Una nueva encuesta ha confirmado lo que durante años fue considerado tabú por la clase política británica: casi la mitad de los ciudadanos del Reino Unido afirma sentirse como un extraño en su propio país. El dato ha obligado incluso al primer ministro laborista, Sir Keir Starmer, a romper el dogma de las fronteras abiertas y asumir, aunque sea de forma parcial, el discurso del partido Reform UK de Nigel Farage.
La encuesta, realizada por la consultora More in Common a 13.000 personas, ha revelado que el 44% de los británicos asegura sentirse «a veces como un extraño» en su propio país. Un sentimiento generalizado que trasciende clases sociales y orígenes, pero que encuentra en la inmigración masiva un factor determinante, aunque los encuestadores evitaran hacer una pregunta directa al respecto.
A pesar de esa cautela metodológica, los datos no dejan lugar a dudas. El 73% de los encuestados considera que debe hacerse más para integrar a personas de distintos orígenes étnicos y culturales, y un 77% cree que esa integración debe ser asumida por todos.
Los votantes del partido Reform UK, liderado por Nigel Farage, expresan este sentimiento con mayor claridad: el 73% declaró sentirse extranjero en su propio país. Incluso entre los votantes conservadores (48%) y laboristas (34%) el malestar es significativo. Pero lo más revelador es que incluso entre los británicos de origen asiático –en su mayoría descendientes de indios, paquistaníes, bangladesíes y cingaleses–, el 47% reconoció sentirse extraño en el Reino Unido.
La percepción de una sociedad cada vez más fragmentada se agravó el año pasado tras el asesinato en Southport de tres menores durante una fiesta de Taylor Swift. El atacante, Axel Rudakubana, un inmigrante ruandés de segunda generación, desató una oleada de protestas contra la inmigración masiva. El episodio fue calificado por los medios progresistas como un estallido de «racismo», pero para miles de ciudadanos supuso una prueba más del fracaso de las políticas multiculturales.
Frente a este escenario, el primer ministro Starmer sorprendió hace unos días con unas declaraciones que provocaron un colapso en la izquierda mediática. Reconoció que la inmigración masiva no sólo no ha beneficiado a la clase trabajadora, sino que ha puesto en peligro la cohesión nacional, convirtiendo al Reino Unido en una «isla de extraños».
Según el director de More in Common, Luke Tryl, el problema va más allá de la inmigración, citando factores como el coste de vida, la pérdida de espacios compartidos o el aislamiento tras la pandemia. Sin embargo, incluso él reconoció que esta desintegración del tejido social «resuena en millones de personas que dicen sentirse desconectadas de quienes les rodean«.
Mientras tanto, los barrios ricos siguen siendo burbujas al margen del problema. Son las zonas más humildes las que han cargado con el peso de décadas de inmigración descontrolada, mientras sus voces han sido sistemáticamente ignoradas por los partidos tradicionales.
El discurso de Nigel Farage, durante años demonizado por las élites, hoy marca la agenda. Y la frase de Starmer sobre la «isla de desconocidos» no es más que el reconocimiento tardío de una realidad que ya vive la mayoría silenciosa del Reino Unido.