A 137 años luz de nuestro Sistema Solar, un exoplaneta recientemente identificado, denominado provisionalmente «Terra Nova», emerge como un objeto de estudio fascinante para los astrónomos. Este cuerpo celeste, clasificado como una Supertierra por su masa 1.5 veces superior a la de nuestro planeta, orbita en la zona habitable de una enana roja, una estrella de baja masa y menor temperatura que el Sol. Las observaciones preliminares, obtenidas mediante el Telescopio Espacial James Webb, sugieren que Terra Nova posee características excepcionales que lo distinguen entre los miles de exoplanetas catalogados hasta la fecha: una atmósfera rica en oxígeno y posibles indicios de agua líquida en su superficie.
La detección de estas propiedades se logró a través de la espectroscopia de transmisión, una técnica que analiza la luz estelar filtrada por la atmósfera del planeta durante su tránsito. Los datos revelan firmas espectrales consistentes con la presencia de oxígeno molecular (O₂) y vapor de agua (H₂O), moléculas que, en el contexto terrestre, están íntimamente ligadas a procesos biológicos. Sin embargo, los científicos advierten que estas señales no implican necesariamente la existencia de vida. «La presencia de oxígeno podría deberse a procesos fotoquímicos en la atmósfera, como la disociación del vapor de agua por radiación ultravioleta», explica Elena Martínez, astrofísica del Instituto de Tecnología de California (Caltech). «Aun así, la combinación de estas moléculas en un exoplaneta de este tamaño es un hallazgo sin precedentes».
Terra Nova orbita su estrella a una distancia que permite temperaturas superficiales compatibles con el agua en estado líquido, un rango conocido como la «zona de habitabilidad». Su enana roja anfitriona, aunque menos luminosa que el Sol, emite suficiente energía para mantener condiciones potencialmente estables en la superficie del planeta. Modelos preliminares sugieren que Terra Nova podría tener un diámetro un 20% mayor que el de la Tierra, con una gravedad ligeramente superior, lo que plantearía interesantes escenarios para la formación de océanos y la dinámica atmosférica.
El análisis atmosférico, publicado en la revista Nature, destaca la importancia de los instrumentos de próxima generación en este descubrimiento. «El James Webb nos ha permitido resolver detalles que antes eran inalcanzables», señala Nikku Madhusudhan, de la Universidad de Cambridge, coautor del estudio. «Las líneas de absorción en el espectro infrarrojo son clave para identificar compuestos como el metano o el dióxido de carbono, que podrían ofrecer más pistas sobre la habitabilidad del planeta». Los datos actuales, aunque prometedores, son insuficientes para confirmar la presencia de biomarcadores definitivos, como el metano producido biológicamente.
La comunidad científica ya planea observaciones adicionales para caracterizar mejor a Terra Nova. Las simulaciones indican que su atmósfera podría ser más densa que la terrestre, lo que plantea preguntas sobre su capacidad para retener calor y proteger la superficie de la radiación estelar. Además, la proximidad de Terra Nova a su estrella —con un período orbital de aproximadamente 20 días terrestres— podría resultar en un acoplamiento de marea, donde un hemisferio permanece perpetuamente iluminado y el otro en oscuridad. Este fenómeno, común en exoplanetas cercanos a enanas rojas, podría limitar las zonas habitables a una «franja crepuscular» entre ambos extremos.
El descubrimiento de Terra Nova no solo amplía nuestro catálogo de mundos potencialmente habitables, sino que también subraya los límites de nuestra comprensión actual. ¿Podría un planeta así albergar vida microbiana o incluso ecosistemas complejos? ¿O son sus condiciones el resultado de procesos abióticos aún por descifrar? Las respuestas dependerán de futuras misiones y telescopios más avanzados, capaces de capturar imágenes directas o espectros más detallados. Por ahora, Terra Nova se erige como un recordatorio de la vastedad del cosmos y de las posibilidades que aún esperan ser exploradas.