sus lacayos», como llaman a la Unión Europea.
Esto nos podría recordar otro capítulo de esa historia de las democracias populares: su papel en la Guerra Fría como satélites de la Unión Soviética.
Pero también hay quien nota que ese escenario de confrontación con Occidente, desde un país americano, como ocurrió con la Cuba de la Guerra Fría, ya está en marcha en una nueva versión.
Después de todo el mundo está convulsionado, Rusia busca resucitar sus glorias del pasado de la mano de un autócrata guerrerista y Venezuela es hoy el principal aliado de Moscú en América y su principal comprador de armas.